Si no se relanza, desde la oposición, una política transicional común, el empate catastrófico se prolongará. Ya la del cese violento a la usurpación se finiquitó cuando se participó en la iniciativa de Noruega. Pero se sostuvo el mantra para fines de agitación, se bloqueó el ajuste estratégico y la mano extremista ocasionó errores fatales, ligados al diseño de operaciones violentas. En abril, hasta nuestros aliados internacionales descartaron el derrocamiento militar del régimen.
Los hechos redujeron la ruta de los tres pasos a un recitado retórico para introducir separaciones en la oposición y reforzar hegemonías, atrincheramientos agresivos y dispersión en reyertas secundarias. La oposición se enredó con su ombligo.
La práctica del 2019 muestra y demuestra que combatir al régimen desde una oposición dividida o con acciones erradas, aumentará los chances de perpetuación de Maduro. Es decir, se harán más prolongadas para el país las consecuencias destructivas del autoritarismo.
Dos sensaciones comienzan a sembrar pesimismo. Una es que la lucha de boxeo de sombras con movilizaciones sin objetivos vinculados a incrementar conciencia y organización, pierden sentido. La otra, el espejismo de mejoramiento económico si el régimen continúa sorteando las sanciones y la dolarización encubierta ayuda a algunos segmentos a flotar sobre las calamidades.
Si estas sensaciones entroncan, las campanas van a doblar, no sólo por Guaidó, sino también por las esperanzas de cambio. Los partidos están obligados a defender con votos, a la Asamblea Nacional y evitar que el actual empate lleve a una derrota irreversible.
Para eludir ese final apocalíptico hay que encarar tres déficits: la carencia de oferta viable de cambio, la precaria dimensión social de las políticas y la ausencia de logros. Y sobre esta recuperación, ir habilitando una pista de aterrizaje unitaria.
Para acumular éxitos frente a este régimen hay que dejar atrás los empaques “la oposición soy yo”. Obliga también a pensar una nueva política transicional basada en una estrategia y no sólo en una rígida secuencia de objetivos inmediatistas.
Los dirigentes de los partidos de oposición, los de la mayoría y la minoría, comparten el juego de llaves para girar la estrategia y poner en marcha esa nueva política. Las declaraciones de Capriles, el volumen que Henry Ramos le sube a la maquinaria electoral, el apoyo de Rosales a un acuerdo en el sector eléctrico, la tercera dimensión abierta por los partidos del Diálogo Nacional, la línea de autonomía de Copei señalizan oportunidades para concertar un cambio de estrategia sin hachas ni pilas de leña para quemar al que piensa distinto.
Hay que contribuir a que disminuyan las incrustaciones extremistas en el g4 y a que VP venza su encadenamiento a choque inútiles, tal vez como defensa al ataque que el régimen acentúa contra ella.
Para ver que hay en la otra orilla, hay que pasar una prueba: tener nuevo CNE y nuevas condiciones. Es la brazada necesaria para salirnos del remolino o ahogarnos. Hay que intentarlo. Pero ahora, entre todos y con un acuerdo integral de mediano plazo.