La comunidad internacional afronta este viernes dividida la recta final de la COP25, que corre el riesgo de cerrarse sin el impulso que reclaman urgentemente la ciencia y la sociedad civil para evitar una catástrofe climática.
Por: Anna PELEGRÍ | AFP
Cuatro años después de la firma del Acuerdo de París, la ciencia elevó al máximo la alerta que supone el calentamiento, los primeros efectos devastadores empezaron a manifestarse con fenómenos climáticos extremos y millones de personas en el mundo hicieron suya la problemática saliendo a la calle para reclamar acciones ya.
La militante ecologista Greta Thunberg, elegida “personalidad del año” por la revista Time, llevó a la COP25 en Madrid la voz de los jóvenes, cuyo grito se hizo sentir con una fuerza inédita en esta conferencia anual de la ONU.
Thunberg, blanco de burlas estos últimos días por parte de Donald Trump y Jair Bolsonaro, encabezará este viernes en Turín (Italia) una nueva huelga estudiantil por el clima que se repetirá en decenas de ciudades, incluido Madrid.
Pero el entusiasmo político con el que se suscribió el Acuerdo de París con el fin de limitar el cambio climático a menos de + 2 ºC e idealmente a + 1,5 ºC parece desvanecerse, a la par con un retroceso del multilateralismo y el repliegue nacionalista en el mundo.
Los gobiernos no pueden “irse a casa con un pacto que diluya el Acuerdo de París”, advirtió el viernes Alison Tate, de la Confederación Sindical Internacional.
– Los grandes emisores se plantan –
Unos 200 países están llamados a cerrar un capítulo esencial del Acuerdo que prevé la regulación de los mercados de carbono, un sistema de intercambio de emisiones diseñado para acelerar su reducción.
También se contaba con que mostraran su determinación elevar en 2020 sus metas de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero para alcanzar la seguridad climática del + 1,5 ºC.
Pero grandes emisores como China e India, y también Brasil, descartaron hacerlo próximamente. Estados Unidos mucho menos al haber anunciado su retirada del Acuerdo de París.
Solo la Unión Europea aprobó en una cumbre en Bruselas lograr la neutralidad carbono en 2050, pero el pacto no incluye a Polonia, uno de los países miembros más contaminantes.
El texto actualmente sobre la mesa “es completamente inaceptable” por su falta de ambición, deploró el viernes la directora de Greenpeace, Jennifer Morgan.
Morgan urgió a la UE a “rechazar el texto en bloque” y confió en que la presidencia chilena de la COP25 contribuya a sacar adelante las negociaciones. “Todavía no he visto el liderazgo necesario” en Chile, dijo.
Mientras la ONU estima que habría que reducirlas en un 7,6% anual entre 2020 y 2030, las emisiones de CO2 siguieron aumentando en 2019 en el mundo.
Al ritmo actual, la temperatura mundial podría aumentar hasta 4 o 5 ºC a finales de siglo respecto a la era preindustrial y comprometer el futuro de las jóvenes generaciones.
– El papel de Brasil –
En la mesa de negociaciones, no solo la respuesta se aleja de la senda de la acción climática, sino que algunos miembros cuestionan incluso su urgencia.
Surgieron dos grupos: “Quien quiere ir más deprisa y quien quiere escudarse en lo que hasta ahora ha sido insuficiente para [así] no seguir avanzando”, deploró la ministra española para la Transición Ecológica, Teresa Ribera.
Brasil condicionó por su parte el avance de las negociaciones a que los países ricos materialicen su promesa de apoyar financieramente a las naciones en desarrollo para hacer frente y adaptarse al cambio climático.
Los países en desarrollo “no somos los que provocamos las emisiones”. Los más ricos “deben cumplir su promesa sobre los fondos”, dijo a la AFP el ministro de Medio Ambiente, Ricardo Salles.
Morgan criticó ferozmente ese país: “Está claro de qué parte está aquí, en la de la industria y los actores contaminantes. Brasil parece estar aquí en busca de dinero”.
– Un mundo “imaginario” –
“Estamos consternados por el estado de las negociaciones”, admitió Carlos Fuller, jefe negociador de un grupo de 44 Estados insulares, muchos de los cuales se enfrentan a una amenaza existencial por la subida del nivel del mar.
“Es como si lo que pasara en el mundo real y en las calles con los manifestantes, no existiera”, dijo Alden Meyer, un veterano observador de las negociaciones. “Aquí estamos en un mundo imaginario”.