Venezuela vive un momento muy difícil. Pero parece que eso no lo saben todos. Hay sectores que están ensimismados en sus propios asuntos y, sin ver un poco más allá de sus narices, han trabajo para capear su propio temporal.
Los que ejercen el gobierno y una parte que se arroga la representación de la oposición, andan enfrascados en una lucha encarnizada por el poder. Quien lo tiene y lo ejerce desde hace 21 años no está dispuesto a soltarlo, mientras que los otros están viendo de qué manera acceder a él, dejando de lado lo realmente importante: los venezolanos y sus problemas.
En 2015 ejercí mi derecho al voto y escogí a algunos diputados de oposición que entonces se postularon para integrar la Asamblea Nacional. Como millones de venezolanos, cifré mis esperanzas en ellos, pues después de tantos años pudimos conquistar un espacio que fue dominado por el PSUV a sus anchas, y desde el cual se le hizo un daño enorme al país.
Con el transcurrir del tiempo algunos diputados opositores, no todos, empezaron a perder el rumbo y dejaron de representar a esas mayorías. Tendrán que rendirle cuentas no solamente al electorado que depositó su confianza en ellos, sino también al país, a sus familias, hijos, padres, esposas o esposos, a Dios y a la justicia.
En lo particular, hoy no me siento representada por esa Asamblea Nacional que asumió las mismas posturas radicales de quienes tanto criticaron; que se desentendió de los problemas reales de la gente para dar paso a negociaciones turbias; que se divorció de los venezolanos, especialmente de quienes no pueden seguir esperando un cambio de gobierno y de modelo para ver resueltas sus necesidades básicas. Los tiempos de la realidad política y de la realidad social no van de la mano.
Los 55 parlamentarios electos por el chavismo defraudaron a los venezolanos desde un principio, cuando decidieron abandonar la lucha política para sumarse a un proyecto nulo de toda nulidad como fue la Asamblea Nacional Constituyente. Esos son los que menos moral tienen para hablar en nombre de a quienes, justamente, se encargaron de llevar a la desgracia.
Una parte importante de esos parlamentarios – chavistas y opositores – y los partidos políticos que los respaldan se hacen los locos, o tal no vez se han enterado de la magnitud de la crisis. Dicen entenderla, pero de boca para afuera. Su modo de vida dista mucho de la realidad.
En la vida hay que ser coherentes. Palabras y hechos deben coincidir. Y los venezolanos estamos asqueados del doble discurso de los politiqueros que se han aprovechado del poder para llenarse los bolsillos, engordar sus cuentas bancarias y retrasar un proceso de cambio que todos queremos.
Y aquí quiero tomar una frase que dijo en estos días un hombre que cuenta con toda mi consideración y respeto, Andrés Caleca, frente a la aberración jurídica que hizo el desgobierno de Maduro en la Asamblea Nacional al imponer por la fuerza su propia junta directiva: “hay que replantearse todo”. La democracia y la institucionalidad no aguantan más degradación.
Esto quiere decir que quienes nos consideramos demócratas – que somos la mayoría del país – debemos replantear la lucha. ¿Por qué? Porque hay un país completo padeciendo las consecuencias de una política de Estado diseñada para acabar con todo y obligar la sumisión de la población a sus designios. Y porque ya basta de esperar que los mismos de siempre sigan adoptando las mismas decisiones, para obtener iguales resultados: afianzar al PSUV en el poder.
¿Quién da respuesta a los problemas sociales, económicos, sanitarios, políticos, culturales, educativos y de valores, que vive la nación? Se ha perdido un valioso tiempo en atacar al contrario; los conceptos de respeto y convivencia desaparecieron del léxico de los venezolanos y a través de las redes sociales se siembran y cosechan odios irreconciliables.
¿Quién le da respuesta a esa madre que no tiene para darle de comer a sus hijos? ¿Quién responde al empleado o al obrero que debe agarrar transporte para llegar a su trabajo y no consigue o no tiene efectivo para pagar el servicio? ¿Quién responde al desempleado que no tiene una fuente de ingresos para llevar el sustento a su familia y tiene que salir a “matar tigres”, en el mejor de los casos, o a delinquir, en el peor de ellos? ¿Quién responde a ese venezolano que pide a diario una razón para quedarse en el país y no emigrar?
Me solidarizo con todos esos venezolanos que, a pesar de tanta hostilidad, se levantan cada día con la intención de salir a trabajar a ver cómo resuelven y llevan el pan a su casa, y no tienen tiempo siquiera para pensar en la política o en las peleas internas entre organizaciones y dirigentes.
A esa Venezuela que amaneció esta semana más desesperanzada que antes, que no ve salida a la crisis, le digo que este maravilloso país no será empujado al abismo por los indolentes que nos trajeron hasta el borde. Y a cada uno le pido, encarecidamente, que abra los ojos y el entendimiento, porque salir de esto es una tarea ardua que nos corresponde a todos. Ya basta de seguir creyendo que desde el Ejecutivo o el Legislativo vamos a superar este trance.
Venezuela tiene nombre de mujer y las mujeres somos esa reserva moral que la sacará adelante. En estos momentos difíciles como los que estamos viviendo, tenemos que entrar en acción, porque para nosotras, más importante que el Presidente de la República, que la Asamblea Nacional, que el Tribunal Supremo de Justicia, que el Consejo Nacional Electoral, que el Poder Ciudadano, que las gobernaciones de estado, las alcaldía, y los Consejos Legislativos y Concejos Municipales, es resolver la crisis y coadyuvar a aliviar el sufrimiento humano. Nos corresponderá a nosotras dar las respuestas.
@Griseldareyesq