He leído que algunos analistas, merecedores de nuestro respeto, opinan que la crisis de Venezuela va saliendo del radar de la comunidad internacional, especialmente de la agenda de los EE.UU. Esas conclusiones influyen en el ánimo de muchísimos venezolanos que terminan sintiendo ese veredicto como un lastre que los hunde en el pesimismo.
Y no se trata de que los venezolanos “tiramos la toalla” porque esperamos que otros se suban al cuadrilátero por nosotros. Esa es otra desconsideración que impacta en la moral de millones de ciudadanos que, si algo han evidenciado a lo largo de estas dos últimas décadas, es valor, arrojo y patriotismo.
Varias veces hemos tenido que recurrir a nuestra historia en la que quedaron para la posteridad los ajetreos por nuestra independencia. Llegamos a ser nación, gracias a los esfuerzos de civiles y militares criollos que no dudaron a la hora de recurrir a fuerzas extranjeras para solicitarles, explícitamente, apoyo para la causa que, desde 1897 había prendido en el espíritu libertario de Gual y España. Ambos pagaron con sus vidas tal aventura, pero dejaron prendida esa llamarada que alumbraron los pasos de Francisco de Miranda y de Simón Bolívar. Ambos hicieron en Londres, por ejemplo, todo lo posible para despertar interés en los jefes de ese imperio, para que se atrevieran a mirar los proyectos independentistas que estaban sintetizados en el acta del 19 de abril de 1810.
Más recientemente, Rómulo Betancourt, estando en el exilio, después de haber sido aventado por la implacable dictadura que imperaba en Venezuela, cuyos capitostes lo perseguían ferozmente por órdenes de Marcos Pérez Jiménez, llegó a considerar el uso de la fuerza, promoviendo una invasión por él capitaneada, con la idea de liberar a nuestro país del yugo que se empeñaba en estrechar aquella satrapía. De ese episodio me enteré en detalles en conversaciones con el expresidente Carlos Andrés Pérez y el inolvidable maestro Pompeyo Márquez. En ese interregno sobrevino el movimiento que dio pie al glorioso 23 de enero de 1958.
Con relación a la hora actual y los debates en torno a si es necesaria, justificada, posible o inviable, la solicitud de que una fuerza multinacional de paz se pudiera articular para que coopere con factores democráticos internos en la tarea de liberar a nuestro país, se pudieran enumerar estos argumentos:
1. Esas opciones están sobre la mesa, simplemente porque no se pueden obviar. El uso de la fuerza está contemplado en el TIAR (art. 8), en la Convención de Palermo (art. 2), en la fórmula denominada Concepto de Responsabilidad de Proteger (R2P) y en la Resolución 1373 del 5 de noviembre de 2001, emitida por la ONU sobre “medidas para combatir el terrorismo”, aprobada por el Consejo de Seguridad.
2. Es verdad que el Comandante en Jefe de las fuerzas militares de EEUU, es su presidente Donald Trump, como lo era Roosevelt en su tiempo. Recordemos la insistencia del líder británico, Winston Churchill ante este último, solicitando la participación de los norteamericanos, ante el hecho notorio de que el monstruo de Hitler era una amenaza para la humanidad.
3. El articulo 187 numeral 11, está ahí en la Constitución Nacional y quien puede activarlo, previa autorización de la Asamblea Nacional es Juan Guaidó. El Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca es una realidad, está de nuevo Venezuela insertada en ese escenario. Ese es otro paso pendiente para dar.
4. Todo lo anterior sirve para que se enfrente la tragedia que padece Venezuela: un estado fallido; un régimen metido en lo más oscuro del narcotráfico y los jefes de las mafias de Maduro, están relacionados, con el mayor descaro, con los núcleos del terrorismo internacionales.
5. La crisis humanitaria compleja no está en capacidad de remediarla quienes la han generado: hambruna, colapso de servicios públicos, pandemias y miles de personas mueren anualmente a manos del hampa y de los ajusticiamientos políticos.
Para eso sigue siendo una necesidad el apoyo eficaz de la comunidad internacional. ¡Solos no podemos!