¿Se habría imaginado usted hace diez años que Chile llegaría al punto de crisis en que se encuentra hoy? Y si la respuesta es no, como lo es en muchos casos, ¿por qué no es imaginable un Chile que en diez años más esté todavía peor que hoy? ¿Quién garantiza que haya un limite cierto a la destrucción que puede sufrir el país? La respuesta es nadie. Sin embargo, durante décadas la derecha política, intelectual y académica ha celebrado la ‘moderación’ como una virtud en sí misma, en circunstancias que no pasaba de ser una especie de postura de salón para no incomodar a otros. Si, en cambio, desde el principio se hubieran defendido con firmeza y claridad, es decir, sin moderación, aquellas ideas responsables del éxito del país, hoy no estaríamos donde estamos. Pero la falta de visión, la comodidad y, para ser francos, la cobardía, pesaron mucho más que la integridad moral.
Porque, a diferencia de lo que sugerían los ‘moderados’, la verdadera virtud consiste en ser leal con los propios principios, especialmente cuando estos, además, prueban ser exitosos en la práctica. Pero a una élite acomplejada y culposa fue demasiado pedirle ese nivel de coherencia. Ella misma fue la arquitecta del enorme éxito que ha tenido el país, logro que, salvo excepciones, jamás se atrevió a defender porque nunca supo pararse con dignidad frente a los profetas del resentimiento. Y así cedió, una y otra vez, primero en el discurso, después en las polít
icas públicas y económicas y, finalmente, hasta en la Constitución. Nunca entendió que un sector decisivo de la izquierda la ve como enemiga y que cada concesión la interpreta –correctamente– como una señal de debilidad. Esa derecha pensó que dejaría contenta a esa izquierda con un pedazo del salame, cuando lo que en realidad buscaba era el salame completo.
Como la élite no lee demasiado, no aprendió de la sentencia de John Stuart Mill, quien retrató a cuerpo entero la diferencia entre la izquierda y la derecha cuando dijo que, “una persona con una creencia es una fuerza social más poderosa que 99 que sólo tienen intereses”. Y es que, para esas minorías convencidas, la moderación es precisamente el vicio cardinal del establishment –que casi por definición no tiene más que intereses– y, por tanto, la gran ventaja estratégica de revolucionarios y radicales. En Chile, incluso hoy, cuando todo está a un paso de irse por décadas al despeñadero, muchos siguen dudando de cómo actuar, o si actuar o no, como si el incendio que ven tomar fuerza en el living de sus casas no fuera a quemarlos porque todavía no llega a su habitación.
Lo cierto es que no sabemos el nivel de daño que puede llegar a producirse de no verificarse un cambio en la tendencia actual del país, aunque podemos sospechar con bastante fundamento que podría ser irreparable. En ese contexto, esperar una lluvia milagrosa para no tener que hacerse responsables cada uno de décadas de cobardía y abandono de los asuntos públicos, solo garantiza que el resultado final sea exactamente el que todos los partidarios de preservar la casa común quieren evitar. En otras palabras, si desean corregir el curso de destrucción actual, los empresarios van a tener que meterse la mano al bolsillo, los intelectuales abandonar su torre de marfil y asumir posturas claras y no políticamente correctas o timoratas, y los políticos deberán marcar una línea categórica sin tomarse demasiado tiempo para reflexionar. Es eso o rostizarse en la comodidad de sus camas, pero del fuego no se van a salvar.
Este artículo fue publicado originalmente en El Financiero (Chile) el 16 de enero de 2020.