Ni en ese intento, derrotado por la corajuda acción prácticamente en solitario del primer mandatario, atacado y traicionado por su propio partido, ni en el de noviembre de ese mismo año, lideralizado por oficiales de la Fuerza Aérea, hubo la menor participación del pueblo caraqueño. Ni a favor ni en contra. ¿Revolución? Ya te aviso, Chirulí. En verdad, se trató de un vulgar crimen en cayapa, en solitario, con nocturnidad y alevosía, que debió haber culminado con el fusilamiento de sus autores, si no hubiera mediado la complicidad y la alcahuetería de altos oficiales, como el ministro de defensa general de ejército Fernando Ochoa Antich y la indecisión y pusilanimidad del propio Carlos Andrés Pérez, como lo reconocería posteriormente, con lógica y comprensible pesadumbre.
Es un hecho universalmente reconocido y aceptado que una revolución política requiere como motor principal, de la movilización popular y la acción de grupos de vanguardia capaces de expresar su más hondo sentido histórico. Un golpe de Estado es, en cambio, el atajo de uno o mas grupos facciosos, sin otro objetivo que apoderarse de los instrumentos de dominación, como fuera definido por Curzio Malaparte y puesto en práctica por el fascismo a lo largo del Siglo XX. Desde los luctuosos sucesos de la Independencia, las revoluciones han abundado en Venezuela, pero como lo definiera un criado del ilustre sociólogo e historiador venezolano Laureano Vallenilla Lanz, el negro Reyes Cova, “las revoluciones venezolanas son como vaguadas que arrastran con todas las inmundicias a su paso, para terminar amontonándolas en la Plaza Caracas”. Más nada.
No ha sido otra la suerte de esta llamada “revolución bolivariana”. Un brutal asalto al Poder sin otra intención que saquear y hacerse con las divisas y las toneladas de oro de las bóvedas del Banco Central, apoderarse del control de PDVSA, la estatal petrolera, militarizar el aparato de Estado y entregarle la soberanía de Venezuela y todas sus riquezas minerales – oro, diamantes, coltán, uranio y hierro – a la tiranía cubana y a las pandillas rusas, chinas y musulmanas con las que se ha aliado para sostenerse en el Poder. Por cierto: ante la insoportable laxitud y pasividad de Europa, los Estados Unidos del gobierno de Donald Trump, los gobiernos latinoamericanos del llamado Grupo de Lima, y la indirecta colaboración de una oposición oficial, dispuesta a la cohabitación y a la connivencia. Una elemental rigurosidad conceptual debiera rechazar el uso del término revolución y subrayar la presencia del comunismo en los dolorosos y trágicos sucesos que asuelan a Venezuela. El mismo Carlos Franqui se permitió definir al comunismo en los siguientes términos: “El comunismo es eso que acaba con todo lo que se le opone en su primera fase, lo paraliza todo en la segunda y se autodestruye en la tercera y última fase.”
Estamos a la espera del cumplimiento de esta tercera fase. Dios se apiade de los venezolanos y coadyuve a su culminación.