En la medida en que se desvanece la amenaza creíble de sacar a Maduro y a su camarilla por la fuerza, todo el elenco de la narcotiranía “duerme a pierna suelta”. Cilia, comenta entre sus más cercanos servidores que “Nicolás duerme como un bebe”. No lo dudo. Porque a Nicolás no le da frío ni calor saber que murió la señora Salazar en Colombia, por su enfermedad de cáncer de mama que no pudo ser atendida a tiempo en Venezuela. A Maduro no se le estremece ni un músculo ni se le mueve un pelo. Él es así, imperturbable ante el dolor ajeno. Su estructura humana es primitiva y de ahí viene ese blindaje ante las emociones, para él esos pucheros sentimentaloides le venían bien a Isaías Rodríguez, pero para el jefe de una revolución, no hay espacio ¡ni en un rincón de un átomo de su cabezota, para esas debilidades!. “El que se murió, se entierra y punto”, refunfuña Maduro, mientras retira de su escritorio los periódicos con los titulares que dan cuenta de los niños que han muerto en el Hospital J M de Los Ríos.
Para Maduro mientras más se incrementa la hiperinflación, mejor. La noticia de que esa huracanada onda cerró el 2019, con más de 7 mil % de inflación, es un buen augurio. “Que se terminen de marchar los cipayos que quedan aquí, en mi territorio.” Exclama Maduro, mientras confirma que en los últimos días los datos certifican que están saliendo, diariamente, más de 200 mil venezolanos que se incorporan a la millonaria diáspora que recorre el mundo.
Para Maduro la impunidad es su gran herramienta. Esa es la verdadera arma letal. Impunidad para todos sus esbirros. Así podrá controlar, por la vía de la represión más hostil a los disidentes. Seguirá asaltando fincas en plena producción y fábricas que terminarán quebradas, y todo eso es posible porque tiene a su servicio a jueces y policías abyectos. Seguirá tomando para su beneficio personal o para satisfacer a parte de sus sicarios, los Centros Comerciales. Y todo eso gracias a esa aberrante impunidad que le da licencia para hacer lo que mejor le parezca. Recordemos como tomaron años atrás, Chávez y ahora Maduro, sedes de Gobernaciones y Alcaldías. Como se apoderaron de instalaciones de medios de comunicación. Y más recientemente de nada más y nada menos, la sede del Parlamento Nacional. Todo eso por “obra y gracia de la impunidad”.
Tienen el monopolio de las finanzas y del Banco Central de Venezuela. En esas dependencias devenidas a mamotretos supervisadas por “comisarios políticos”, Maduro juega monopolio. Unas veces con el bolívar fuerte, otras con el bolívar soberano, según le convenga coloca sobre la mesa las fichas del Petro o desembolsa una caleta de dólares, sucios, pero al fin y al cabo, dólares son dólares, y esas reservas que le derivan del narcotráfico le son útiles para mantener control sobre esa gigantesca cárcel que ha terminado siendo Venezuela. Maduro opera como el capo del pranato. Tiene aliados de su misma calaña. Se siente “guapo y apoyado” por cubanos, rusos, iraníes, chinos y las huestes de la FARC y del ELN. También tiene su estrecha relación con los terroristas de Hezbolá.
Maduro seguirá hacienda de las suyas. Con toda la impunidad del mundo. Sabe que adentro se podrán movilizar millones de ciudadanos, pero “eso se para con balas. Y al que se alebreste, cárcel o plomo con él”, ordena iracundo Maduro.
Maduro piensa, de verdad, que su proceso “revolucionario” está por encima de leyes nacionales e internacionales. Maduro se contenta cuando escucha a dirigentes de la resistencia negar, de plano, la intervención humanitaria. Mientras que su amenaza de incendiar el continente americano, haciendo del Cono Sur un Vietnam Tropical, sigue latente. En contraposición, la amenaza de activar los mecanismos existentes absolutamente legales, del R2P, TIAR, Convención de Palermo y resolución 1373/ONU, están ahí, esperando ser utilizados.