La historia del mayor rival de Pablo Escobar que ahora ruega que lo dejen regresar a morir en Colombia

La historia del mayor rival de Pablo Escobar que ahora ruega que lo dejen regresar a morir en Colombia

Gilberto Rodríguez Orejuela, excapo del Cartel de Cali, cuando fue extraditado a los Estados Unidos en 2004.

Gilberto Rodríguez Orejuela está próximo a morir. Quién durante la década de los 80 y 90 fue uno de los más grandes capos del narcotráfico en Colombia, líder de una organización criminal tan grande y poderosa como el Cártel de Cali, protagonista de una guerra a muerte con Pablo Escobar y el Cártel de Medellín, hoy ruega en una prisión estadounidense que lo dejen volver, viejo y enfermo como está, a morir su país.

Por Jorge Cantillo / infobae.com

Rodríguez Orejuela se encuentra actualmente recluido en una cárcel de mediana seguridad de Carolina del Norte, pagando una condena de 30 años la cual se cumple en febrero de 2030, cuando el otrora narco más poderoso de Colombia cumpliría 90 años.





Pero su delicado estado de salud tiene a sus abogados pidiendo por segunda vez su liberación por principios de compasión y clemencia. La primera solicitud que hicieron sus abogados en 2019 fue ante el penitenciario donde está recluido; la nueva, fue elevada ante la Corte del Distrito Sur de Florida.

Argumenta su defensa que desde 2006, tan solo dos años después de su extradición, Gilberto Rodríguez sufre de profundos quebrantos de salud. Ese año tuvo un primer episodio cardíaco y a la fecha ha perdido 25 centímetros de intestino por un cáncer de colon; le han hallado una masa maligna en la próstata y ha pasado por más de 40 sesiones de radiación y quimioterapia.

Su abogado Óscar Markus, afirma que el capo del Cartel de Cali sufre de hipertensión, cáncer en la piel, depresión y ansiedad. Una imagen que dista mucho de la del narcotraficante que llegó a tener tanto poder como para influir en la elección de un Presidente de la República y enfrentarse en una guerra frontal contra el criminal más peligroso de Colombia, Pablo Escobar.

El narco de cuello blanco

El mayor de los hermanos Rodríguez Orejuela, nació en un pequeño municipio colombiano llamado Mariquita (Tolima) en 1949, donde también nacería su hermano Miguel Ángel (1945), con quien más adelante formaría el Cartel de Cali y se convertiría en multimillonario gracias al negocio de la droga.

Se caracterizaba por ser un hombre ambicioso, metódico, carismático y bien educado. Sus negocios los manejaba con discreción y cautela, logrando mantener una imagen pública como un importante empresario por muchos años antes de que sus negocios con el narcotráfico se hicieran evidentes.

Junto con su hermano Miguel Ángel, y José Santa Cruz Londoño, crearon en los años 70 una banda criminal llamada “Los Chemas” que se dedicaba a la piratería terrestre y al contrabando. Con los años se asociarían a Helmer Herrera, alias Pacho Herrera, quien se dedicaba al blanqueo de dinero en Nueva York.

Juntos conformarían lo que se llegó a conocer como el Cartel de Cali, una organización de narcotráfico que de acuerdo a la DEA ponía cuatro de cada cinco gramos de cocaína que se vendían en Nueva York.

Con el poder y dinero que obtuvo del narcotráfico saltó a la cima del mundo empresarial del Valle del Cauca colombiano, sobre todo después de adquirir a uno de los equipos de fútbol de su natal Cali, el América, que bajo su tutela y gracias a la fuerte inversión que él y su hermano hicieron, se transformó en uno de los clubes más fuertes de Colombia.

A principios de los 80 el auge de los cárteles de la droga colombiana había logrado una división estratégica en la exportación y venta de cocaína en los Estados Unidos: mientras el Cártel de Medellín, en cabeza de Pablo Escobar, vendía casi toda la droga de Miami; el de Cali, liderado por Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela tenía en Nueva York su principal mercado.

La guerra con Pablo Escobar y el Cártel de Medellín

Para 1984 el Cártel de Cali era una organización criminal fortalecida que funcionaba y armonía con el Cártel de Medellín, cada uno en completo control de sus plazas. Pero ese mismo año las distancias entre los dos cárteles más poderosos del narcotráfico en Colombia comenzaron a hacerse cada vez más notorias e insalvables.

El hito que marcaría el distanciamiento entre los capos de Cali y Medellín sería el asesinato del entonces ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, el cual se había convertido en un enemigo acérrimo del grupo de “los extraditables”, una agremiación de jefes mafiosos del Cartel de Medellín que también estaba liderada por Pablo Escobar.

Escobar le había declarado la guerra a Lara Bonilla y en una reunión con otros jefes del narcos colombianos dejó saber sus intenciones de planear un atentado contra su vida. Todos los capos aportaron dinero para el plan, menos los Rodríguez Orejuela, quienes desaprobaron el asesinato de Lara, afirmando en un mensaje que ese crimen se voltearía contra todos y ellos no participarían en él.

Después del crimen contra Lara, la mayoría de capos colombianos se fueron exiliados del país, ya que el Estado se volcó en una intensa persecución contra ellos. Así terminaron en España Gilberto Rodríguez Orejuela y Jorge Luis Ochoa Vásquez, miembro del Cartel de Medellín. Ambos capos fueron capturados el 15 de noviembre de 1984 por las autoridades españolas, acusados de estar montando una red de distribución de cocaína en Europa.

Aunque ambos terminaron regresando a Colombia – pese a un pedido de extradición de Estados Unidos- y liberados por tribunales nacionales; a Ochoa volverían a capturarlo en un retén cerca de Cali, en circunstancias que el Cartel de Medellín siempre ha sostenido que se debieron a un retraso causado por una visita de Rodríguez Orejuela a Ochoa el día anterior cuando este estaba en Cali.

Ya con las tensiones altas entre los carteles y con Pablo Escobar en medio de su guerra frontal contra el Estado, el capo de Medellín quiso empezar una estrategia de secuestros, como el de Andrés Pastrana -entonces candidato a la Alcaldía de Bogotá y años después presidente de Colombia- y el del Procurador Carlos Mauro Hoyos – a quien finalmente asesinó-, con la idea de ejercer presión sobre el Gobierno para que desistiera del tratado de extradición con los Estados Unidos.

Pablo Escobar y Carlos Lehder, fundadores del Cartel de Medellín.

 

Esta idea no gustó en Cali, que como su líder Gilberto, era una organización más discreta y metódica que el impulsivo Escobar y sus socios de Medellín. La negativa de Cali a respaldar el plan terminó de sellar el rompimiento entre los cárteles y en especial entre sus líderes, quienes a partir de este momento se verían como enemigos.

Si todavía faltaba una estocada final para terminar de cavar la brecha entre Escobar y Rodríguez Orejuela, esta fue el atentado al edificio Mónaco el 13 de enero de 1988, cuando 700 kilos de dinamita hicieron volar esa propiedad de Pablo Escobar, donde además vivía su familia. Aunque no hubo muertos y en Cali negaron rotundamente responsabilidad sobre el atentado, al capo de Medellín no le quedaban dudas de que la orden la habían dado sus antiguos socios, los únicos que veía con tanto poder como para atentar contra él.

A partir de allí fue guerra abierta entre carteles, con un Escobar a la ofensiva que ordenó más de 50 bombas por todo Cali, con destino específico a las propiedades y negocios de los Rodríguez Orejuela. En todo 1988 desde Medellín se ordenaron cerca de 40 atentados a sucursales de la cadena de droguerías Drogas la Rebaja, y 10 más contra el Grupo Radial Colombiano, empresas legítimas de los capos de Cali.

Pero Cali no se quedaría atrás y montó una ofensiva de espionaje contra Escobar y sus socios, algo que también haría el capo de Medellín, logrando descubrir y secuestrar a cinco militares retirados que los Orejuela habían contratado para espiarlo. Cali entonces hace una propuesta de paz pero Escobar pide mucho, cinco millones de dólares como indemnización por el atentado de Mónaco y la entrega de Pacho Herrera, miembro de alto nivel del Cartel de Cali que entonces tenía una rencilla personal con Escobar.

Gilberto Rodríguez se niega rotundamente a estas demandas y en consecuencia los espías de Cali aparecieron muertos con carteles colgados que rezaban: “Miembros del cartel de Cali ejecutados por intentar atentar contra personas de Medellín” .

Pablo entonces la emprendería contra Pacho Herrera, a quien trató de secuestrar sin éxito, y como retaliación Gilberto usaría unos mercenarios ingleses en un intento de asesinar a Escobar y a Gonzalo Rodríguez Gacha “El Mexicano”, atentado que también fue frustrado.

A Gacha le darían finalmente de baja el 15 de diciembre de 1989 junto con su hijo Freddy en una persecución del Ejército que contó con la participación de Jorge Velásquez, alias “El Navegante”, miembro del Cartel de Cali que dio la información del paradero del segundo hombre más importante del Cartel de Medellín.

Después de la muerte de Gacha las cosas para Escobar se complicarían cada vez más. Su guerra con el Estado derivó en su entrega y encarcelamiento en la cárcel La Catedral en 1991. Allí el capo narco seguiría ordenando secuestros, bombas, extorciones y cada vez más su escala violenta se volvía un problema para sus aliados.

La muerte de Fernando y Mario Galeano Berrio y Gerardo y Julio Moncada miembros del Cartel de Medellín a manos del propio Escobar en el interior de La Catedral, terminó de romper las relaciones del capo con los demás miembros de su cartel, que buscaron en los hermanos Rodríguez Orejuela y los demás capos de Cali aliados para defenderse de Pablo.

Así surgieron “Los Pepes” o Perseguidos por Pablo Escobar, un grupo paramilitar financiado mayormente por el Cartel de Cali que fue una pieza clave para que el Escuadrón de Búsqueda -unidad especial de la Policía creada para capturar vivo o muerto a Escobar- lograra finalmente dar de baja al capo de Medellín el 2 de diciembre de 1993.

Cali a partir de ese momento se convertiría en el principal cartel de la droga en Colombia y Gilberto Rodríguez Orejuela en el criminal más poderoso y millonario del país.

La caída de Gilberto.

Dos años duró el reinado de Gilberto Rodríguez Orejuela como capo máximo del narcotráfico colombiano, el cual vio su fin el 9 de junio de 1995, cuando un grupo élite del Ejército y la DEA allanó el apartamento 402 del lujoso edificio Colinas de Santa Rita, ubicado al occidente de Cali.

Allí fue encontrado el jefe máximo del cartel, escondido en una caleta oculta en el suelo de uno de los pasillos del apartamento, estaba ensangrentado, cubierto con una toalla blanca, tenía un jean y una camiseta a cuadros, ayudándose para respirar con una pipeta de oxígeno.

El dato de su ubicación la dio un informante secreto, que años después fue identificado como Jorge Salcedo, jefe de seguridad del Cartel de Cali, un exmilitar retirado que durante la guerra de los carteles tuvo como misión acabar con la vida de Pablo Escobar. Él terminó como informante de la DEA y después de muchos intentos por entregar a su jefe finalmente dio a las autoridades su ubicación en el apartamento del Sana Rita, . “Si es necesario tumben todo”, les dijo a los agentes que finalmente capturaron a Rodríguez Orejuela.

Para el momento de su captura, Gilberto Rodríguez Orejuela estaba en el ojo del huracán por el escándalo del proceso 8.000, en el que quedó expuesto el ingreso de dineros del narcotráfico a la campaña de Ernesto Samper Pizano, quien una vez en la presidencia y ante el revuelo nacional por su presunta asociación con los narcos, creó un nuevo “bloque de búsqueda” para darle golpes contundentes a la mafia.

Rodríguez Orejuela fue condenado a 12 años de prisión en Colombia, pero fue dejado en libertad tras siete años por confesión y buena conducta, recuperando su libertad en 2002.

En 2004, durante el gobierno de Álvaro Uribe Vélez, volvió a ser capturado tras un pedido de extradición de los Estados Unidos, que lo requirió por el envío de 150 kilos de cocaína a ese país en 1990 un cargo que no había confesado en el tiempo de su primera condena.

Desde entonces, el máximo enemigo narco de Pablo Escobar se encuentra recluido en una prisión norteamericana, sentenciado a cumplir una condena de 30 años de cárcel.

A sus 80 años, enfermo y con un posible cáncer, ruega por segunda vez a una corte del país del norte una liberación por clemencia, y el permiso para trasladarse a Bogotá, donde vive su esposa e hija, y morir en el país que algún día tuvo a sus pies.