Los globitos, llenos de aire al borde de la nada son esferas vacías de duración generalmente efímera. Se forman por incrementos de tensión y agitación entre elementos diferentes.
Aunque Juan Luis Guerra inventa que sus burbujas nacen de un corazón “mutilado de esperanza y de razón”, frase que pudiera describir la situación de muchos de los que en el pasado tararearon su canción.
Ahora nuestra impaciencia, y la diseminada falta de cordura nos impulsan a buscar el “ ancla imprescindible de una ilusión”. Pero la inducción polarizadora y una bien repartida desconfianza bloquean la mano a los cambios que el país requiere.
Frente a la terrible tragedia que nos carcome, nos refugiamos en burbujas. La de mayor pompa es la de quienes gobiernan y desean perpetuar su poder, separándose escandalosamente del modo de vida que sufre la sociedad. La nueva clase minoritaria, aplica una ideología autoritaria nutrida por el sueño de hacer posible una perfecta felicidad colectiva.
Pero sobre las paredes mayoritarias del descontento contra el gobierno tratan de elevarse otras burbujas formadas por al menos cuatro coaliciones opositoras remando contra si mismas, convertidas en fragmentos erráticos mientras se desintegran separadamente, sin unir fuerzas ni formular la estrategia para abrirle brecha a oportunidades de cambio hoy presentes.
Son burbujas de encierro, de aislamiento, de fuga hacia el fracaso y abandono de la tarea de forjar un acuerdo nacional entre un amplio espectro de actores capaces de dar algún aporte a la reconstrucción de las instituciones, de la economía, de los derechos y de un nuevo tiempo de bienestar en base al trabajo. Un acuerdo entre gobierno y oposición.
Si alcanzamos la virtud de pensar juntos el futuro podremos romper las burbujas y salir del agujero negro que amenaza disolvernos a todos.
Estamos en un momento propicio para iniciar una política transicional que una a los venezolanos: elegir un nuevo CNE en la AN y realizar elecciones bajo condiciones competitivas. Un primer golpe de timón para retornar al país que queremos.
Nos conviene salirnos del camino para mantener o intentar llegar al poder con los métodos de la ruralidad, el caudillismo y la violencia.
Ya no podemos vivir evocando el talento político de Betancourt, Caldera, Teodoro o la visión de ilustres independientes como Ramón Díaz Sánchez, Gumersindo Torres, Adriani o Picón Salas.
A esta generación le sale ser creadores de una nueva época. Y no vamos bien.
Junto a esta omisión no puede pasar inadvertida la presencia de una burbuja extremista y maligna para la democracia, con mucho poder virtual y apoyo internacional, que se comporta como una nueva derecha, entre nosotros y en otros países de América Latina. Ellos no pueden ser punto de desemboque de las crisis.
En los Discursos sobre la segunda década de Tito Livio, Maquiavelo habla de transiciones no sangrientas y cita el ejemplo de la caída de los Médici, cuyo costo fue su expulsión de Florencia en 1494. Tantas centurias después necesitamos inteligencia y valentía para romper las burbujas que nos aíslan del siglo XXI y comenzar a restablecer los vínculos entre la política, la gente y el cambio social.