La orden era permanecer en casa o salir para lo estrictamente necesario. En algunas zonas de Caracas se cumplió y en otras no tanto. Las mascarillas improvisadas estuvieron a la orden del día en el este de la capital durante el primer día de cuarentena en contra del coronavirus chino.
Raylí Luján / La Patilla
Entre la redoma de Petare y la estación La California del Metro de Caracas, en la avenida Francisco de Miranda, la vida parecía transcurrir con normalidad. El único accesorio extra era el tapabocas y no en todos los transeúntes. Las filas por alimentos o artículos de higiene respondían, en esta oportunidad, a la prohibición de ingresar todos los clientes a la vez a un establecimiento. En uno de los locales, la paciencia se agotaba y ya los clientes alborotaban la espera.
Funcionarios de las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES) vigilaban desde una torre alta improvisada en un módulo que se encuentra ubicado en el centro de Petare a quienes por allí se desplazaban. Con tapabocas que colgaban de sus cuellos y fusiles en sus manos solo observaban mientras vendedores ambulantes continuaban con su acostumbrado ritmo.
Una mujer que vendía tomates y otras frutas yacía sentada en una acera que comunica con La Urbina. Usaba tapabocas aunque no guantes al momento de entregar la mercancía. Aún así, los clientes llegaban.
En los municipios Chacao y Baruta, la situación cambiaba. Las calles estaban un poco más vacías y la mayoría de los negocios cerrados. Solo farmacias y automercados eran los autorizados para prestar servicios al público, siempre que contaran con la indumentaria requerida para su personal. Así mismo, debían exigir la mascarilla a quien deseara ingresar. El resto de locales de venta de comida debían despachar para llevar.
Las colas para surtir gasolina estaban presentes en las estaciones de servicio más concurridas, como la que se ubica en la avenida principal de Las Mercedes. La Policía de Baruta estaba a cargo de exigir el uso de mascarilla a los conductores. De no contar con tapabocas que les protegiera del contagio, debían improvisar uno aunque fuese con una camiseta. Muchos lo aplicaron. Ocurría lo mismo con el acceso a la jurisdicción.
En Plaza Venezuela, era bajo el flujo de transporte público. Durante un par de horas, cada uno de ellos fue supervisado por efectivos de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) que junto a trabajadores de la Alcaldía de Libertador emprendieron una campaña de concientización sobre el lavado constante de las manos y el uso de mascarillas. Uno de los funcionarios portaba un kit de agua y jabón y otro de gel antibacterial, lo vertían sobre los usuarios.
En el Hospital Clínico Universitario, uno de los centros de salud destinados para la vigilancia de la epidemia en la ciudad, estaba rodeado de pacientes y familiares con tapabocas, pero muy pocos funcionarios policiales y cero militares. Una carpa verde se encontraba a su lado izquierdo sin nadie custodiando. Era la 1:30 de la tarde.
En el recorrido por la avenida Urdaneta eran pocos los funcionarios de la Policía Nacional Bolivariana (PNB). Frente a la sede principal del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc), tres adscritos al ente conversaban entre ellos mientras se ajustaban los tapabocas.
El acceso por la avenida que rodea el Palacio de Miraflores estaba clausurado, como de costumbre. Los miembros de la Guardia de Honor hacían frente con mascarillas cubriéndoles el rostro.
En la avenida Sucre hacia Catia, todo seguía el curso regular. Ciudadanos transitaban las calles en búsqueda de alimentos, otros esperaban subirse a un autobús que los trasladara hacia su vivienda tras cumplir un horario restringido de labores. Algunos de ellos con destino La Guaira, lo que se traducía en una larga espera debido a la extensa cola que ya se contemplaba desde la entrada de la autopista Caracas – La Guaira.
Mientras tanto, un mercado popular de alimentos cercano al Parque del Oeste se encontraba a puerta cerrada y otro más adelante, de accesorios y vestimenta, abría al público.
Los tapabocas también estuvieron presentes en la zona. Incluso, en hombres y mujeres en situación de calle, que buscaban entre la comida mientras se subían la mascarilla hacia la cabeza y olvidaban la epidemia ante el golpe de realidad.