El argentino Dante Leguizamón poco se imaginó que sus vacaciones a bordo del crucero “Zaandam” para conocer Sudamérica lo llevarían hasta aguas panameñas en medio de contagiados por COVID-19 y muertos, sin dinero para regresar a su país.
“Es muy difícil sostener la salud mental” en estas condiciones, contó Dante Leguizamón a la AFP a través de un mensaje de video grabado en uno de los pequeños camarotes del crucero donde permanece encerrado desde hace seis días.
En ese habitáculo con una litera para dos personas, un pequeño escritorio, en el que solo cabe un computador y un par de termos, y sin ventana, Leguizamón pasa el tiempo mientras espera noticias del exterior.
Él es una de las 1.800 personas que el pasado 7 de marzo zarpó desde Buenos Aíres a bordo del “Zaandam”, con destino a San Antonio, en Chile. El trayecto original incluía un paseo por Montevideo, Islas Malvinas y Punta Arenas, en un recorrido de ida y vuelta.
Sin embargo, el viaje se vio modificado por el cierre de puertos y fronteras en Sudamérica para evitar la propagación del nuevo coronavirus y el buque terminó en Panamá, donde espera cruzar en las próximas horas el Canal para seguir su ruta hacia Fort Lauderdale, Florida, en Estados Unidos.
Durante el trayecto cuatro personas murieron en el buque y dos están contagiadas por el nuevo coronavirus.
Leguizamón, de 45 años, cuenta que decidió viajar en el “Zaandam” por invitación de un amigo pianista que toca en el crucero. La idea era hacer solo el trayecto de ida desde la capital argentina hasta San Antonio, desde donde regresaría a su país.
“(Mi amigo me dijo) loco, siempre te cuento de los barcos y no sabes cómo es, te invito, gratis, subite en Buenos Aires”, dice Leguizamón que le dijo su amigo músico.
“Acepté, me subí al barco con 150 dólares en la billetera con la idea de llegar a San Antonio y tomarme un colectivo para volver a Córdoba”, agrega este argentino de extensa barba.
Pero ahora todo cambió. De los 150 dólares solo le quedan 70 y ante la incertidumbre de si terminará ahora en Estados Unidos, sin visa y sin billete de avión de regreso para su país, sus amigos han empezado a recaudar fondos a través de una cuenta bancaria.
“Estamos recluidos en las habitaciones, yo estoy en una cabina que está en el primer subsuelo, hay 3 subsuelos, el A el B y el C, yo estoy en el A, ahí estamos. Podemos subir tres veces al día para comer, comemos y nos bajamos”, afirma.
Es una “locura”, sostiene mientras trata de imaginar en su minúscula cabina sus próximos días: “Ahora estoy en Panamá sin saber qué va a pasar”.
“Hay mucha incertidumbre, no sabemos qué va a pasar”, recalca. Sin embargo, pese a su angustiosa situación, aún recuerda algunos buenos momentos y alguna que otra fiesta a bordo del crucero.
“Acá había muchos franceses, después de los norteamericanos y junto con los ingleses, eran la mayor cantidad de gente que había. Eran los que mejor lo estaban pasando, se deben haber divertido hasta que nos recluyeron a todos y dejé de verlos”, afirma.
AFP