Se contagió con coronavirus, piensa, el lunes 9 de marzo. Sucedió en una reunión social de la que participaron menos de diez personas. Todas ellas salieron de allí infectadas. Sólo una tuvo complicaciones, y está conectada a un respirador entre la vida y la muerte.
Por Infobae
Diana Berrent es fotógrafa, tiene 45 años, está casada, es madre de dos hijos y vive en Long Island. Su historia podría cambiar la lucha contra el COVID-19. Es la paciente 000-1 de un tratamiento aprobado por la FDA (Administración de Alimentos y Medicamentos según la sigla en inglés), que se ensaya en pacientes graves con el plasma sanguíneo de personas que padecieron la enfermedad y hoy están recuperadas.
Su cuarentena fue de 18 días. El 30 de marzo fue su último día de aislamiento, y en esa fecha donó su sangre y su plasma para este experimento, que tiene antecedentes en enfermedades como el virus H1N1, la epidemia de SARS-CoV-1, y lade MERS-Cov, en 2012
“Jamás, ni en mi más salvaje pensamiento, pensé que sería la primer persona en mi área en contagiarme con Covid-19 y que, dos semanas después, lanzarían conmigo un programa nacional sobre una iniciativa de salud pública. Me hubiera parecido un guión mal escrito”, contó.
Después de tener los primeros síntomas -fiebre alta y dificultad para respirar-, se dirigió a un centro de salud cercano a su domicilio, en el barrio de Port Washington, donde viven unas 15 mil personas. Pero la falta de reactivos le jugó una mala pasada. Como no había estado en China o Irán, y no sabía si uno de sus contactos estaba infectado o había visitado a esos países, no le querían hacer el test. Tuvo que hacer público su caso para que un legislador, Tom Suozzi, ordenara que se lo hicieran.
En medio del aislamiento, tuvo una idea: comenzó de cero con Survivors Corps, un grupo que creó para identificar sobrevivientes del coronavirus y conectarlos para que sus anticuerpos puedan potencialmente salvar otras vidas.
“Cuando descubrí que tenía COVID-19 publiqué en Facebook que estaba infectada con el virus, pero también vi el lado positivo: con suerte, me daría un cierto grado de inmunidad. Y junto a otros que estuvieran curados, podríamos convertirnos en superhéroes de nuestra comunidad creando un cuerpo de sobrevivientes, como si fuera un Cuerpo de Paz de nuestra generación”. explicó.
Esta base de datos de sobrevivientes de COVID-19, a la que los centros de investigación pueden recurrir para facilitar el reclutamiento de quienes puedan donar sangre y plasma, comenzó hace apenas una semana y media ya tiene más de 17 mil inscriptos. La fotógrafa contó que “hay muchos lugares que están desesperados por contar con donantes para sus estudios, y esto hará más sencillo que los médicos se conecten con quienes hemos sobrevivido. En definitiva, lo hacemos para intentar salvar vidas de este virus que puede ser mortal”.
Berrent participa del estudio clínico que se realiza en el Centro Médico Irving de la Universidad de Columbia. Pero ha donado plasma a varias instituciones. “El miércoles lo hice en la clínica Monte Sinarí, donde nací. Me inscribí en cada estudio que encontré y estoy llamando, a través de Survivor Corps, para que otros hagan lo mismo”, relató.
Pero además, ese grupo, que ella llama de potenciales “superhéroes”, es también un ámbito que la contiene. “Cuando no puedo soportar el horror de las noticias, sintonizo a Surivor Corps y me da aliento el tremendo impulso de los estadounidenses que están ansiosos por ayudar a los demás. Yo digo que tomen mi sangre, que tomen mi plasma, que me hagan un hisopado una y otra vez en mi nariz. Si puedo llegar a salvar una vida, sería un milagro”, sostiene.
Las pruebas con plasma para crear anticuerpos comenzaron en la Icahn Medicine School de la clínica Monte Sinaí. Ellos desarrollaron el proyecto contra el coronavirus y compartieron en línea el método de cómo llevarlo a cabo para que laboratorios de todo el mundo puedan replicarlo. La idea es procesar el plasma de quienes han sobrevivido a la enfermedad, procesarlo e inyectarlo a los pacientes graves para estimular su sistema inmunológico y vencer al virus.
Además, las pruebas de anticuerpos servirían para demostrar qué porcentaje de la población está o ha estado infectada, incluso si han superado la enfermedad sin haber tenido síntomas. Esto haría más preciso el cálculo de la tasa de mortalidad. Y serviría para saber qué profesionales de la salud son inmunes al COVID-19, y así trabajen con menos restricciones de equipamiento.
Aunque la FDA (Administración de Drogas y Alimentos en su sigla en inglés) aprobó el ensayo, la comunidad científica internacional aún no lo hizo oficialmente. Los anticuerpos son proteínas que produce el sistema inmunitario y, de funcionar, serían capaces de anular al virus y, eventualmente, crear una vacuna.
Para Berrent, además, de comprobarse la eficacia del estudio, las posibilidades son infinitas tanto para los pacientes como para quienes han sobrevivido a la pandemia. “Si se confirman las sospechas que nos hemos vuelto inmunes, seríamos como superhéroes. Imaginen: podríamos ser voluntarios en la primera línea de los hospitales, sin ocupar un lugar en la grave y patética falta de equipos de protección de nuestros médicos; podríamos visitar ancianos que han estado aislados y llevarles comida sin temor a infectarlos. Y lo más importante: podríamos volver a trabajar”.