Venezuela es un gran paciente colectivo. Un organismo enfermo con una frágil estructura ósea que son sus instituciones prostituidas; un cuerpo anémico con enclenque capacidad para producir sus nutrientes alimenticios, energéticos, sanitarios. Su crecimiento intelectual mermado por la malnutrición materna e infantil. Su mañana, negado al progreso por el desprecio oficial a las universidades, a la investigación, al conocimiento. Su integridad física a riesgo de los agente patógenos del hampa, común y oficial.
Su espíritu, inducido a la baja autoestima, a la claudicación de aspiraciones personales, vigilado por el poder autoritario que ofrece subsistencia a cambio de dejar de hacer y pensar de manera individual. Es víctima de un tratamiento perverso que estimula la postración existencial, que coarta el amor a la libertad con represión y terror. Que incita a una desesperanza que eventualmente desagua en éxodo…
El agente causante de nuestra endemia se solaza imperando sobre este cuerpo enfermo.
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En 1665, Londres fue azotada por una terrible epidemia de peste bubónica. Una versión del fin de aquella peste, sugiere que, además de la cuarentena y heroicos esfuerzos sanitarios para contenerla, fue el Gran Incendio de Londres, ocurrido en el otoño de 1666, el que puso punto final a aquella pesadilla, porque el fuego arrasó con las ratas que eran el agente de la bacteria de la peste. El fuego que todo lo purifica …