La excepcional crisis global que enfrenta la humanidad hoy ha generado afirmaciones tan variadas y polémicas como también, a mi juicio, un tanto apresuradas.
Sin duda, es muy cuesta arriba negar lo inusitado y turbador que todo el desarrollo de la pandemia del covid-19 muestra, así como las secuelas que preanuncia en muchos órdenes de la vida.
Y aun cuando es obligante reflexionar profundamente sobre las circunstancias inéditas de aquella, luce precipitado adelantarse a los acontecimientos y sentenciar de una vez y para siempre sobre el alcance y la naturaleza de los cambios que se asoman.
¿Tienen razón los que anuncian con tono dramático, cuando no, casi apocalípticos, que el mundo que hemos conocido hasta hace poco está desapareciendo y que nos adentramos en otro con rasgos sustancialmente diferentes, desconocidos?
¿Con la crisis del coronavirus la humanidad está dando un salto cualitativo esencial? ¿Será el ser humano, en lo sucesivo, otro?
¿O se trata más bien de un acontecimiento novedoso al que la humanidad dará respuesta como en otras ocasiones históricas, asimilando, obviamente, la experiencia, pero manteniendo su naturaleza esencial?
¿Se canceló lo que conocemos como globalización?
Estas y otras interrogantes nos asaltan hoy, y no hay respuestas fáciles ni concluyentes.
Así, leemos que el muy conocido catedrático y filósofo político británico, John Gray, afirma terminante: “La era del apogeo de la globalización ha llegado a su fin. Un sistema económico basado en la producción a escala mundial y en largas cadenas de abastecimiento se está transformando en otro menos interconectado, y un modo de vida impulsado por la movilidad incesante tiembla y se detiene. Está naciendo un mundo más fragmentado”.
¿No será esto que señala Gray más bien, coyuntural, que una vez retomada la actividad las cosas volverán a su cauce, con los cambios que imponga la necesaria adecuación, producto de la experiencia vivida?
¿No estaba ya el mundo, en ciertos aspectos, fragmentado?
La interdependencia global configurada durante muchos siglos ha vivido épocas de ralentización, de retraimiento, por razones políticas, económicas o de otra naturaleza. Pero el curso que ha seguido no ha parado totalmente. Las múltiples e intensas conexiones entre países, pueblos y regiones han continuado de manera sostenida gracias a los avances constantes de la tecnología y los transportes, y no hay nada que nos haga pensar que no seguirá siendo así.
Las distintas dimensiones de la globalización muestran cómo son de profundos los lazos en el planeta. ¿Quién puede negar que su dimensión física nos interrelaciona a todos sin excepción, querámoslo o no? ¿Que los problemas ambientales nos globalizan, nos colocan en un entorno compartido, en el que las distancias se han ido borrando?
El calentamiento global es un asunto de toda la humanidad, de allí que su alivio nos concierna a todos y exija acuerdos y cooperación entre las naciones.
Ni hablar de la globalización económica-financiera-comercial, cuyos aspectos positivos y los que no, también nos compelen a interconectarnos y ponernos de acuerdo para afrontar variopintos y complejos temas que aquella trae consigo.
Las facetas social, tecnológica y cultural de la interdependencia son realidades de las que es imposible sustraerse en el mundo de hoy. Las migraciones permanentes, vivir en tiempo real lo que sucede a miles de kilómetros de nuestro hogar y la comunicación e intercambio de valores, modos de pensar, costumbres y modas, son hechos que van a seguir su curso, más allá de interrupciones coyunturales.
La porosidad de las sociedades que conforman la gran sociedad mundial es ya imposible de taponar, independientemente de retraimientos temporales motivados por crisis puntuales, por muy graves que sean.
Que hoy encontremos fenómenos políticos de rechazo a ese mundo globalizado incierto y complejo, cosa que, por lo demás, no es nueva, no significa una reversión total de un proceso que viene de lejos y que ya es ineluctable, improbable de parar. Habrá adaptación, dura y costosa, es verdad, pero la habrá.
Lo que sí pareciera una evidencia aun no concluyente del todo, es que experiencias como la del covid-19 vaya a cambiar las formas de las relaciones en el ámbito internacional, particularmente, en cuanto a niveles mayores de cooperación, coordinación y solidaridad, un acercamiento mayor de países y organizaciones internacionales que busquen preservar en lo posible la supervivencia futura.
Algunos hablan de una oportunidad para que el multilateralismo se refuerce, a pesar del resurgimiento reciente de conductas aislacionistas y proteccionistas en lo comercial, propias de nacionalismos trasnochados, de la ignorancia y/o de incomprensiones de las realidades.
Si hay algo para desear, visto lo visto, es que los líderes mundiales busquen integrarse y cooperar más. Los desafíos actuales y los de la post-pandemia exigirán trabajo mancomunado. Las realidades universales han ido imponiendo por la vía de los hechos un ritmo convergente e ineludible en todas las facetas de la vida humana.
No es nada fácil poner de acuerdo a todos respecto de los distintos asuntos en que nos vemos envueltos de manera global. Cada quien tiene sus visiones, intereses y preferencias, sin hablar de las ideologías demenciales que pululan en el mundo y con las que resulta casi improbable, en general, consensuar.
No obstante, en el mundo democrático, de raíces occidentales o no, en el que las libertades y el respeto de los DDHH son norma aceptada y acatada, quizás sea más fácil concertar acuerdos básicos de cara a ese mundo atiborrado de complicaciones e inseguridades que ha ido progresivamente cambiando y seguirá transformándose, sin dejar de estar interconectado, ampliando cada día que pasa, su porosidad en todos los campos del quehacer humano, y a pesar de los recogimientos transitorios.
Si nos atenemos a la historia, lo que conocemos como globalización, a mi juicio, proseguirá su itinerario secular, con sus altibajos, frenos parciales y vueltas a empezar. Con sus problemas, desencuentros políticos y económicos, pero también con sus cambios, adaptaciones y soluciones.
La pandemia actual ha subrayado la necesidad de la ineludible concertación entre los gobiernos del mundo.
El covid-19 se superará y quedará la lección, el escarmiento y el aprendizaje.