Como si la devastación de PDVSA tras años de abusos, ineptitud y corrupción, fuese un hecho irrelevante, la dictadura anuncia, cual habitual acto administrativo, una nueva propuesta de reestructuración. Destituye al trisoleado presidente que, en noviembre de 2017, prometía aumentar la producción en un millón de barriles diarios, pero la redujo de 1.9 MMBD a 0.6 MMBD. Para cerrar su gloriosa gestión afirma despedirse “con la moral intacta”. Probablemente lo premien con otro cargo.
La propuesta anuncia, sin sonrojarse, la eliminación de las decenas de subsidiarias no petroleras que por años parasitaron las finanzas de la corporación. Dedicadas a importación de pollos, textiles, calzado, bombillos y hasta reciclados cubanos, estos inventos clientelistas de Chávez fueron un festín de negociados para enchufados militares y civiles.
Ante la quiebra de la corporación y de las finanzas del país, coincidimos en que es ineludible la propuesta cesión de las operaciones al capital privado, sustancialmente extranjero, solo que la dictadura esperó el más desventajoso momento histórico, cuando el mundo está desbordado de petróleo barato. Sin más opción que perjurar de su rabioso patriotismo, la revolución termina concediendo medulares ventajas a los inversionistas foráneos: rebaja la participación nacional de 60% a 50.1%, modifica la Ley Orgánica de Hidrocarburos para otorgar prerrogativas, reduce la regalía, el impuesto sobre la renta y los impuestos municipales, se despoja de la potestad exclusiva de comercializar internacionalmente crudos y derivados, entrega las refinerías en contratos de comodato…A esta única y obligada opción llegamos.
¿A quién aplicarán ahora los revolucionarios el epíteto de “vendepatrias”, siempre tan en la punta de sus lenguas…?