De negro, genéticamente hablando, tenemos todos los seres humanos. Unos más que otros, desde que partimos en el camino de la humanización, hace poco más de 80 mil años, por la zona del llamado Cuerno de África. Un recorrido que llevó nuestros genes básicos negroides por medio mundo, hasta terminar por el sur de Chile (Concepción), y antes por el medioriente, Asia, Siberia, Norte, Centro y Sudamérica. Un viaje apasionante donde mezclamos una y otra vez nuestro ancestral origen hasta ser esto que somos hoy: una colorida piel con diversidad infinita.
El tema del racismo como pureza (-y los negros lo son en demasía), así como otros conceptos, son manifestaciones de algo que subyace muy en lo profundo de ciertas almas desesperadas de atención y que se denomina, Aporofobia(Adela Cortina). Sobre esto ya en más de una oportunidad hemos estado comentando. Porque si bien el concepto alude a la pobreza material, no es menos cierto que en los últimos tiempos se ha estado clarificando y amplificando hasta convertirse en manifestación de cierto pensamiento que abriga la necesidad de atención, protección y representacióna los más desvalidos. Es decir, el anhelo de un Estado paternalista del que nunca parece que han terminado de salir/dejar este tipo de individuos.
Las manifestaciones contra algunos símbolos históricos representados por monumentos en general, que han sido atacados, no son más que la consecuencia de mentalidades que jamás terminarán de convertirse en adultas.Curiosamente estas mentalidades se manifiestan, generalmente, entre los grupos políticamente radicalizados de izquierda, quienes, bajo supuestos criterios de reivindicaciones sociales, han salido a tirarle piedras al mundo.
El izquierdismo convertido en populismo siempre ha trabajado para imponer la “ilusión” de un mundo de “igualados”, donde la responsabilidad individual viene suplantada por la protección del Estado benefactor, todopoderoso y que le garantiza su estabilidad material, aunque no se esfuerce, ni por estudiar ni trabajar.
Indudablemente que cada país y cada sociedad tienen sus especificidades sobre este tema y lo abordan desde su perspectiva histórica correspondiente. En el caso de Venezuela, la mezcla genética es bien particular: poseemos cerca del 25% de influencia negra, otro 25% hispánica y el resto, 50% de memoria genética indígena. Lástima que menos del 1% de la población habla una lengua amerindia, aunque nos rasgamos las vestiduras en defensa de los pueblos y la historia indígenas. El racismo en Venezuela lo aplica una minoría de la sociedad contra esas culturas y la población negra. Esa es nuestra realidad. Sin embargo, como hemos indicado, el verdadero problema radica en la pobreza y de quien la padece. Porque prácticamente todos rechazamos la pobreza, y a quien la sufre le asumimos como débil, enfermo, minusválido, incapaz y por lo tanto, “objeto” de rechazo. No por ser negro o indígena sino por pobre.
En Venezuela, y en el resto del mundo, usted puede ser negro o blanco o indígena, pero si tiene bienes materiales y en consecuencia es “rico”, será bien visto, recibido y atendido. A esto se reduce la realidad que estamos padeciendo sobre las protestas mundiales, sea en Chile, Estados Unidos, Inglaterra o Colombia. Ya en Venezuela, hace varios años, desde el mismo Estado (cuando existía), las hordas de “colectivos culturales” se cansaron de derribar estatuas, destrozar iglesias y monumentos, y ahora se dedican a quemar bibliotecas y destrozar universidades. Esto es; muerte al conocimiento y el saber.
Es la mentalidad del infantilismo contra la tradición, principios y valores que representa el anciano sabio (Senex)ancestral en toda sociedad. La lucha debe ser no tanto en hacer justicia, sino en superar la pobreza material, y, fundamentalmente, la pobreza del “rancho mental” asumiéndonos como seres integralmente adultos, responsables y solidarios.
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