Si la vida de los larenses ya era caótica, ahora en pandemia es peor. Fallas en los servicios básicos, el alto costo de la vida y el pánico diario por el aumento de los casos de coronavirus en la entidad son los factores que han empujado a los guaros a sentirse hundidos en incertidumbre y a admitir que están pasando más trabajo de lo normal durante la cuarentena.
Por: Jennifer Orozco || LA PRENSA de Lara
“Para nadie es fácil, pero en los barrios es peor”, es como califica la situación Alejandra Piñango, quien reside en La Carucieña y es estilista. Por dos meses esta mujer tuvo que cerrar por completo su peluquería y quedó sólo percibiendo ganancias con pequeños trabajos a domicilio. Madre soltera de dos hijos, declara que se “las vio negras” y que ahora apenas se ha atrevido a trabajar unos pocos días.
“Los primeros dos meses fueron terribles. Mi negocio está en el centro de Barquisimeto, así que no pude ir más hasta que el transporte público mejoró. Sólo dependía de la comida de la bolsa CLAP que me trajo en dos oportunidades dos kilos de arroz, dos de pasta y cuatro de frijol chino y me comí todos mis ahorros. Sin gas, sin agua en La Carucieña y algunas veces sin luz, estuve al borde de la desesperación”, revela.
Aunque Piñango abre su peluquería sólo en días de flexibilización, el panorama para ella no mejora. “La semana que hay confinamiento me como el poco dinero que gano. Mis hijos deben pedirle el favor a una vecina que les preste el internet para poder terminar su año escolar porque yo no tengo y para rematar cada vez que salgo a trabajar, he tenido que caminar casi todo el recorrido de ida y vuelta, pues Transbarca y buses piratas pasan full”, afirma.
Para el sociólogo Carlos Meléndez, todas estas circunstancias difíciles deberían terminar en un estallido social, pero el temor de los larenses, ante antecedentes de protesta, hace que la manifestación no sea una de las opciones. “Hay que dejar de esperar el día D, el temor a los cuerpos policiales y a la represión hace que la gente no manifieste por miedo a la detención y la tortura”, declara.
Los encuestados afirman que es así. En comunidades de norte y oeste han protestado por servicios básicos, pero han sido breves cierres de vías que se disuelven a la llegada de policías.
“Pagamos el gas en diciembre, es junio y aún no lo traen. Hemos sacado ya toda la leña de los terrenos que tenemos cerca, pero ya no tenemos de dónde sacar. Los niños y niñas se han enfermado de las vías respiratorias, se nos han quemado ollas y no tenemos dinero para comprar leña, necesitamos el gas”, es la petición de María Loyo.
Loyo, además asegura que los constantes cortes de luz le quemaron la cocina eléctrica. “No queda otra opción que el fogón, pero cuando no conseguimos leña hemos tenido que comer pan con queso todo el día”, asegura.
Los cortes de luz constantes también han molestado a más de uno. Adolfo Fernández dice que para él ha sido muy difícil soportar tantas horas al día sin energía eléctrica. “En un edificio nos quedamos sin ascensor, sin agua porque las bombas funcionan con electricidad, sin teléfono, sin timbre y sin nada. Hemos pasado hasta 8 horas sin luz”, narra.
La gasolina ha sido otro tema álgido para los larenses que ha dejado a más de uno empujando carros en la calle y hasta detenido por protestar en las gasolineras. Tanto la subsidiada como la dolarizada es casi imposible de surtir. “Estuve 4 días intentando echar gasolina para poder trabajar y no pude. En ninguna de las bombas llegué cerca. Quedé sin combustible, pagué 20 dólares en una grúa y encerrado en mi casa sin trabajar. La pandemia empeoró lo que ya vivíamos”, afirma Carlos Rondón.