El empujón que el oficial de apellido Lugo le propinó al presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, en 2017, diputado Julio Borges, marcó, de hecho, el fin de la era democrática venezolana y el inicio de una época transitada por el fantasma del militarismo totalitario, arbitrario y abusivo. Después, el oficial fue reconocido por el régimen por tan “patriótico” hecho.
Ese empujón (ver en https://m.youtube.com/
Desde entonces en la Venezuela del régimen totalitario socialista chavizta se ha acentuado la presencia militar en la cotidianidad, en el día a día del venezolano. Esa es la realidad de este padecimiento colectivo.
Nos interesa, no tanto las consecuencias de estos actos, que obviamente mantienen a toda una sociedad sumida en la total indefensión, incertidumbre y pobreza, sino la trascendencia de una vida marcada por la presencia de la cultura militar. Y es que en Venezuela esa presencia es parte de la vida, no tanto en su historia como en los hechos de todos los días. Una vida marcada por la violencia en el hacer político nacional, fundamentalmente. Esto se puede evidenciar en la manera, ademanes y argumentaciones en la dirigencia política, tanto oficialista como opositora. Es la huella ancestral del aberrante autoritarismo y actuación arbitraria de los militares.
Lo que está en juego en la vida republicana venezolana de estos tiempos es precisamente estas dos caras, estos dos opuestos rostros: la actitud militarista contra la sosegada actitud de la consciencia cívica, ciudadana. Porque es falso que se siga indicando que el venezolano de estos tiempos es una persona pacífica. Baste observar, tanto quienes se encuentran en posiciones de poder, en cualquier situación, y ver cómo lo ejercen, como aquellos que se le oponen.
La violencia del venezolano es consecuencia de un modelo de autoridad que se soporta, desde hace varios siglos, en la fuerza de las armas y del hecho físico de la agresión, y no en el soporte de las ideas, conscientes y argumentadas. Ese es un hecho incuestionable, real y doloroso.
Consecuencia de ello es el recelo, el temor y miedo que el venezolano le tiene a la autoridad representada, tanto en los burócratas civiles como en el personal uniformado, militares y policías. Sobre este tema sobran estudios sociológicos, e incluso, en el área literaria existen novelas, cuentos que narran hasta qué punto este hecho ha corroído los cimientos de la civilidad del venezolano. Puede uno seguir el patrón de esta tragedia venezolana, por ejemplo, en la esclarecedora obra narrativa y ensayística de una venezolana, como Ana Teresa Torres, destaca escritora quien analiza en parte de su obra este tema. Otro venezolano ejemplar, civilista, es el profesor Luis Castro Leiva.
Difícil, traumático y arduo será devolver a los militares a sus sitios naturales de existencia, los cuarteles. Fácil será hacer que los políticos regresen a sus sitios originales, los espacios de los partidos. O a los docentes prestados a la política, a sus escuelas, liceos y universidades. Pero a los militares y policías, no. Sencillamente porque poseen armas y están organizados, respaldados políticamente, además de poseer control sobre la vida económico-financiera en la sociedad venezolana.
Por ello las palabras del actual ministro de la Defensa, quien indicó que la “oposición venezolana jamás será poder en Venezuela”. Bien que si esta afirmación no ha sido respaldada por sus pares en la milicia ni por el liderazgo del régimen. Lo cierto es que esas palabras forman parte de la cultura militarista más tradicional y rancia. Por lo tanto, toda negociación, transición o cambio político en Venezuela, tendrá que pasar por la alcabala militar, pues ellos tutelan (quizás desde hace varios siglos) el verdadero poder.
Será muy duro lograr cambiar esta mentalidad, esta “cachucha mental” en la cultura venezolana. Cambiarla por la sosegada consciencia cívica para construir ciudadanía que realice los cambios significativos que nos coloquen en el siglo XXI. Porque es falso que la sociedad venezolana entró en el nuevo milenio. Aún nos encontramos –y los hechos lo demuestran- lidiando con nuestros fantasmas seculares de mediados del siglo pasado. Tenemos que deslastrarnos de tanto héroe de latón. Tanto heroísmo de utilería desgastó la civilidad y sepultó el raciocinio de lo cotidiano, del sentido común de la vida.
Ya está bueno de tanto mártir, de tanto héroe, de tanta batalla de cartón. Necesitamos fortalecer la consciencia ciudadana y la vida cívica, incluso por encima del heroísmo y del martirio.
Los militares deben entender que su vida y su lugar de origen, son los cuarteles. Que están destinados, por las leyes constitucionales, a la obediencia del ciudadano y no al contrario. Este planteamiento es piedra angular para una real y verdadera vida republicana y democrática.
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