En el oeste de Rumanía se puede encontrar un profundo lago de aguas coloradas, de las que emerge la torre de una iglesia del siglo XIX. Las profundidades del lago esconden la aldea de Geamana, un asentamiento que sufrió las consecuencias de la minería.
Por RT
En 1977 el Gobierno rumano centró su atención en el yacimiento de cobre de Rosia Poieni. Se decidió construir una mina, pero para verter los residuos tóxicos de la extracción debería crearse un depósito. El valle en el que se encontraba Geamana, que contaba con unos 400 hogares, pareció un lugar apropiado.
A inicios de los años 80, más de 300 familias de la aldea fueron trasladadas a otras localidades. Pronto el agua cubrió los tejados de las casas. Los restantes habitantes de la aldea —actualmente, quedan en la zona cerca de 20 personas— notaron que el agua literalmente mata las plantas.
“La primera mala señal fue cuando las cerezas comenzaron a secarse. Habrían sentido desde el principio el veneno que entonces solo era subterráneo. […] Luego, las corrientes que fluían aquí se volvieron rojas una por una, como si uno vertiera sangre en ellas”, recuerda Nicolae Prata, uno de los vecinos de Geamana, citado por la revista Historia. Al igual de Geamana, otras aldeas quedaron cubiertas por las aguas.
Desde entonces, el lago atrae no solo a fotógrafos, sino a ecologistas que tratan de calcular las pérdidas y riesgos vinculados con la tóxica laguna. Según una estimación del Ministerio de Medioambiente de Rumania, se necesitan unos 15 millones de euros de inversiones para reparar el daño ecológico en el área. Mientras tanto, el lago solo está contenido por solo un dique, así que con cada fuerte lluvia aumenta el peligro para la zona vecina, indica Historia.