Pocas veces una medalla de oro tuvo tanto valor como aquella que se colgó hace 60 años, en los Juegos Olímpicos de Roma 1960, el jovencito estadounidense Cassius Clay, a quien el mundo reconocería años después como un gran luchador social, como el más grande peleador de toda la historia, como el legendario Muhammad Ali.
Ese 5 de septiembre de 1960, Clay dio el primer gran golpe y se encontró por primera vez con su destino. Derrotó al polaco Zbigniew Pietrykowski en la final de los pesos Semicompletos, y subió a lo más alto del podio, pero pronto se dio cuenta que ocupar esa posición privilegiada no era suficiente para trascender como terminó haciéndolo.
El paradero de esa presea de oro es incierto. Había teorías de que alguna vez Ali la aventó al río Ohio porque no le permitieron entrar a un restaurante donde sólo atendían a blancos, otras decían que sólo había sido un invento, pero la realidad es que esa medalla le dio a Muhammad los reflectores que quería, y cuando los tuvo, brilló más que el oro.
Debutó como profesional casi dos meses después de la conquista y y casi cuatro años después se consagró como el monarca más joven en haber conseguido el campeonato mundial de los pesos Pesados. Años después terminó siendo el primer púgil en haber sido tres veces campeón mundial de los pesos pesados.