No se puede, más bien no se debe, ir por la vida dando consejos a diestra y siniestra, hayan sido estos requeridos o no. Más tarde, o más temprano, el repartidor de advertencias se vuelve fastidioso, sencillamente intragable. Simultáneamente, debería considerarse conducta impropia desestimar la posibilidad de utilizar el tiempo en quehaceres realmente productivos, arrimar al bien común por ejemplo, para malgastarlo en el feo arte de criticar todo aquello que en aceras distintas se hace, solo, y especialmente, porque la iniciativa sobre lo que sea no surgió en el lado de la calle donde está parado el que critica.
Peor a lo anterior es pontificar constantemente sobre lo humano y lo divino, encaramado para ello en esa especie de atalaya de oráculo que se proclama es la experiencia o desde la arrogancia del autoproclamado saber, que, las más de las veces, no es más que la excusa idónea para esconder los intereses que realmente motivan el comportamiento. Intereses entre los cuales, dicho sea de paso, quizás el más entendible sea el humano complejo de querer tener la razón a como dé lugar; entiéndase esto último en su exacto significado: del modo que sea, cueste lo que cueste. Más entendible se dijo, no menos perverso.
Cuando la ristra arriba descrita se materializa en espacios tan propensos a desequilibrarse con rapidez inusitada como lo es el de la política, el desgaste de los participantes deviene no solo obvio. A veces, se torna irremediable. La pérdida de foco retrasa la obtención del objetivo, en caso de que no lo haga inalcanzable. Diatribas de por medio, cuando a devorarse llaman las trompetas, quienes deberían estar concatenados para enfrentarse al adversario poderoso, malgastan sus fuerzas en pretender ganar batallas que, por su propia pequeñez de alcances, no se sabe si son escogidas al saber de antemano que no se da para más o si porque, a fin de cuentas, se pelea en el único terreno dejado y abonado por aquellos que sí saben minimizar diferencias en aras de continuar atrincherados en el poder.
Durante el transcurso de la historia reciente de este país, en algunos sectores que deberían tenerlo como razón estratégica, el sustantivo unidad pasó de ser comodín dispuesto para lo que fuera a erigirse en aborrecible anatema, redundancia conceptual aquí deliberadamente asumida. Mientras tanto, como suele ocurrir en cualquier realidad política, quien efectivamente maneja las riendas del poder continúa en su función cotidiana; léase, ejercer dicho poder. La fantasía no tiene nada que ver con la realidad, dígase cuanto se diga. Amén, no solo siendo fuerte se sobrevive en política; hay también quien se nutre de la debilidad del contrario. Descifrar con propiedad a quien se tiene de frente es cálculo válido en estos menesteres. Obviedad absoluta: el resultado que se obtiene de sumar dos más dos no es el mismo que resulta de restarle dos a dos. No darse cuenta de ello es hacer la tarea que no se debe. En el contexto de estos días, la narrativa de la confusión se propaga y la opresión se mantiene.
A ver si le piden prestada la canción a Maluma. Quizás de esa forma agrandan el cuarto y son felices los cuatro.
@luisbutto3