En las sociedades agropecuarias que precedieron a la Primera (I) Revolución Industrial de fines del siglo XVIII en Europa y Norteamérica, la generación de la riqueza de las naciones se gestaba a partir de la tenencia de la tierra. La actividad económica y la producción y el ingreso nacionales giraban alrededor de la agricultura y la cría. La industrialización en la producción de bienes provocó un salto cuántico enorme en el crecimiento y el progreso de las naciones. La incorporación de hilanderías en la industria textil y la energía generada por el vapor ensancharon la riqueza de las sociedades que lograron industrializarse, mientras aquellas de extracción agraria empezaron a rezagarse en su desarrollo socioeconómico. El valor agregado de la producción industrial manufacturera comenzó a superar con creces al de la producción agrícola y pecuaria. Las sociedades dejaron de ser predominantemente rurales para convertirse en comunidades urbanas.
Con el advenimiento de la luz eléctrica, el concreto armado y la industria del acero en la segunda mitad del siglo XIX, la II Revolución Industrial liquidó los últimos vestigios del feudalismo terrateniente. La energía eléctrica y las nuevas tecnologías imbuidas en máquinas y herramientas sustituyeron a las bestias y las líneas de ensamblaje a la producción manual. Con la II Revolución Industrial la calidad de vida en los países avanzados mejoró de manera notable, más no la de sociedades extractivistas dependientes de recursos naturales y materias primas. En el siglo XX, las sociedades agropecuarias siguieron atrasándose y la brecha entre los países industrializadas y las llamadas naciones en vías de desarrollo se amplió aún más.
La productividad marginal del trabajador se disparó por la incorporación de las máquinas de producción masiva en fábricas y plantas fabriles. La productividad marginal del capital también se expandió exponencialmente y los trabajadores y profesionales asalariados o en el libre ejercicio de la profesión vieron crecer sus ingresos y sus patrimonios aumentaron como nunca antes. En las democracias liberales con economías de mercado se produjo un incremento generalizado de la riqueza y del capital social, el cual trajo consigo el surgimiento de inmensas clases medias y trabajadores calificados con elevado poder adquisitivo, alta calidad de vida y acceso a la educación, la salud y la sana recreación, facilitando una distribución más equitativa del ingreso y la riqueza.
En la segunda mitad del siglo XX, despuntó la III Revolución Industrial. El computador personal fue el punto de partida de la digitalización de los procesos de producción de bienes y servicios. Las maquinas en las líneas de ensamblaje han sido reemplazadas por ordenadores operados por una o pocas personas. La riqueza de las naciones ya no se rige sólo por la producción industrial manufacturera, sino por el conocimiento, la formación académica, las destrezas digitales y la cibernética. La III Revolución Industrial abrió paso a la sociedad del conocimiento. Los países que han abrazado la sociedad del conocimiento han crecido más y se han desarrollado más orgánicamente que las naciones dependientes de materias primas y recursos naturales. Más aún, el crecimiento y el desarrollo socioeconómico se ha evidenciado precisamente en sociedades que carecen de recursos naturales, como Corea del Sur y Taiwán, por mencionar sólo dos.
En el siglo XXI, la IV Revolución Industrial está consolidando la sociedad del conocimiento con avances cualitativos como los vehículos autónomos, el internet de las cosas, la inteligencia artificial, la robótica y las nuevas tecnologías de materiales. A ello se agregan las biotecnologías, la nanotecnología, la medicina nuclear y las energías renovables en procesos productivos e infraestructuras inteligentes.
En Petro-Estados como Venezuela, debilitados en su fibra productiva e institucional por una mentalidad social rentística, la tenencia de vastos recursos naturales genera más atraso que desarrollo sustentable y más consumismo inútil parasitario que emprendimientos innovadores. Ya “el tener las reservas petroleras más grandes del mundo” ha perdido significación frente al reto de insertarse en la III y la IV Revolución Industrial y forjar una verdadera e inclusiva sociedad del conocimiento.
@lxgrisanti