A medida que nos aproximamos a un país sin combustibles; a medida que la desesperada búsqueda de maderas para remplazar el gas doméstico ha dado inicio a la deforestación masiva del territorio; a medida que los padecimientos de los conductores para ripostar se prolongan, no por horas sino por días; a medida que la represión contra cualquiera que proteste contra los abusos se incrementa; a medida que la compra de gasolina se convierte, en los hechos, en un delito; a medida que los sufrimientos de los ciudadanos se extienden a la totalidad de las dimensiones posibles de lo cotidiano (comprar alimentos o medicamentos, ir al trabajo, ir al médico o realizar cualquier diligencia); a medida que Venezuela avanza hacia la paralización masiva de toda actividad privada y civil; a medida que el país ingresa en el que podría ser su más catastrófico capítulo, el régimen continúa concentrado en repetir, por todos los medios a su alcance, la única mentira que le queda a mano: que la falta de combustibles se debe a la confiscación que Estados Unidos hizo de cuatro cargueros que desde Irán, país promotor del terrorismo, viajaban a Venezuela los primeros días de agosto.
Este falso simplismo oculta que el actual estado de cosas es el resultado de un tejido de procesos, una sucesión de campañas que el régimen de Chávez y Maduro acometieron contra la industria petrolera, desde el primer día en el poder. A continuación, resumo solo diez de esas campañas –son muchas más–, con la expectativa de que arrojen una visión más compleja de por qué las cosas han llegado al precario estado de cosas de hoy.
Campaña 1. A Petróleos de Venezuela y a su actividad se les despojó de su carácter empresarial. Se la convirtió en una mezcla de organización partidista, fraudulento centro de beneficencias, oficina de empleo para ignorantes y sujetos sin credenciales ni conocimiento alguno de la actividad petrolera y, lo fundamental, en una organización sin control alguno por parte de la sociedad.
Campaña 2. Desvirtuado su carácter empresarial y productivo, se la promovió como una organización plastilina, quincalla, buena para todo y para nada: herramienta de sobornos diplomáticos, movimientos financieros opacos, unidad de trampas, sobreprecios, compras falsas, comisiones y todas las formas de corrupción que sea posible concebir.
Campaña 3. Entre todos los disparates, uno que merece su propio pedestal: la decisión de Chávez, en 2003, de que Pdvsa financiara directamente la Misión Barrio Adentro, boquete por el que salieron dineros para otras supuestas misiones y desaguisados, incluyendo maletas de dólares para repartir en otros países de América Latina y Europa.
Campaña 4. Apenas fue posible, se produjo la compra sistemática de la dirigencia sindical de Pdvsa que, entre cosas, fue incorporada a la dirección de la empresa, lo que convirtió a esas entidades en cómplices y testigos silenciosos de la devastación. Hasta que el monstruo no se devolvió en contra de ellos mismos, una parte sustantiva de la dirigencia sindical ha sido socio y beneficiario de la devastación.
Campaña 5. La persistencia en el tiempo del más absurdo de los absurdos, ha sido otro elemento que no puede desconocerse de la destrucción de Pdvsa: el precio de los combustibles en el mercado interno, el más bajo del mundo por años, subsidio desde hace décadas que ha contribuido aceleradamente al creciente debilitamiento financiero de la empresa.
Campaña 6. El irreversible declive técnico que comenzó en 2003, tras el despido ilegal y fraudulento de casi 20.000 trabajadores de Pdvsa, que no fueron nunca realmente reemplazados, pero que sirvieron de excusa para contratar a 100.000 afectos, escogidos entre los más incompetentes militantes del PSUV, con el objetivo de acelerar la ruina de la industria.
Campaña 7. Una de las campañas más eficaces de destrucción ha sido y es la de no inversión ni reinversión en la propia industria, con la consecuencia previsible: el creciente colapso de las operaciones por obsolescencia de los equipos, destrucción de la infraestructura, fallas de los transportes de combustibles por las más disímiles razones –que incluyen la falta de cauchos, de repuestos y la insólita falta de combustible para el transporte de combustibles–, incendios, explosiones (con costo de vidas), accidentes del más diverso origen.
Campaña 8. Declive de la producción, cuya caída se aceleró a partir de 2009. Tal como señalan los estudiosos del tema, se trata de un caso único en la historia empresarial de la civilización occidental: el paso de una industria que hoy debería estar produciendo entre 5 y 6 millones de barriles de petróleo, que producía 3,2 millones en 1998, y que hoy ni siquiera alcanza los 0.4 millones diarios. A ello hay que añadir el derrumbe de la capacidad de refinación, donde estamos situados hoy: con una refinería, la de El Palito, especie de cafetera peligrosa y abollada, donde a duras penas se refinan 20.000 barriles diarios, cuando su capacidad instalada sobrepasa los 140.000 barriles.
Campaña 9. La interconexión entre política cambiaria, precios por debajo del costo de producción y una insuperable red de corrupción de funcionarios y uniformados, que convirtió el contrabando de combustibles, especialmente hacia Colombia, en una operación controlada y protegida por autoridades militares, cuya escandalosa rentabilidad ha enriquecido a decenas y decenas de enchufados, civiles y militares.
Campaña 10. Que está implícito en todo lo anterior, pero que debo repetir y elevar en toda su significación: la conversión de Pdvsa en una ciudadela de la corrupción, en un inmenso botín –era la tercera empresa petrolera del mundo–, que se repartieron hasta su extenuación, casi 400.000 millones de dólares, con unas consecuencias, cuya expresión más acabada es justo esta: la de una nación con una tradición petrolera de más un siglo, que está próxima a alcanzar su punto de extrema impotencia: no producir ni una gota de combustible al día.
Este artículo se publicó originalmente en El Nacional el 13 de septiembre de 2020