Ahora que comienzo a escribir estas notas me acuerdo que cierta vez, en Puerto Ordaz, mientras conversaba con mi amigo y poeta, Francisco Arévalo, sobre la nueva poesía nacional, de manera tajante me interrumpió para sentenciar: -Es que el mundo está hecho de mal gusto.
Y cada vez le encuentro más sentido a esta sentencia. Creemos que el mundo y su gente andan como uno, revisando literatura, buscando contenidos de arte, yendo cotidianamente al diccionario para verificar un vocablo o pasar horas y hasta días perdido en la etimología de una palabra. Resulta que esto no fue, ni es, y creo que ni será así. La gente, y específicamente eso que llaman ‘masa’ es fundamentalmente elemental, básica, emotiva y cursi. Esa es la normalidad de la vida. Por eso uno es el raro, el sujeto/objeto que debe ser apartado y puesto en los laboratorios del mundo para ser analizado, desde cualquier ángulo. Y si es desde la óptica de la psiquiatría, mucho mejor.
Por estos días recibí un mensaje a mi WhatsApp. Leí con cierto desdén la noticia. Un venezolano, Rafael Cabaliere, había obtenido el premio EspasaEsPoesía. Revisé su perfil por las redes sociales (RRSS) y lo primero que me llamó la atención fue su advertencia: “Mis publicaciones en redes sociales no son poesía”.
Esta afirmación me resulta bien curiosa por la avalancha de comentarios malsanos que desde hace varios días leo por las RRSS donde se burlan del ganador del premio. Son una especie de ‘aforismos poéticos’ de eso evidente que es la vida. Una especie de Paulo Coelho con estructura poética, muy breve.
Acá una muestra de su escritura: “Que al terminar el día /te quedes con lo que hizo /brillar tus ojos, /lo que sumó /magia a tu vida, /con todo aquello /que agrandó tu sonrisa. /Y que mañana sea mejor.”
Pienso que casi siempre los iniciales textos de los poetas salen sin pies ni cabeza, al igual que casi todos los creadores. ¿Será acaso porque se están escapando de la cárcel de la normalidad, de ese mundo que menciono del mal gusto?
Sea por ello o por otras razones, lo cierto es que multitud de escritores han sido cuestionados en sus primeras publicaciones. Muchos grandes poetas se iniciaron en la torpeza y banalidad de sus versos y la imitación. Borges, por ejemplo, nunca le interesó saber de su primer libro. Otro caso similar ocurre con el poeta venezolano, Rafael Cadenas, quien confesó que su texto Derrota no era para nada un poema. Y hasta razón debe tener, pues fue por una circunstancia de la vida que el director de un periódico de izquierda, Clarín, Luis Miquelena, le pidió un poema para publicarlo con una nota, y el poeta le llevó varios. El director al revisar enseguida decidió, en su gusto panfletario, por ese contenido de versos llorosos y quejones.
Malo en verdad y con cierto refrito a lo Pessoa. Pero si de poetas que no quisieron reconocer sus poemas como tales, ha habido otros que han hecho estallar las neuronas de lectores, editores y críticos literarios. Me refiero al poeta, Rafael José Muñoz y su libro, El círculo de los tres soles. En lo personal tengo años intentando comprender al menos un verso en la maraña de lenguaje matemático, físico y astronómico de un discurso absolutamente críptico, como suelen mencionar los estudiosos del tema. Similar ocurrió con el poeta español, Leopoldo María Panero, tan relegado por años de los cenáculos pontificios de la literatura oficial. ‘Soez y loco’ por años fue catalogado y hasta en sus primeros textos se dudó de su escritura. Esto porque usó del lenguaje realengo y asocial, además de una temática que le llevó a tratar el incesto y glorificarlo. Una poesía no apta para mentes débiles, demasiado moralistas, religiosas e ideologizadas.
También podemos mencionar el caso del poeta italo-paquistaní, Umeed Alí, con sus escuetos textos deambulando de mano en mano por más de 30 años de vivir en las calles de Perugia y del resto del país. Vendiendo retazos de poemas para sobrevivir. Hoy comienza a reconocerse como quizás el más importante poeta italiano de las últimas décadas.
Mencionamos apenas estos casos para intentar comprender, más que condenar, a un joven escritor que hasta se duda que sea humano. Ya han aparecido quienes indican que sean escritos hechos por un bot (robot). Es que Rafael Cabaliere se ha convertido en un verdadero Beta de las RRSS, con poco más de 800 mil seguidores es todo un influencer de eso que comienzan a mencionar como “poesía Instagram” (tomo acá el término de mi amigo y especialista en literatura, Diego Rojas Ajmad).
Creo que el asunto está muy lejos de ser un caso de marketing, donde un ingenuo poeta se deja encantar por el monopolio editorial, en una operación ganar-ganar, donde uno obtiene un premio y el otro se posiciona en el mercado editorial. No, el asunto tiene otras aristas. Las nuevas tecnologías están imponiendo un tipo de utensilio tecnológico donde la escritura se adecúe a un nuevo lector. Ese que es mayoría y ‘licúa’ la banalidad de lo cotidiano y en su analfabetismo poético encuentra un tipo de lectura que le sirve para coincidir con el Otro y saber que no está tan desamparado.
Por eso la banalización del arte y la literatura se diluye en las RRSS encontrando un tipo de lector que devora eso que entiende, que le es cotidiano, simple, intrascendente y anodino.
Así le responde a Cabaliere uno de sus tantos lectores: “justo tuve sicologa hoy mas que sonrisa malos recuerdos y lagrimas. Si me pongo a pesar si ubo sonrisas al mirar al Sol en mis Mascotas siempre busco algo que me haga sonreir para no caer.” (sic)
Estamos en el tiempo de un tipo de arte y de literatura de lo decadente. Pero de eso que decimos decadente y banal, resulta para las grandes mayorías instaladas permanentemente en las RRSS, material imprescindible y necesario. Si se revisan los mensajes de sus seguidores se notará esta apreciación. Existe un ‘credo y práctica’ de la poesía como un hecho cuasi místico-religioso, donde, tanto estructura como lenguaje han sido reducidos a memes(¿memeficación de la mente?). Donde, ni la herencia cultural ni la tradición son importantes para esas generaciones de creadores y lectores. Aquí radica una propuesta de investigación bien interesante: el uso idiomático, tanto del escritor como del lector. (Es una soberana torpeza responder lacónicamente diciendo que son desaciertos ortográficos. Está ocurriendo un cambio drástico en el uso idiomático que nos negamos a reconocer).
Si me preguntan qué pienso de lo que escribe por las RRSS el joven Rafael Cabaliere, me apego a su advertencia en su perfil. No he leído su libro premiado, Alzando vuelo, que saldrá para mediados de octubre de este año.
Debo decir que mi curiosidad me llevó a indagar un poco más e hice contacto con Cabaliere por las RRSS. Su amable respuesta, al solicitarle una entrevista, fue enviarme la dirección de la responsable de relaciones públicas de la editorial. –Entonces existe y no es un bot, pensé. Además, incluyó luego un video donde aparece y de manera educada y respetuosa, se excusa de no poder ir a España a recibir el premio por la pandemia.
Yo apuesto por este joven, tan vapuleado, criticado y zarandeado por quienes, muy probablemente encerrados en los cenáculos literarios y masturbándose poéticamente, se elevan cual verdugos para despreciar a un solitario y desconocido joven que ha sido sincero y hasta ingenuo y quizás nunca visitó un taller literario ni se ha codeado con la oficialidad de quienes dicen conocer de poesía.
La responsabilidad, al final (¡y al principio!), creo que está en un tipo de Educación Idiomática que muy rara vez forma lectores sensibles, amorosos y cercanos a la voz y lenguaje poéticos, su estructura, ritmo, cadencia y musicalidad. Si es así, habrá que remover los mismos cimientos de nuestras vidas para ver si finalmente, podemos entender la poesía como un rasgo esencial de todo nuestro hacer y de nuestro ser.
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