“¿Cuándo va a hablar, maestra?”, se escucha en la voz de un niño, que espera atento la clase que Yolimar Velásquez, su maestra de 3er grupo, preparó para él y el resto de sus 28 compañeritos a través de Google Meet.
Raylí Luján / La Patilla
Son las 8:30 de la mañana del miércoles y Yolimar, una joven docente de 31 años de edad, ya preparó el espacio de su casa habilitado para la nueva modalidad de clases online en Venezuela, que aplica tras la llegada de Covid-19 en marzo.
Yolimar viste el uniforme del colegio en el que imparte conocimientos a niños en edad preescolar, desde hace 10 años. Se arregla el cabello, se pinta los labios y revisa que su trípode artesanal, armado por ella misma con cuatro cajas de zapato, esté adecuado para el momento.
Usa una laptop, que en ocasiones tiene que ceder a su mamá para otras labores, y su teléfono celular que se ha convertido en su gran respaldo. La acompaña un marco de foami y fichas de colores como backing. También la fe que deposita en Dios todas las mañanas, sobre todo en los días de clases, para que el internet funcione lo necesario.
Ese es uno de los retos que enfrenta. En su casa, solo cuenta con Internet ABA de Cantv. Si este falla, como suele ocurrir con frecuencia a nivel nacional, recurre a los datos de MB y GB de su operadora Digitel en el teléfono.
“Como es muy raro que se vaya el internet, al menos aquí en mi casa, puedo invertir como 400.000, 500.000 hasta 1.000.000 de bolívares en saldo. En el colegio, donde acudimos para apoyarnos con internet durante las semanas de flexibilización, si hicieron una inversión en este servicio”, explica.
Yolimar reconoce que el plantel donde labora es uno de los afortunados en medio de la desigualdad que reina a nivel educativo en Venezuela. Sabe que así como su colegio puede contar con todas las herramientas para hacer posible las clases a distancia, al cruzar la esquina, existe otro centro con menos recursos y más obstáculos para hacerlo posible.
De acuerdo a Fe y Alegría, solo 45% de los docentes venezolanos cuentan con un teléfono inteligente o una computadora, mientras que el 60% de los estudiantes no cuentan con servicio de internet fijo, según apuntes de Cecodap.
María Gracia Pérez, que dicta clases de preescolar en Tinaquillo, estado Cojedes, representa uno de estos casos. Su institución no cuenta con los medios tecnológicos para las clases online y optan por guías con las actividades descritas, que los padres y representantes deben retirar en físico.
Los docentes se encargan de ofrecer además una asesoría pedagógica a los padres, intentando sacar provecho de esta fórmula que se aleja de lo prometido por las autoridades de Nicolás Maduro, de proveer de internet a todas las escuelas a nivel nacional.
“Existe una ventaja que es poder estar en contacto con los padres, compartir las anécdotas de los niños y confirmar si efectivamente es el estudiante el que realiza las actividades, sin embargo también está la desventaja de exponernos al Covid ya que no contamos con los recursos de bioseguridad adecuados”, cuenta María Gracia.
Para esta docente en el centro-occidente del país, la falta de herramientas tecnológicas sigue siendo un obstáculo importante. Entiende que los niños actualmente encuentran mayor facilidad al momento de investigar y nutrir conocimientos con el apoyo de estos medios.
Lamenta también el no poder tener ese contacto directo con los niños, bien sea a través de una videollamada. Sabe que para ellos ha sido un impacto emocional el no poder asistir a la escuela, y en algunos casos, no contar con la paciencia de los padres para resolver las actividades asignadas o ser víctimas del desinterés.
Es por ello que desde julio implementaron el programa “Cada casa, una escuela”. Las docentes se trasladan a las casas de cada uno de los estudiantes para conocer las fallas en las entregas de las actividades. A Pérez le tocaba caminar hasta 5 kilómetros para chequear que los alumnos cumplieran con la asignación. Se encontró con respuestas como falta de material, tiempo o desconocimiento.
Mayvic Martínez, profesora de matemática de 1ero a 5to año y Física de 3ero a 5to año en Maracay, estado Aragua, se refiere a la incertidumbre y el estrés que causó en docentes y estudiantes la nueva modalidad durante los primeros meses. Notó entonces la necesidad de atender la gestión emocional.
“Alumnos brillantes con problemas de gastritis, otros que se tiraron al abandono manifestando que así no aprenderían nada, otros solo participaban en el chat para quejarse. Una joven, inclusive, intentó atentar contra sí misma. Estos casos los trabajé junto con la orientadora de la institución y el denominador común era que sus padres estaban en otros país y no podían regresar”, comenta Martínez.
A raíz de ello, inició un diplomado en neurogerencia en el que encontró herramientas que le permitieron conocer el manejo de las emociones. Decidió entonces llevar como bandera la empatía y romper paradigmas con respecto a la enseñanza de materias rudas y rígidas, creando su propio proyecto personal @yoamoensenar.
Mayvic insiste en que el reto más difícil es la falta de capacitación de los docentes en la nueva normalidad de educación a distancia. Fue testigo de cómo muchos docentes que usaron la herramienta de Foro Chat se limitaban a enviar cuestionarios y fechas de entrega sin retroalimentación. El motivo que regía en algunos era la falta de recursos materiales como teléfono inteligente o laptop.
Yolimar, al igual que su colega en Maracay, coincide en la necesidad de capacitar a todo el personal docente para la adaptación a esta nueva era. El personal de su institución contó con la posibilidad de una instrucción a cargo de la Universidad Católica Andrés Bello, pero no todos los planteles del país cuentan con esta opción.
Asimismo, considera que un mayor incentivo -el ingreso mensual de un docente en Venezuela es de 2 a 4 dólares, de acuerdo a la Federación Venezuela de Maestros- y un buen acceso a internet debe ser prioridad para que todos puedan mantener la misma línea dentro del sector educativo.
Para Yolimar, que jamás imaginó ser maestra hasta que una profesora de inglés en la universidad le planteó la idea, las clases virtuales jamás podrán ser iguales que las presenciales, sin embargo considera que estas llegaron para quedarse o al menos para combinarse con el mecanismo tradicional.
Tanto para ella como para sus otras compañeras, que el aprendizaje llegue y se mantenga en los niños y adolescentes de los que son responsables es la mayor satisfacción que obtienen de una vocación agridulce en Venezuela.