Tiempos sin precedentes, corren en Venezuela. Algo más que un esquema totalitario, la clave reside en la definitiva implosión espiritual de los venezolanos.
La guerra psicológica de la que hemos sido víctimas durante veinte años continuos, pareciera rendir frutos. Nos ha confinado al miedo colindante con el pánico, al estado de zozobra que tiende a vaciar de sentido la vida misma, convirtiéndonos en meros sobrevivientes de una situación ilimitada, ante la cual nos desean absolutamente resignados.
La reconstrucción del país, ameritará de un inmenso esfuerzo de recuperación de la dimensión espiritual que nos explica. Creyentes y no creyentes, coincidiendo en la reconquista de los espacios vitales que el régimen niega y repele.
Muy pocas veces, Hugo Sharpe nos refirió sobre la realidad política del país, pidiendo que nos cuidásemos por el oficio que desempeñamos. Lo conocimos algunos años atrás, con motivo de los ejercicios ignacianos en los que persiste el Padre José Martínez de Toda.
Hugo, fundó y también persistió con una entidad de servidores que, ante todo, aman y sirven y, a contrapelo de las realidades que pugnan por imponerse, siendo ellos una extraordinaria y pujante realidad, realizan con entusiasmo una labor encomiable. Reciente, Sharpe ha desaparecido físicamente entre nosotros, pero – camino a la Casa de Dios – deja escuela, ejemplo y emoción: fuerza y fortaleza espiritual para levantar a Venezuela.