El hombre de hoy capta las tinieblas de su tiempo y afincándose en el presente y afirmando su vida y dignidad enfrenta la oscuridad que lo asecha. Vemos emergiendo a un totalitarismo sutil con pretensiones de hacernos más dóciles. Ataca la virtud, la familia y al cristianismo por cultivar valores intrínsecamente humanos que favorecen la realización de la persona, la compasión, la tolerancia y acentúa su sentido de misión en la construcción del bien común.
Entendemos la política como actividad excelsa que busca expresar de la mejor forma la “libertad”, hoy se la desvía al enfocarse torvamente en la “seguridad”. Asistimos a la anulación de la política al concretarla limitadamente en la satisfacción de las necesidades básicas y dejando de lado su principal función de crear las condiciones para que la vida del hombre transcurra en medio de la libertad.
Fíjense en el cambio para mal que notamos en la liturgia de la muerte, que siempre tuvo un significado sagrado más allá del cuerpo. Con el entierro comienza la civilización. La muerte de un ser humano es algo sagrado, rechazamos las acciones denigrantes que obliga a la familia a trasladar a sus deudos en carretillas; estas indignidades son permitidas por un narcorrégimen que ha trabajado para crear un vacío existencial, ha desprestigiado el valor de la vida, ésta no vale nada con excepción de la claque usurpadora.
Nada bueno podemos esperar de un orden que postula la negación de la vida al valorar a la persona como un simple “pollo” de beneficio industrial. Rechazamos cualquier orden que ponga de lado la dignidad humana, igualmente las actitudes que desprestigian la vida humana al promover más eutanasias y abortos.
El ser humano con la dignidad que le es inherente está llamado a darle un sentido transcendente a su vida, superando la concepción biológica, biopolítica, de igualarlo al animal.
Luchar y vivir con un sentido trascendente implica distanciarse de los hechos y discernir de la mejor manera sobre los propósitos del mundo que se nos presenta, desterrando la mentira y remando juntos hacia el objetivo de una mejor civilización. El biopoder nos convierte en un paranoico global. Al manipularnos con el miedo a la muerte, apelamos a Cicerón que asumía la vida así: “Estoy vivo y no le tengo miedo a la muerte”.
Todas esas distorsiones son promovidas por una clase representativa de la oscuridad. El miedo como emoción e interpretación se convierte, no pocas veces, en creencias y prejuicios que son aprovechados por quienes pretenden la dominación de los otros. Confiemos en la ley natural escrita en nuestros corazones, pensemos en nuestro sentido trascendente, no somos seres para la muerte, sino seres para la vida.
Sospechemos de los saberes humanos que movidos por intereses bastardos buscan sumergirnos en un orden diabólico que no cree en la verdad y la libertad sino en explotación, saqueo y muerte, valiéndose de la desazón, la miseria y la tristeza imperantes; se funda en la mentira para masificar las sociedades y privatizar los Estados para las mafias.
Nuestra lucha no es ideológica, nos guiamos con las coordenadas de la verdad y la libertad. Y nos confiamos a Dios.
Por allí hay un liderazgo que cada día se crece, con predicamento y conducta coherente, preconizando que rompamos con el mal que nos estigmatiza como cuerpos dóciles, pasivos y viejos prematuros que se preocupan únicamente en vegetar como “seres vivos”, sin derecho a ser libres y dignos.
Venezuela es un proyecto expansionista, el punto de partida, la cabeza de playa, para la expansión China. Estamos siendo utilizados como mero campo de batalla. Depende de nuestro grado de conciencia y dignidad la firmeza necesaria para torcer el rumbo y evitar la consolidación del holocausto.
¡No más prisioneros políticos, torturados, asesinados, ni exiliados!