Unos dulces con forma de genitales son el nuevo símbolo de Chueca, el barrio queer de Madrid. Mientras gran parte de los comercios de esta zona céntrica de la capital de España han tenido que cerrar sus puertas o sobreviven a duras penas por la pandemia, todas las semanas se forman filas de clientes para probar los ‘pollofres’ y ‘coñofres’. “La gente no viene tanto por el gofre [waffle, o galleta de masa crujiente], sino por la experiencia”, dice el joven empresario detrás de estos productos virales que suman miles de seguidores en Instagram, como si fueran estrellas del pop.
Por: Infobae
La Pollería abrió hace unos meses en Chueca, una zona que ha cambiado mucho desde que en la época de La Movida madrileña, en la década de los 80, fuera conocida por sus problemas de drogas y prostitución. Hoy es uno de los núcleos comerciales de Madrid, a un paso de la Gran Vía. Y su pujante comunidad ha provocado la subida en los precios de la vivienda, expulsando a muchos de sus pobladores antiguos. Esta gentrificación ha llenado el barrio de tiendas de cupcakes y productos bio pero todavía siguen los escaparates provocativos donde se vende lencería y juguetes sexuales.
El establecimiento de La Pollería no desentona en estas calles con su más que sugerente reclamo. Da la bienvenida un cartel que dice “Tenemos eso que tanto te mereces”, junto a una foto de un gofre con forma fálica y cobertura blanca. Dos amigas adolescentes salían de ahí con sendos ‘pollofres’ en la mano este martes a primera hora de la tarde. “Vienen muchos chavales a esta hora, cuando terminan las clases en el colegio”, dice con una sonrisa Iván, tras el mostrador.
Todo es blanco y rosa en esta tienda, incluso el logo de la marca: un pene dentro de un corazón. Detrás del dependiente hay una hilera de ‘pollofres’. En los mejores días han llegado a vender mil unidades. Cuestan 4,30 euros (con el dulce incluido) y miden 17 centímetros de largo y cinco de ancho. “¿Todos son tamaño XXL, los prefieres europeos, latinos o africanos?”, pregunta Iván, mientras señala las distintas opciones de cobertura para el gofre: chocolate blanco, con leche o negro. También hay distintos toppings, cada uno acompañado de una pregunta con doble sentido dirigida al cliente.
“Aquí vienen a reírse y pasárselo bien, las bromas y la picardía son lo más importante del show”, explica a Infobae el creador, Pedro Buerbaum, un empresario de 25 años que se ha convertido en uno de los personajes más populares del barrio. “Es una locura la expectación que se ha generado. Cuando un turista venga ahora a Madrid, además de un bocata de calamares y unos churros con chocolate tendrá que comerse un ‘pollofre’”, bromea.
Cuenta que su plan inicial era lanzar un producto que llamara la atención durante el Orgullo Gay de Madrid, una de las celebraciones reivindicativas de la comunidad LGTBIQ más importantes del mundo. Aunque finalmente en 2020 no se pudo celebrar por el COVID-19, el evento reúne cada año en este barrio de Chueca durante varios días entre finales de junio y principios de julio a cerca de un millón y medio de asistentes. “Soy de la isla de Tenerife y cuando llegué a Madrid no sabía que se formaba una fiesta tan masiva, pensaba que era una especie de Carnaval pequeño”, reconoce Buerbaum.
Cuando abrió a finales de 2019 todas las expectativas se rebasaron. “Los fines de semana había colas de hasta tres o cuatro horas para probar nuestros ‘pollofres’”, recuerda. Tuvo que mudarse a otro local más grande y hace un par de meses, en plena pandemia, inauguró “por voluntad popular” La Coñería, su reverso femenino, a sólo unos metros del local principal, en la Plaza de Chueca junto a la salida del Metro. Desde el verano, además, arrasa con su nuevo lanzamiento: los ‘pollolos’, helados con forma de pene de sabores como sandía, maracuyá o mojito.
Polémica
Detrás del éxito hay una elaborada estrategia de marketing enfocada en lograr fenómenos virales. Cuando iban a abrir el primer local de La Pollería crearon usuarios falsos en aplicaciones de citas como Tinder y Grindr (dirigida a la comunidad queer) con imágenes de ‘pollofres’ y el logo de la tienda junto a fotos de perfil difuminadas. “El algoritmo no nos permite promocionarnos porque supuestamente nuestro contenido es inapropiado. Ese bloqueo lo sufrimos en todas las redes sociales, pese a que en Instagram tenemos más de 60.000 seguidores. Nuestra publicidad nos la hacen los clientes”, explica el creador.
Pedro Buerbaum siempre se ha considerado “un emprendedor”. Con 12 años hacía pedidos al por mayor y salía a las calles de Tenerife para vender toda clase de productos a los turistas. Con 16 comenzó a vender por Amazon tras montar una tienda online de bañadores. Tras vivir en Londres y Los Ángeles, antes de montar La Pollería en Madrid ya se había dado a conocer en el barrio vecino de Malasaña, antiguo centro de peregrinaje hípster en la capital (hoy también gentrificado), gracias a unos helados muy originales que elaboraba con algodón de azúcar.
Su éxito en el último año no ha estado exento de críticas. Según crecía su popularidad en el barrio (y en Internet) comenzaron a arreciar las opiniones negativas: que si está “cosificando” al colectivo gay, que si es “machista” por vender sólo penes (al principio, antes de La Coñería), que si busca enriquecerse causando polémicas… “Que hablen de ti siempre es positivo, aunque sea para insultarte. Me da igual que digan que soy un degenerado, lo único que me molestó es una vez que dijeron que no tenía originalidad: ¿yo, que siempre estoy buscando productos originales?”.
Una muestra de que su idea no sólo es novedosa sino que funciona es que ya han surgido imitadores, como una tienda en Barcelona que usa su mismo nombre. “Es una copia ilegal, ya está en manos de la justicia. Han querido imitar nuestro producto, comprando una máquina que hace gofres con nuestros diseños, pero no se dan cuenta de que nuestro éxito se basa en el trato tan especial con la gente. Los clientes que han ido allí nos han llamado defraudados, pensando que éramos nosotros”, lamenta.
Para elegir a su equipo (en la actualidad cuenta con varios jóvenes para atender sus dos tiendas en Chueca), no se fija en la experiencia laboral sino en la empatía de los candidatos. “Hacemos entrevistas grupales y ahí vemos enseguida quienes destacan. Buscamos personas que sean muy abiertas y graciosas, que pongan a la gente a bailar y a cantar, que tengan un toque bastante loco”.
Cuando entramos a La Coñería una pareja de franceses, chico y chica, pide un ‘coñofre’ con cierta timidez pero con evidente curiosidad. “¿La lechita la queréis dentro o fuera?”, les pregunta Verónica, una venezolana que trabaja allí desde la inauguración, en agosto. Pronto les conquista con su discurso, ofreciéndoles múltiples variedades con su correspondiente guiño sexual: los trozos de galleta, las láminas de coco y hasta los tipos de helado están relacionados con distintas características de la vagina.
“Nadie te enseña a vender un coño, no existe un manual, es algo que aprendes cada día. Hay un guion pero a partir de ahí cada vendedor improvisa. A final, los clientes tienen que poner su granito de arena para que el show funcione”, dice esta publicista, que llegó hace tres años a España. “Esto tiene mucho de interpretación, incluso a veces me convierto en su sexóloga, me cuentan experiencias íntimas que no te las creerías”.
La pareja francesa sale con su ‘coñofre’ y una sonrisa, pero no se ha dejado llevar todo lo que Verónica hubiera querido. “Algunos clientes incluso han llegado a hacer una coreografía en TikTok para convencerme de que les ponga más leche. Me adapto a cada uno, por ejemplo si viene un chico o una chica argentinos les canto la canción de La Mosca Tsé-Tsé, pero con una pequeña variación: “Yo te quiero comer la vulva sin dejarte respirar”.
Si la pandemia no ha logrado terminar con la fiebre de los ‘pollofres’ y ‘coñofres’, su creador está convencido de que, siempre que la situación vuelva a la normalidad, el próximo año podrá organizar “algo muy gordo” para las fiestas del Orgullo Gay en Madrid. Además su plan es abrir franquicias para quien quiera replicar el modelo con la misma marca en otras ciudades, tanto de España como en el extranjero. “Es algo tan loco que podría funcionar en cualquier lugar, por ahora ya es el monumento más icónico de Chueca”, sentencia Buerbaum.