Valera, Trujillo. – Resulta preocupante observar cómo se repiten en los centros y periferias globales discursos populistas que retoman con barniz de sofisticación las consignas de la “democracia total”, enemiga de la representatividad y amiga de aquel maleable constructo que llaman El pueblo.
Pero ¿qué de negativo puede tener una “democracia total”? Se preguntarán los venezolanos que no aprendieron de la súbita desaparición de la Constitución de 1961 por una coyuntura política en 1999. Pues, nada más y nada menos que todo el peso avasallador de masas que buscan ideales y redentores, caracterizadas -hasta en países tops del desarrollo- por poder votar siendo poco hábiles o desinteresadas en comprender sus instituciones políticas y sus mecanismos.
Diferenciaba muy bien el ya fallecido, Ignacio García Hamilton en ¿Por qué crecen los países?, que “mientras en Francia –con quien Latinoamérica comparte y hereda mayor tradición institucional- la garantía de los derechos descansaba principalmente en la letra de la Declaración de los Derechos del Hombre, en los Estados Unidos la protección se fundaba en la separación de los poderes, en un sistema práctico de pesos y contrapesos y en control de la constitucionalidad por parte de los jueces”. Esto último es algo muy engorroso e insuficiente para las siempre urgentes demandas mayoritarias.
Con la elección presidencial americana reaparecen las voces contra la representatividad, en este caso encarnada por el sistema de Colegios Electorales, producto de un intrincado entramado institucional que se ha sostenido más de 200 años.
Ya vemos a los analistas latinoamericanos de televisión diciendo, desde la superioridad moral automática que reviste ser de un terruño periférico, que la elección en el Norte no es lo “suficientemente” democrática y se requiere una “participación más directa de las mayorías” algo que suena mucho a la quimera de la “democracia participativa y protagónica” de la Constitución del 1999 precisamente porque parte de esas premisas.
Argumentan que falta un sistema de voto directo y mayorías simples para ser democrático, pero cuando hacen observaciones a los problemas estructurales de América Latina se toman solo de subterfugios históricos o coyunturales, saltándose olímpicamente las variables institucionales, como las hondas consecuencias que ha tenido el voto directo en las dinámicas electorales de nuestros centralistas regímenes presidencialistas.
En su mayoría creen que la solidez de las instituciones está solo en el deber y la norma, pero de ser así cualquier modelo político funcionaria sin más variable que le afecte. Definitivamente el papel lo soporta todo.
También escucharemos a voceros que sí hacen vida plena dentro de la política americana y piden hacer “menos complejo” el sistema. Arguyen que es necesario que el votante conozca cómo funciona todo, mas ese argumento es bastante débil y hasta puede alegarse en cualquier país.
Recordemos que en EE.UU. los ejercicios legales y políticos están basados en las costumbres locales. Un ciudadano que no conozca a grandes rasgos cómo funciona el sistema, lo hace básicamente por desinterés o falta de acceso a la información, pero casi cualquiera que se tome unos minutos para leer cómo funcionan los Colegios Electorales puede entender cosas la representación de los Electores Delegados por estado basados en el número de puestos en el Senado para dar sentido y peso a la federación en la elección presidencial.
Entonces ¿por qué hay grupos pidiendo hacer un cambio en el modelo de los Colegios Electorales? Detrás de la simplificación está la intención de hacer una política más populista -para grandes mayorías- y mucho más centralista desde el punto de vista político y administrativo -fórmula amenazante para un país presidencialista como ese- porque la búsqueda de los votos quedaría en los núcleos urbanos principales y eso repercutiría en un cambio de focalización de recursos e intereses estratégicos de los políticos, vaciando a la federación de contenido y peso, entre más cambios.
Otro argumento en contra de este sistema es que simplemente hay que cambiarlo para que sea como el de “los demás países”. Esto es una suprema levedad, en 1787 erigieron una Constitución con ese sistema ¿por qué abolirlo y no perfeccionarlo o seguirlo adaptando a los tiempos? Además, ¿cuáles son esos países a imitar? Porque si quieren ser como Suecia deberían reformar el Estado asumiendo un gobierno parlamentario, no se puede cambiar el sistema de elección partiendo de que nada más se afectaría.
Un supuesto fin del sistema de Colegios Electorales dejaría atrás un genuino legado político de los Padres Fundadores para la humanidad. El resultado tangible de su reflexión filosófica sobre la limitación del poder del Estado por medio de las mismas instituciones, algo brillante cuando vemos el regreso del encanto por los hombres fuertes o paraísos terrenales.
El temor legítimo que estaba tras la configuración de un modelo tan complejo fue llamado por Alexander Hamilton, en The Federalist, la “tiranía de las mayorías” porque ni los pueblos son “la voz de Dios”, ni la democracia es un fin en sí misma, en ella siempre yace la amenaza a las minorías.
Es un sistema que está hecho para que ningún poder, inclusive el de las mayorías, avasalle a otros. Por eso es que el llamado facilón de la política populista contra la representatividad solo puede abrir las Cajas de Pandora desinstitucionalizadoras de los borrones y cuenta nueva.
Andrés Anthonio Segovia Moreno, Licenciado Cum Laude en Comunicación Social ULA (2016), Diplomado en Gestión Pública de la ULA-Nurr (2016)