Jamás vi unas elecciones presidenciales norteamericanas más emponzoñadas, sesgadas, envenenadas y fementidas como las que han pretendido obstaculizar el paso de la reelección de Donald Trump. Ha sido un ataque en capote, desconsiderado y desleal, de la progresía mediática universal que ha pretendido convencernos hasta la saciedad de que Trump es odioso, autocrático, antipático, prepotente, abusador y desconsiderado. Y el estandarte del rechazo y la odiosidad contra Trump, sorprendentemente, no proviene de los tradicionales enemigos de los Estados Unidos: Rusia, China, el Islam. A los que Trump ha enfrentado en sus cuatro años de gobierno con la fortaleza de un demócrata convencido. Viene desde dentro de los Estados Unidos mismos. Principalmente del feudo de los demócratas.
Ha sido sometido diaria y sistemáticamente al escarnio del humorismo más ácido, al rechazo de la más afilada Intelligentzia – si cabe darle ese nombre – de las élites intelectuales, de los consejos editoriales de los más prestigiosos periódicos y revistas de Occidente, de sus más populares comentaristas de televisión, prensa y radio. Se ha hecho de buen tono sostener que Trump es bárbaro, estúpido, pretencioso, inculto y desaforadamente ambicioso.
Ha sido ésta una odiosa e insoportable campaña ad hominem. En la que la principal propuesta de Trump – make America great again – ni siquiera ha sido discutida. Los chinos, desde luego, punta de lanza de los más virulentos y devastadores ataques contra los Estados Unidos, vale decir: de la prosperidad en democracia y del respeto a la integridad de los derechos humanos, se aprovecharon del desconcierto y la confusión en que entraron las élites políticas e intelectuales del Mundo Libre – sea dicho sin complejos de inferioridad ni mala conciencia -, enzarzadas en su bizantinismo más miope y banal, para producir el corona virus en sus laboratorios de guerra bacteriológica, y exportarlo desde Wuhan a los Estados Unidos con el ánimo de atacarlo en sus bases. No es casual que sean ellos, los Estados Unidos las principales víctimas de sus devastadores efectos. Y por más que la progresía, estúpida, impertinente y sabionda, reclame airada contra esta sospecha, desde esos propios laboratorios renace tan aterradora acusación.
Los editorialistas que se han ensañado contra Trump – pienso en los de El País, de España, que se han cebado atacándolo al menor pretexto y en los de CNN, empeñados en su cruzada anti Trump – no se explicarán las razones que podrían llevar al pueblo norteamericano a repetir en su porfía de reafirmarlo en la Casa Blanca. Más papistas que el Papa, culparán de ello a la supuesta estupidez de un pueblo que le confía sus destinos a un ser tan impresentable. Ni siquiera se les ocurre pensar en la profunda sintonía que ha unido a Trump con su pueblo. Razón que posiblemente lo lleve a reelegirlo, a pesar de tantos esfuerzos en contrario.
En 2016 aseguré que Trump ganaría, contra viento y marea, la Casa Blanca. A pesar de los pesares, me atrevo a asegurar ahora que lo relegirá, así parezca una absurda quijotada. Ni la Clinton ni Biden calzan los puntos como para vencerlo. A ambos les faltaba lo que, al parecer, le sobra a Trump: amor americano. América seguirá en buenas manos.