Ha sido sometido diaria y sistemáticamente al escarnio del humorismo más ácido, al rechazo de la más afilada Intelligentzia – si cabe darle ese nombre – de las élites intelectuales, de los consejos editoriales de los más prestigiosos periódicos y revistas de Occidente, de sus más populares comentaristas de televisión, prensa y radio. Se ha hecho de buen tono sostener que Trump es bárbaro, estúpido, pretencioso, inculto y desaforadamente ambicioso.
Ha sido ésta una odiosa e insoportable campaña ad hominem. En la que la principal propuesta de Trump – make America great again – ni siquiera ha sido discutida. Los chinos, desde luego, punta de lanza de los más virulentos y devastadores ataques contra los Estados Unidos, vale decir: de la prosperidad en democracia y del respeto a la integridad de los derechos humanos, se aprovecharon del desconcierto y la confusión en que entraron las élites políticas e intelectuales del Mundo Libre – sea dicho sin complejos de inferioridad ni mala conciencia -, enzarzadas en su bizantinismo más miope y banal, para producir el corona virus en sus laboratorios de guerra bacteriológica, y exportarlo desde Wuhan a los Estados Unidos con el ánimo de atacarlo en sus bases. No es casual que sean ellos, los Estados Unidos las principales víctimas de sus devastadores efectos. Y por más que la progresía, estúpida, impertinente y sabionda, reclame airada contra esta sospecha, desde esos propios laboratorios renace tan aterradora acusación.
Los editorialistas que se han ensañado contra Trump – pienso en los de El País, de España, que se han cebado atacándolo al menor pretexto y en los de CNN, empeñados en su cruzada anti Trump – no se explicarán las razones que podrían llevar al pueblo norteamericano a repetir en su porfía de reafirmarlo en la Casa Blanca. Más papistas que el Papa, culparán de ello a la supuesta estupidez de un pueblo que le confía sus destinos a un ser tan impresentable. Ni siquiera se les ocurre pensar en la profunda sintonía que ha unido a Trump con su pueblo. Razón que posiblemente lo lleve a reelegirlo, a pesar de tantos esfuerzos en contrario.
En 2016 aseguré que Trump ganaría, contra viento y marea, la Casa Blanca. A pesar de los pesares, me atrevo a asegurar ahora que lo relegirá, así parezca una absurda quijotada. Ni la Clinton ni Biden calzan los puntos como para vencerlo. A ambos les faltaba lo que, al parecer, le sobra a Trump: amor americano. América seguirá en buenas manos.