El pueblo de los Estados Unidos habló, y eligió a Joe Biden como el presidente No. 46 de esa gran nación. Fue una campaña intensa, seguida de días de tensión en la etapa aun parcialmente inconclusa de conteo de votos. Trump se niega a reconocer el resultado, y emprenderá acciones legales, pero analistas serios y hasta voceros calificados de la tolda republicana coinciden en que carecen de un basamento sólido, y que es casi imposible revertir el resultado. Las primeras palabras de Biden y de su compañera Kamala Harris han sido bien recibidas: sanar al país, unidad nacional, reconciliación, tomar la pandemia por los cuernos, y liderar un gobierno para todos, independientemente de por quién hayan votado.
Los venezolanos debemos guardar gratitud hacia el presidente Trump por el apoyo decidido que ha brindado a la causa de la libertad de Venezuela, y a que el pueblo logre más temprano que tarde romper las cadenas de la tiranía que lo oprime. Pero como venía pronosticando en columnas anteriores, los hechos son tozudos, y hoy estamos ante una nueva realidad política en EE.UU. Por ello, la grave crisis venezolana, y la amenaza que el régimen gobernante plantea a la paz interna, continental y mundial, deben llevar a blindar una política de Estado y no de gobierno, como se evidenció cuando el Congreso de EE.UU. ovacionó en pleno a Juan Guaidó durante la ceremonia del mensaje presidencial sobre el estado de la Unión de enero pasado. Hay que asegurar además que se cumplan los compromisos de campaña de Biden para emprender una reforma migratoria más justa y humana, y otorgar el estatus TPS a miles de venezolanos que han huido del régimen de Nicolás Maduro, lo cual será un alivio para tantos compatriotas que desean residir y trabajar de manera autorizada, amén de su oferta de no bajar la guardia en la lucha por la causa de la democratización de Venezuela. Igual diría para el caso de Colombia, pues la relación bilateral es estratégica y atemporal, con temas sensibles como la lucha contra el narcotráfico, el terrorismo, y el mejoramiento de las relaciones económicas en el marco del TLC vigente.
Los comicios de EE.UU. han dejado en mí algunas reflexiones, que trato de resumir de seguidas: a) El populismo de cualquier signo es vendedor, pero a la postre pasa facturas; b) exacerbar las diferencias políticas entre partidos y ciudadanos, sembrar vientos, lleva a cosechar tempestades; c) el aislamiento internacional de la primera potencia económica del mundo, ese “mirar hacia al ombligo”, debilitando las relaciones con Europa, China, Canadá y otros, el neoproteccionismo y los golpes infringidos al multilateralismo, han estimulado a China a llenar espacios que va dejando abiertos gratuitamente EE.UU, y paradójicamente, a asumir la defensa del multilateralismo y el libre comercio.; d) la guerra tecnológica entre ambas potencias debe resolverse con más desarrollo científico y un agresivo impulso a las nuevas tecnologías por parte de EE.UU., y no necesariamente con “palos en la rueda” al adversario, sin perjuicio de la justa defensa de la propiedad intelectual y el conocimiento; e) EE.UU. ha mostrado una vez más la fortaleza que le imprime la movilidad social, pues Biden y Harris vienen de estratos humildes, ella de primera generación de inmigrantes, y de esfuerzos por abrirse espacios a pulso, basados en la educación, la perseverancia y la resiliencia, que son los que hacen la diferencia, no así las fortunas de que dispongan; f) los miedos sembrados en la campaña, de que Biden-Harris llevarán al país a la izquierda deben considerar que Biden ha mostrado a lo largo de su dilatada carrera política su compromiso con la economía de mercado y el Estado de Derecho; amén de que la institucionalidad estadounidense, con pesos y contrapesos, llevan a que en este período ese papel le corresponda al Senado, si se confirma la mayoría Republicana, y a la Corte Suprema de Justicia, de mayoría conservadora, sin espacios a caprichos o saltos al vacío; g) la democracia se basa en reconocer la voluntad popular, y saber ganar o perder; en esta oportunidad Biden obtuvo los votos para ser elegido por el Colegio Electoral, y en el voto popular 4.200.000 votos más que su adversario, con un récord histórico; h) el estilo pugnaz, prepotente y a veces narcisista del gobernante saliente, y sus ejecutorias en el plano nacional e internacional, deben dar paso a una visión más reflexiva y de largo plazo, en función de los intereses fundamentales de los EE.UU. y de occidente, y sobre las responsabilidades planetarias de las cuales no puede sustraerse la nación del norte, entre ellas en el prioritario problema del cambio climático; i) el manejo de la pandemia fue subestimado por Trump en su magnitud y consecuencias, y es tal la cifra de contagios en pleno auge, que el COVID 19 le pasó también una factura; j) las elecciones son como el fútbol, se ganan por un voto; George Bush hijo le ganó a Al Gore por 537 votos en el Estado de Florida, y ello lo catapultó a la presidencia de la nación; por su parte, Hillary le ganó en voto popular e Trump, y no obstante, este fue electo presidente, sin traumatismos; k) el sistema electoral de EE.UU. sigue mostrando debilidades y anacronismo, tanto en el tema del Colegio Electoral, más propio del siglo XVIII en que fue concebido, como la logística del voto por correo, y las autonomías regionales. Quizás sea tiempo de revisarlo, de lo cual se habla desde hace algún tiempo, pues habría que privilegiar el voto popular, en aras del respeto a la voluntad mayoritaria de los habitantes, o al menos de una proporcionalidad en los votos que se emiten para la designación del Colegio Electoral.
Grandes retos esperan al nuevo gobierno en cuanto a gobernabilidad, por la polarización, por tener una de las Cámaras del Congreso en contra, y por los acuciantes problemas prevalecientes, razón por lo cual corresponderá a Biden manejar una compleja agenda legislativa buscando construir una visión bipartidista en temas fundamentales. Biden tiene a su favor décadas de experiencia ejecutiva y parlamentaria. La reconciliación, la reactivación económica, el desmonte de la fractura y la violencia racista, la reinserción de EE.UU. en la comunidad internacional, el polémico sistema de salud, son apenas algunos de los grandes desafíos que tiene por delante el futuro gobierno.
Una cosa es indudable: el país y el mundo han recibido con sosiego el cierre de la contienda electoral, salvo sectores que mantienen aún los ánimos exaltados, que esperamos vayan moderándose con el transcurrir de los días. Nuestro deseo, como el de tantos gobernantes y líderes que se han manifestado a lo largo del mundo, es por el éxito de la dupla Biden- Harris, que lo sería para el mundo libre, y para nuestra América toda. Ojalá que la nueva administración sea además sensible a los acuciantes problemas de sus vecinos latinoamericanos, hacia los cuales EE.UU. ha carecido de una visión estratégica y de largo plazo. Después de Kennedy y la Alianza para el Progreso, EE.UU. se ha alejado de la región, en comparación con la atención e ingentes recursos que destina a regiones como el Medio Oriente, ello pese a la influencia creciente de la izquierda radical y la que el régimen chavista proyecta en contra de la institucionalidad democrática y la paz en varios países del continente, con el apoyo de sus aliados geopolíticos: Cuba, Rusia, China, Irán, Turquía, el crimen organizado, el Foro de Sao Paulo y la guerrilla colombiana. Es también tiempo de reflexión y decisión a ese respecto.