“A las 3 de la mañana empezó al calvario”, recuerda Marichel Peñaloza. “Al tiempo que se fue la señal de celular el viento se enfureció; soplaba, iba y volvía, temblaba la tierra, las paredes, el mundo entero parecía que fuera a acabar”.
Daniel Pardo // BBC MUNDO
“Pero nos mantuvimos orando a pesar de la angustia y nos salvamos de milagro, porque Dios es misericordioso, porque todo lo material se destrozó; todo está café, no hay arboles, no hay animales, las iguanas están sin arboles donde montarse”.
Peñaloza es una de las residentes de Providencia, una isla en el caribe colombiano, que fue evacuada a la más grande isla de San Andrés, después de que el lunes el huracán Iota arrasara con todo.
La mujer de 33 años pudo salir de Providencia, donde viven 5.000 personas, debido a que un señor de 92 años, así como sus tres hijos, depende de ella.
Desde San Andrés, donde el gobierno de Iván Duque impulsa la operación de rescate, Peñaloza habla con BBC Mundo entre llantos y euforia, mezclando el español y su inglés nativo a medida que sus emociones se lo dictan.
“Apenas aterricé en San Andrés me arrodillé en el piso, abrí los brazos y le dije a Dios gracias, gracias, gracias por habernos salvado”, añade.
Providencia era, al menos hasta ahora, uno de los secretos mejor guardados del exuberante paisaje colombiano, quizá porque sus habitantes —de raíces afro, anglo y colombianas— nunca permitieron que el turismo llegara en masa.
A eso se añade la falta de presencia estatal, que da como resultado una infraestructura precaria, un hospital de poco alcance y viviendas construidas con materiales locales, casi todas de madera, sin capacidad de contención ante un huracán categoría 5 como Iota, que superó a cualquier tormenta que hubiese pasado por allí antes.
Iota arrasó con todo lo que se había construido en Providencia desde que desembarcaron los españoles en el siglo XV. “Destruyó el 99% de la infraestructura”, lamentó Duque. Y, sin embargo, apenas una persona (y otra en San Andrés) perdió la vida.
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