La detención de un rapero ha llevado a varios activistas a una huelga de hambre. Lo que comenzó como una reunión de amigos solidarios que exigían la liberación de Denis Solís ha derivado en una explosiva situación.
¿Qué hace singular la huelga de hambre de estos opositores y artistas independientes? La respuesta a esa pregunta apunta al contexto y no al uso del ayuno como herramienta de reivindicación. En la historia reciente de Cuba, el cuerpo ha sido utilizado con frecuencia como plaza cívica de demanda, a falta de caminos legales y democráticos a través de los cuales los ciudadanos puedan reivindicar derechos y denunciar injusticias. El caso más dramático de los últimos años es, sin duda, el de Orlando Zapata Tamayo, fallecido en febrero de 2010 tras 86 días sin ingerir alimentos.
Pero una década después de aquella muerte que pudo haberse evitado, el contexto político y social es muy diferente. El país atraviesa la crisis económica más profunda de este siglo, la figura autoritaria de Fidel Castro es historia pasada y los funcionarios que han escalado los más altos cargos de la nación son vistos -por la mayor parte de la población- como una banda de inútiles oportunistas. A eso se le suma la reciente apertura de tiendas en divisas para la compra de alimentos y productos de aseo que ha provocado una ola de indignación popular ante lo que es visto como un “apartheid monetario”, que divide la sociedad entre quienes tienen dólares y quienes no.
En ese escenario, que la pandemia de coronavirus ha agravado aún más, un grupo de jóvenes ha decidido no comer para exigir que se eche atrás la condena de ocho meses de prisión contra el rapero que, en un juicio exprés, fue condenado por el presunto delito de desacato contra un policía. El gesto de solidaridad de estos activistas ha movido conciencias y en los últimos días se han escuchado muestras de apoyo de varios sectores, incluso de aquellos que hasta hace muy poco no se pronunciaban ante la represión contra disidentes.
Organismos internacionales han pedido a las autoridades de la Isla que liberen a Solís, un centenar de cineastas se han unido en una carta abierta de apoyo a los huelguistas de San Isidro y las redes sociales hierven de llamados a preservar la vida de los jóvenes a través de un diálogo que permita escuchar sus voces. Pero la Plaza de la Revolución parece haber elegido hasta ahora el camino de intentar fusilar sus reputaciones llamándolos “marginales” y creadores “sin obra conocida”, además de rodear la casa donde se encuentran con un estricto cordón policial que impide el acceso de amigos o familiares.
Varios estómagos vacíos y una deteriorada casa en un pobre barrio habanero son ahora el principal frente de batalla contra un sistema desesperado y peligroso.
Este artículo se publicó en 14ymedio el 26 de noviembre de 2020