“Churchill se dio cuenta de inmediato de la terrible amenaza que esto representaba para Gran Bretaña. Esa misma tarde le escribió al presidente Roosevelt: «Usted será sin duda consciente de que el panorama se ha ensombrecido rápidamente. Si fuera necesario, continuaremos la guerra solos, y es una idea que no nos da miedo. Pero confío en que se dará cuenta, Sr. Presidente, de que la voz y la fuerza de un Estados Unidos no servirán de nada si se retienen durante demasiado tiempo. Puede encontrarse con una rapidez sorprendente con la realidad de una Europa completamente sojuzgada y nazificada, y el peso puede ser mayor del que podamos soportar».
Húngaro de nacimiento y londinense por adopción, el historiador John Lukács ha escrito algunas de las obras más valiosas e importantes sobre los más dramáticos días que precedieron a la tragedia de la Segunda Guerra Mundial. De entre ellos, posiblemente el más ilustrativo y conmovedor sea Cinco días en Londres, mayo de 1940. En los que con una minuciosidad y un conocimiento sin parangón describe una a una las trágicas horas de esos cinco días en que el mundo contuvo el aliento ante el zarpazo con el que Hitler y sus tropas se hacían en horas y bajo una invasión avasalladora y que parecía incontrolable con el dominio de Bélgica y Francia, tras apoderarse de Holanda, Dinamarca y los países escandinavos. Mientras las tropas inglesas, acorraladas en Dunquerque tras el fracaso de su intento invasor esperaban ser recogidas por todo artilugio florante, convocados por Churchill para recogerlos de las playas francesas y devolverlos a su patria. A punto de ser invadida por el nazismo hitleriano. El mundo estaba a un tris de caer en manos del nazismo. La mayor tragedia vivida por la humanidad estaba a punto de consumarse. Aún no sabemos y posiblemente jamás lo sepamos por qué razón Hitler, que tenía todas las cartas a su favor, prefirió ahorrarles a los británicos la humillación de una cruenta derrota. Tuvo en esas horas el futuro del mundo en sus manos. Prefirió lanzarse a las estepas tras la conquista de la Unión Soviética. Selló con ello la alianza de Churchill con Stalin, causal de su fáustica derrota.
Cada uno de esos cinco dramáticos días de Mayo de 1940 es analizado y descrito con lujo de detalles, minuto a minuto, por el gran historiador inglés. A través de ellos aparece y se destaca como el más relevante líder histórico de la circunstancia Sir Winston Churchill, perfectamente consciente de que el futuro no sólo de Inglaterra o de Europa, sino de la humanidad, estaba en sus manos. El crucial enfrentamiento del polémico y discutido líder conservador con el jefe de la fracción apaciguadora, Neville Chamberlain, es mucho más que una disputa política local. Es un enfrentamiento que destaca el verdadero frente de batalla: la lucha entre el bien y el mal. De la que el bien termina por salir triunfante sobre el mal gracias a la conciencia, a la sabiduría y al extraordinario coraje de un hombre al que aún no se le reconocían las extraordinarias dotes de estadista y guerrero que pronto lo alzarían como el salvador de la humanidad.
La declaración de guerra a muerte dictada por Churchill contra Hitler debiera estar grabada en los corazones de todos los políticos a los que les cabe la defensa de Occidente frente a Oriente, del capitalismo liberal frente al socialismo soviético, de la democracia frente a la autocracia, de la Libertad frente al Sometimiento, de la propiedad privada frente al colectivismo. Y sobre todo en las cabezas pusilánimes y obsecuentes del periodismo progresista mundial, que se niega a reconocer el perfil de los principales enemigos de Occidente, aún vivo bajo la inspiración del gran estadista inglés. Nuestros principales enemigos están en China y el colectivismo soviético y en el Islám y el fanatismo religioso.
La vida de Churchill, a quien Lucács le dedicó una breve y espléndida biografía, constituye el más rico y pedagógico reservorio de grandeza política. Debería ser el ejemplo a seguir. Sigámoslo.