Como en 2015, el golpe fue contundente. La verdadera oposición se alió, en esta oportunidad, aunque tácitamente, sin acuerdo firmado, en torno a la abstención como respuesta política a la convocatoria a unos comicios que buscaban expropiar malamente la Asamblea Nacional obtenida en aquel glorioso diciembre, como éste, con manifiesta votación entonces hacia los candidatos y partidos opositores. En 2915 la participación fue cercana al 80%. La abstención de este domingo pasado debió ser mayor, pero las cuentas, deliberadamente, no lo reflejan. Nada, los números andan por ahí, cerca.
Se ratifican múltiples posiciones en la ciudadanía venezolana: su más que absoluto desprecio a la tiranía y sus ejecutorias. Esto quiere decir que aborrece abiertamente a Nicolás Maduro y sus secuaces. Que rechaza el secuestro de los poderes públicos: Consejo Nacional Electoral y Asamblea Nacional, explícitamente. Y Ejecutivo y judicial por interpretación y deducción logica. Que desea libertad y democracia. Que no se deja manipular por la más agresiva propaganda y publicidad. Que se pasa por el entendimiento las amenazas con la comida Que detesta a los traidores que se hicieron pasar por opositores. Qué desea votar con garantías para otorgar legitimidad. En fin, que quiere variar hace años tiranía por democracia. Elocuente demostración con el soberano acto de no llegarse a centros electorales tomados por los secuestradores.
Ahora, me gustaría acentuar lo de la ratificación. Porque los mensajes no parecen haber variado mucho desde por lo menos hace cinco años, como pudiera creerse o hacerse creer. Se reafirma hoy la contundente manifestación de 2015, de otra forma, pero en similares proporciones: cerca del 80%. O más, diría yo, si se limpian los trucos generadores de votos y votantes artificiales. Resulta lógico. En cinco años el deterioro de la vida se ha agravado y el deterioro de las libertades también.
El asunto resulta entonces similar, aunque profundizado. Un país que en su derecho humano a la opinión manifiesta que no quiere a quienes mantienen el secuestro de los poderes y, por otro lado, o en frente, un grupo de secuestradores que no suelta a sus víctimas. ¿Quién y cómo le pone el cascabel al gato? No basta la reafirmación de la voluntad. Hay que hacerla valer. Y el problema es el mismo de hace cinco años. Después de horripilantes consecuencias y múltiples desvaríos.
Con la ayuda internacional, tenemos la obligación de encontrar la solución, la respuesta, para frenar la continuación de este secuestro. La unidad está dada como bien puede colegirse, con sus bemoles naturales, tácita, como se vio el domingo, en torno a los ideales de libertad, democracia y elecciones libres. Luce más claro ahora que hace cinco años el panorama. Antes se creyó que con envalentonamientos y discursos altisonantes bastaba. Hoy se sabe que se requiere la fuerza indispensable para el desplazamiento, que sin ella no será posible. Lección más que aprendida después de tantas dictaduras anteriormente depuestas Ha sido la falla. Luce sencillo, aunque no lo sea: Hay que terminar de construir esa fuerza, porque el grito sangrante de la ciudadanía por más de cinco años no ha sido suficiente. Se necesita más y hay que conseguir cuanto antes ese poder donde esté, para que desplacemos para siempre a los secuestradores y nos libremos de sus garras criminales.