“Hace muchos años, Diego entró en un sueño del que nunca se pudo despertar, por la mezcla de los antidepresivos con el alcohol. Esta situación se podía ver cuando arrastraba las palabras y no era claro al hablar. Sus últimos años fueron dormidos. Fue una de las personas más inteligentes que conocí. Me quedó la sensación de que quizá se pudo hacer algo más, no sé. Hace un tiempo hablé con Claudia y las hijas. La última vez que charlé con él, sentí que necesitaba que alguien lo rescatara, por eso se lo planteé a ellas, para que llevaran la bandera, que es lo que corresponde y yo iba a ir atrás como loco. Era un pibe indomable. Si le decías pará o cuídate, era para quilombo. El único que tuvo cintura para saberlo llevar fue Guillermo Coppola. Que quede claro: Diego hacía siempre lo que quería”. Con la sinceridad de toda la vida, Carlos Randazzo habla con la autoridad de quien conoció en profundidad a los varios Maradonas que habitaron en Diego.
Horas compartidas, tanto en el pináculo de la gloria, como en el reservado y maravilloso aire puro y natural de Villa La Angostura, que fue terruño de Carlos y hasta donde el Diez llegó en los ’90 en busca de paz. Esa que, quizás, nunca alcanzó.
“Su situación era muy compleja por varios motivos. Si vos consumís cocaína, quedas mal, pero al otro día puedes recomponerte, pero cuando la mezcla es de fármacos y alcohol, la historia se complica y lo más probable es que nunca más puedas rescatarte. Fui testigo de cuando Diego lo llamaba a Coppola hasta uno o dos años atrás, porque sabía que con él iba a poder recuperarse. En una de esas charlas, le confesó que de grande se había enamorado mucho y a mí me quedó la impresión de que cuando se terminó la relación con Rocío, quedó herido de amor”. Esta sentencia de Randazzo se entrelaza con un verso maravilloso de García Lorca, que habla de un olvido, casi como una pintura de los días finales de Maradona. Metiéndose en el terreno de la número cinco, Carli -como lo llaman- tampoco le escapa a la comparación, la más odiosa de todas ellas para el futbolero argentino:
“Para mí Messi es lo más grande a nivel números, estadísticas, etc. Me encanta el chiquito como juega. Pero en la comparación hay que tener en cuenta aquella frase de Diego: ‘Si yo no me hubiese drogado, ¿sabes el jugador que hubiese sido?’. Es una gran verdad, porque creo que si Lionel toma dos copas de vino, ni se anima a salir a la calle. Maradona era un superdotado físicamente. En una ocasión fuimos a disputar un mundial de fútbol rápido a México y, cuando llegamos, nos metimos los dos en una habitación y arrancamos. Al otro día era el partido. Yo no podía ni moverme y él se levantó, jugó y la rompió. Eso le terminó jugando en contra, porque se sentía invencible”.
La relación entre ambos tuvo su punto de partida en 1979, por los meses donde Carli, como todo el mundo lo conoce al ex delantero de Boca, había explotado a fuerza goles en tonalidad azul y oro y Diego estaba recién arribado de Japón, con la gloria del título mundial juvenil.
“Una vez leí un reportaje donde él decía que quería ser mi amigo, algo que me llamó la atención, porque me lo cruzaba en algunos lugares, pero me daba vergüenza acercarme. En 1979 aparecieron los que deben haber sido de los primeros juegos electrónicos, una empresa llamada Jet, y nos llevaron a los dos a una conferencia. Me comentó que tenía un departamento, sobre la avenida Las Heras, justo arriba de un boliche donde él sabía que yo solía ir. Me dijo que pasara esa noche, y por ahí para salir juntos. Lo hicimos, cada uno en su Mercedes Benz y ¡sin plata!. Ninguno de los dos tenía un mango encima, pero nos hicieron pasar en todos lados. Ese era un Diego espléndido, muy sano, al que le gustaba salir de noche, pero que se cuidaba más que yo”.
El destino repartió las cartas y los enfrentó cuatro veces a lo largo de 1980, donde siempre uno de los dos (o ambos) marcaron goles en aquellos encuentros entre Boca y Argentinos. Pocos meses más tarde, en febrero 1981, Randazzo estaría involucrado en el conmocionante pase de Maradona al club Xeneize.
“Además de la plata, Boca le daba en parte de pago seis jugadores a Argentinos. Uno de ellos era yo, pero me quería quedar para jugar con él. En la primera reunión pedí una fortuna para que me dijeran que no y me respondieron que sí. Diego estaba en Mar del Plata y me fui hasta allá para contarle la situación. Él me dijo: ‘Carli: en una nota en El Gráfico afirmé que quiero estar en Boca y compartir la habitación con vos. Desaparecí 10 días que el pase se hace igual’. Era imposible hacer eso, pero seguía haciendo fuerza para quedarme, hasta que me pusieron toda, pero toda la plata, firmé y se destrabó la historia. Cuando se enteró, se enojó mucho conmigo, decía que le había fallado y no me habló por un año. Y eso que era muy, pero muy amigo. Luego las cosas volvieron a la normalidad y me lo demostró al irme a visitar a la cárcel. Yo estaba en Caseros y vi que la hacían una entrevista viniendo desde Sevilla, donde decía que lo primero que iba a hacer al llegar a Argentina era venir a verme. Y así lo hizo, hecho que cambió mi vida en el penal, donde me pude mover con otra tranquilidad, pese a que allí la pasé mal”.
La vida de Carli. Esa ruleta rusa de sensaciones difícil de equiparar. Del dulzor de aquellas horas de esplendor a la amargura de los tiempos de la cárcel: “Yo hice muchas macanas en mi vida, pero las dos veces que estuve en cana no tuve nada que ver. La primera fue a comienzos de la década del ’90 por un homicidio se produjo en la puerta de mi casa, donde dos se agarraron a tiros y me terminé comiendo un año en cana. No sabía qué hacer y por eso, cuando cayó la policía, me escondí dentro del tanque de agua de casa. Con el tiempo, me agarró hepatitis por la situación y me entregué. Todo el mundo sabía que yo no había sido, pero me armaron una causa y chau. La tranquilidad que tengo es que salí absuelto y limpio. Lo mismo con lo que ocurrió cuando vivía en el Sur, porque mi pareja de entonces tenía marihuana encima dentro del auto. Ella decía “Esto es mío, Carli no tiene nada que ver”, pero adentro de nuevo. Ahí, en un año, me leí más de 200 libros. Era bravo estar preso en Zapala, eh, nadie te visita… Son enseñanzas de vida”.
El pase de Diego a Boca fue una novela de muchos capítulos y final incierto hasta el mismo momento de la firma televisada en directo. Randazzo le aporta otro elemento increíble a aquellas horas febriles: “Al día siguiente fui a una concesionaria Mercedes Benz de la calle Montes de Oca, en musculosa y ojotas, y al ver una coupé cero kilómetro pregunté el precio. Me dijeron 80.000 dólares, a lo que respondí a cuanto me la dejaban si la compraba en ese instante y la bajaban a 70.000. Fui al banco donde trabajaba Guillermo Coppola y le pedí la guita. Trató de aconsejarme de que no lo hiciera, pero nadie me paraba (risas). ¡La compré y hasta salió el propio Juan Manuel Fangio a felicitarme! Fui manejando al negocio de la familia y cuando me vio mi viejo, me preguntó de quién era. Le contesté que mía y casi me mata: ‘Andá a devolverla ya mismo’. Obvio que me la quedé” (risas)
Tras el Mundial de España, Maradona comenzó su periplo europeo con la camiseta del Barcelona. En uno de sus regresos al país, se reencontró con Randazzo. Aquel no fue un momento más: “Recuerdo bien el tema de la cocaína. Yo ya había arrancado acá y él allá. En realidad, yo la conocí de casualidad en un viaje por Francia, donde me pareció una pavada, algo simple, pero soy consciente de que es lo peor que te puede pasar. Debo ser franco: no conocí en el mundo una persona que haya tomado la cantidad que tomó Diego. Una cosa asombrosa, porque podía hacerlo por dos o tres días y cuando dejaba era un pibe totalmente normal. Yo creo que a él no lo mata la cocaína, sino que, cuando la dejó, comenzó a consumir antidepresivos, ansiolíticos y alcohol, por lo que entró en un sueño, del que nunca más pudo despertar. Tras mucho tiempo sin vernos, nos cruzamos en una pelea de Acero Cali en el Luna Park. Cuando me vio, se tiró de cabeza desde un VIP, me abrazaba y llorando me decía: ‘Carli, buscame, buscame’. Me dio la impresión de que no estaba bien, ya comenzaba a arrastrar un poco las palabras al hablar”.
Volvieron a verse en otro momento muy sensible en la vida de Maradona, cuando el dolor lo atravesaba de lado a lado por la muerte de Don Diego, su padre: “Estuve ahí y en el momento que nos hacen pasar a todos los jugadores, Diego se me vino encima, me tomó del brazo y no me largó durante el tiempo que le agradeció a los demás. Terminado eso, me llevó hasta el féretro para despedirme de Chitoro. En un momento, me dice: ‘Carli, te veo muy bien a vos y me alegro. ¿Qué hacemos?’ y yo le respondí ‘búscame’, tal como habían sido sus palabras. Estaba esperando que alguien lo vaya a rescatar”.
A mediados de 1985, Argentina se clasificó en forma agónica para el Mundial de México y nadie pensaba que Diego brillaría allí como nunca antes ni después. En ese momento, Randazzo fue vital como puente en el inicio del vínculo Maradona – Cóppola: “Él pensaba que Jorge Cyterzspiler lo estaba choreando y no era así, por eso fue el distanciamiento. Allí le dije que debía tenerlo a Guillermo al lado. Diego dio varias vueltas, le pidió exclusividad y comenzó administrándole unos campos en la provincia de Corrientes. Voy a contar algo que nunca dije: en ese momento, yo estaba de novio con una piba llamada Claudia, igual que su novia. Entonces él me dijo: ‘Por qué no nos casamos los dos juntos con nuestras Claudias’. Una cosa increíble. Le dije que no, yo no estaba para compromisos ahí”.
La caravana triunfal del Boca de Juan Carlos Lorenzo se detuvo en julio de 1979 cuando Olimpia de Paraguay le ganó la final de la Copa Libertadores, truncándole los sueños de tricampeonato. Había que rearmarse para el Nacional, de inminente comienzo y allí el Toto echó a manos a algunos jóvenes. Randazzo fue la figura indiscutida y un aluvión imparable.
Desde varios ángulos, Randazzo configuraba un caso muy especial. Incluso por ser de una histórica familia de La Boca, dueños de una conocida florería, pero todos hinchas de River, incluso él: “Eso nunca me dio problemas, porque era la situación donde el pibe del barrio llega a Primera; además, antes era distinto. En 1982 pasé a River y en mi primer partido en el Monumental, cuando la voz del estadio dijo mi apellido, me silbó la cancha entera (risas). No la pasé bien, pero en el balance, fue bueno mi paso por el club”.
Su inesperada y desbordante fama hizo que lo convocara la mesa más glamorosa de la televisión argentina desde hace 5 décadas. Y allí se sentó. O casi… “Era un tiempo donde los clubes no tenían marca de indumentaria. Apareció Olimpia que contrató a Fillol en River y a mí en Boca. Me ofrecían plata y ropa, a lo que les dije que solo quería esto último, para que vistieran a los pibes de las inferiores, entre quienes estaba el Cabezón Ruggeri, que siempre me lo agradece. Me proponen hacer una nota junto al Pelado Díaz para un diario y la hacemos en Rond Point, en la esquina de ATC, porque ahí se grababa el programa de Mirtha. Cuando llegué al canal, me apuraron porque todos ya estaban sentados. Les respondí que esperaran, porque yo quería 5.000 dólares para donarlos. La llamaron a Mirtha, se puso al teléfono, pero no aceptó de ninguna manera. Entonces me fui a mi casa, sin pensar en el escándalo que se armó, al punto que salimos ambos en la tapa de Gente”.
El apellido Randazzo resonaba en todas partes, era motivo de las charlas cotidianas, fueran o no de fútbol. Y en esos tiempos, conoció a una persona muy especial, con quien mantiene una sólida amistad hasta el día de hoy; Guillermo Coppola: “Al poco tiempo de afirmarme en Primera, los más grandes del plantel de Boca me invitaron a un boliche y allí fue el encuentro. Al rato de charlar se dio el diálogo iniciado por él.
-¿Así qué te compraste una coupé Taunus?
-Sí, está buenísima
-Tengo unas llantas ideales para ese auto. Si querés las vamos a buscar a la casa de mi vieja
-Pero son las tres de la mañana
-No importa.
Y nos fuimos para allá, sacamos las llantas y en ese mismo momento, me mudé a su departamento en Barracas. Tenía una sola cama y dormíamos los dos ahí, un delirio (risas). Pobre Guillermo, lo volvía loco, porque yo salía los siete días de la semana y él me pedía que parara un poco. Él se acostaba temprano, se hacía la señal de la cruz y me pedía que le prometiera que me iba a dormir. En cuanto se quedaba dormido, me tomaba el raje (risas). Pigalle y Regine´s eran los lugares de onda. Tanto me gustaba salir, que una noche nos escapamos de la concentración de Boca, en la época de Rattín como técnico, con un compañero que estaba lastimado en un pie. Lo cargué a babucha, fuimos hasta un boliche y de la misma manera volvimos. Creo que el rápido bajón mío en lo futbolístico fue por todo eso”.
En la cancha era un delantero de punta, bien definido. Actualmente, en la vida, es un poli funcional: “Hago de todo. Me encanta andar en moto y por eso lo llevo a Guillermo de un lado a otro, donde necesite. También representamos a Sergio Barreto, un pibe que hace poco debutó en la primera de Independiente. Vivió en la villa 31, pero bien, con la familia y cómodo, pero se agarró Covid ahí dentro y lo llevamos a otro lado. Pero mi verdadera pasión, que me apareció viviendo en el Sur, es trabajar al aire libre. Desmonto, desmalezo árboles, parquizo casas en los countries, etc. También con un amigo tenemos el restaurant del mejor balneario de Mar del Plata (Bosque del Faro Village), un lugar espectacular. No paro un segundo y me gusta lo que hago”.
Carlos fue uno de los primeros en reconocer que antes de la implantación del control antidóping, había consumo de sustancias en el fútbol argentino, algo que él llegó a vivir en sus inicios: “No se hacía con maldad, pero quedabas en desventaja porque otros se daban y te podían pasar por encima. Dirigentes, técnicos, médicos y jugadores estábamos en el mismo tema. Cuando me ofrecen cocaína por primera vez pensé que debería ser una pavada al lado de los que nos daban para jugar. Los doctores te decían: ‘Tomate esto y después dormí un rato’. Si el partido era en Buenos Aires, seguíamos de largo y no dormíamos hasta el otro día. Cuando me quise dar cuenta, estaba adentro, pero luego pude cortar…”.
Sobre el final de la charla, Carli vuelve a ponerse serio y trata de acomodar el dolor por la manera en que murió su amigo: “No sé bien qué pasó, si no lo querían ver… Llegado un caso así, ponle diez enfermeras, más médicos y tenerlo impecable. En los últimos años en algún momento pude estar con él, pero era distinto a lo que había conocido. Antes, a pesar de todo, había más amor, alegría y entretenimiento”.
Las últimas escenas de Maradona son las que la mayoría querrán expulsar para siempre de su mente. Esa pintura de una decadencia que nunca se quiso ver. Randazzo habló con la verdad, con luces y sombras, humanizando a quien muchos subieron al pedestal de un dios y eso, más temprano que tarde, lo alejó del cielo y lo condujo a algo muy parecido al infierno.