Tomo prestado el título que encabeza estas líneas de un apreciado amigo, a quien reconozco los derechos de propiedad intelectual; aunque me luce que parafrasea a un viejo culebrón televisivo.
El título de marras me da pie para hacer algunos comentarios acerca del proceso fraudulento que concluyó el 6D con un estruendoso y masivo repudio del pueblo venezolano a la tiranía y sus lacayos, estos últimos, conocidos como los alacranes.
Siendo generosos con los repudiados, pareciera que solo entre un 15 y 20% acudió a votar, incluidos los nariceados y chantajeados por el régimen, que bajo extorsión, amenazados con no darles comida, se vieron forzados a ir a los centros de votación.
Las encuestas previas ya anunciaban lo que al final ocurrió. Era la conducta previsible que muchos podíamos percibir en nuestras relaciones cotidianas. Millones de venezolanos arruinados y sin tener recursos mínimos para alimentarse, todo por causa de unos gobernantes corrompidos e incompetentes, no iban a participar en la farsa.
Desde el principio, la comedia electoral montada por la tiranía estaba clara para los venezolanos. Desde el nombramiento inconstitucional e ilegal de los rectores del CNE, pasando por el atraco de los partidos opositores y sus siglas, hasta los abusos ventajistas del régimen, entre otros atropellos a la institucionalidad y el Estado de Derecho.
Ante tal cuadro social y político ¿Qué podía pasar entonces por la cabeza de ciertos politicastros oportunistas, sigüises del régimen, cuando salivaban al soñar con obtener una diputación?
¿Creían que el mecanismo electoral fraguado por los tiranos les iba a permitir, en buena lid, recoger los votos que alcanzaran? ¿O a sabiendas de que eso no iba a ser así, el régimen les otorgaría una cantidad de curules suficiente como contraprestación a los “servicios” de blanqueo electoral prestados?
Imagino que algunos naifs compraron el cuento, y ahora están, calladitos, asimilando el varapalo que les propinó, con toda razón, el pueblo venezolano.
Otros, de manera insólita, con su cara muy lavada, salen a culpar a los venezolanos de su propio fracaso. Como aquel izquierdista que encontró en su cama a la esposa con otro, y en lugar de enfrentar la situación, sale a la calle a quemar una bandera norteamericana.
Para ellos, no se trata de que la gente vió cómo que se prestaban a convalidar una estafa electoral, no. Para ellos, el que no lograran movilizar ni a su familia a votar por ellos, no fue el problema. No se trataba de que no lograron entusiasmar a nadie, no. De lo que se trataría, según estos oportunistas, es que el pueblo es muy inconsciente y maluco porque no salió a apoyarlos.
El colmo es que, además, al hacer sus “balances” de la jornada fraudulenta que compartieron, algunos salen a decir retorcidamente, pero con toda la pomposidad del caso: “El único que perdió el 6D es el pueblo venezolano”. ¡Inaudito!
El gran y exclusivo perdedor es, sin ninguna duda, la tiranía, y en consecuencia, sus lacayos, los de la mesita alacrana; “los náufragos”, como los llama de manera muy considerada el sociólogo Trino Márquez, que ahora rumian su merecida derrota política, y sus amos los ponen de lado como desechos, después de usarlos inútilmente.
El pueblo, en consonancia con el llamado a no participar de la Asamblea Nacional legítima, demostró al mundo que está contra la tiranía chavista. Más del 80% de los votantes no dio su concurso al engaño electoral.
Es posible que este rechazo, junto a la Consulta Popular en curso, que algunos desde la oposición pretenden torpedear con declaraciones irresponsables y mezquinas, se convierta en un impulso para las organizaciones políticas y sociales hacia la definición de una estrategia, una mayor estructuración organizativa, una profunda penetración social, cohesión en el liderazgo y movilización permanente hasta lograr la recuperación de la institucionalidad democrática.