“Hola, Ma. ¿Cómo está mi hijo? Tenemos que arreglar para vernos”, dijo Diego Maradona del otro lado de la línea. Corría el mes de diciembre de 2019. Días después, el teléfono del astro se bloqueó. Y el encuentro nunca se llegó a concretar…
Por: Infobae
Exactamente un año más tarde, Laura Cibilla llega a la entrevista con Teleshow muy nerviosa, casi temblando. No quiere hacer fotos, simplemente porque no quiere formar parte del circo mediático que rodea a quien fuera el gran amor de su vida y que ya no está en ese mundo. Pero tiene un nudo en la garganta que no la deja respirar. Y por eso acepta contar, por primera y única vez, su cruda historia.
—Hablemos de tu relación con Diego…
—Lo conocí cuando estaba por cumplir los 21 años, allá por el año 98. Y me deslumbré. En esa época, yo estaba haciendo el CBC para entrar a la Facultad de Medicina. Era sana, linda, tenía mi trabajo, mi departamento alquilado en Recoleta… Me llevaba el mundo por delante. Y cuando lo conocí, dije: “Yo lo voy a sacar de todo esto”. ¡Ilusa!
—¿Cómo fue ese primer encuentro?
—Yo estaba trabajando en La Diosa y, de repente, entraron todos los de seguridad. Asomé la cabeza para ver quién venía y una de las chicas me dice: “¿Viste quién llegó? Tu ídolo”. Yo dejé los platos en la barra y fui hasta donde estaba él. Cuando lo vi, me empezó a latir el corazón muy fuerte. Pero se le empezó a acercar todo el mundo y yo dije: “No voy a ser una más”. Así que me fui.
—¿Te fuiste?
—Sí. Bajé del VIP y vino Leo Sucar, el dueño del boliche, que me preguntó: “¿No lo saludaste a Diego?”. “No, si no lo conozco”, le respondí. “Vení que te lo presento”, me dijo, llevándome de la mano. Me saqué la riñonera dónde guardaba la propina, el destapador y los corchos, y subí con él. “Diego, te quiero presentar a Laurita, mi camarera favorita”, le dijo. Diego me miró de arriba a abajo y contestó: “Leo, ella no trabaja más”.
—¿Entonces?
—Yo lo miré a Leo, que me hizo un gesto de que estaba todo bien. Así que nos pusimos a bailar y a tomar champagne. Las chicas venían y me preguntaban: “Laura, ¿qué tiene la mesa cuatro?”. Y yo les decía: “¡No sé!”. No me acordaba de nada… Después me pidió que me fuera con él, pero yo le dije que me tenía que ir a mi casa.
—¿Vivías sola?
—Con mi gato. Así pasó un día, dos, tres… Yo dejaba las mesas de la pista, que eran las que primero se levantaban, y me iba a la barra. Pero cuando él llegaba a las tres de la mañana, venía Leo y me decía: “Laurita, te buscan”. Yo le decía: “¡Pero mirá todo lo que estoy haciendo!”. “Dejá todo, te buscan”, me respondía él. Así fue que insistió e insistió, hasta que empezamos a salir.
—¿O sea que la tuvo que remar?
—Sí.
—¿Era una relación paralela a su matrimonio con Claudia Villafañe?
—No. Cuando yo lo conocí ya estaba separado: estaba en trámite el divorcio, que lo hizo estando conmigo. Y era discusión tras discusión con la otra parte: “Esto para mí”; “No, que esto es mío”; “Que no te lo doy”. Fue una época horrible.
—Según alegó Claudia en su divorcio, Maradona hizo abandono de hogar en el año 98.
—Mucho antes hizo abandono de hogar. ¿Cuándo vivió él ahí?
—O sea que no fuiste una aventura en la vida de Diego…
—No.
—¿Él te hablaba de blanquear la relación?
—Nunca lo charlamos porque, realmente, a mí no me interesaba.
—Era más grande que vos…
—15 años me llevaba.
—¿Y te gustaba?
—¡Me volvía loca! Aparte, yo lo conocí cuando estaba hermoso. La última vez que lo vi fue en su peor momento, en una clínica… En el medio hubo viajes: Cuba, Italia, Colombia…
—Sigamos con el relato: Maradona insistió hasta que comenzaron a salir. ¿Cómo continuó la historia?
—Yo vivía en Peña, entre Azcuénaga y Larrea. Y siempre me avisaba Guille cuando venían…
—¿Coppola?
—Sí. Un día me dijo: “Laurita, estamos yendo con Diegote. Preparate que nos vamos a Rosario a un partido de Newell’s”. Cuando llegaron empezaron a los bocinazos con las dos camionetas: la Montero de Diego y la Land Rover de Guille. Cuando me asomé, vi a toda la gente mirando por los balcones… Te repito: yo era joven y fue un deslumbre total.
—Me imagino…
—Me puse mi jean, unas botitas y nos fuimos para Aeroparque. Le pregunté: “Diego, ¿no íbamos para Rosario?”. “Sí, pero vamos en avión”, me respondió. Yo le expliqué que nunca había viajado en avión, que no quería. Y él me dijo: “Pero estás conmigo”. Y nos fuimos. Guille me decía: “Acordate solamente de esto: rapidito”. Era salir y a correr…
—¿Para que no te descubrieran?
—Claro. Me llevaron uno de la mano y otro por atrás, hasta que llegamos a la cancha. Y en el avión privado iba gente de relleno. Así que vimos el partido. En el entretiempo hubo un lunch en el que estaban Luis Islas, Sergio Goycochea… Yo decía: “¡Dios mío! ¿Dónde estoy?”. Después nos volvimos, agarramos la camioneta y fuimos a comer. Al principio eran todas historias así: flores, ositos, notitas… Era hermoso.
—¿Un romántico?
—Sí, muy. En ese tiempo sí. Después vino una etapa de un Diego irreconocible, violento, enfermo de celos… Al punto de no poder ir al supermercado: yo me escapaba para ir a trabajar.
—¿Qué te decía?
—Que era el amor de su vida, que era su novia, su mujer y que no quería que nadie me mirara. Llegó al extremo de que, cuando llegaba Guille al lugar donde vivíamos, yo no podía mirarlo a la cara. Era demasiado ya.
—¿En qué momento empezó con esos celos patológicos?
—Fue a medida que el consumo fue creciendo…
—Cuando vos lo conociste él ya consumía, ¿verdad?
—Sí.
—¿Y vos consumías algo?
—Alcohol, a la noche.
—¿Ningún tipo de droga?
—No.
—¿Y cómo manejabas esa situación?
—Fueron tres meses, calculo, en los que era: “¿Querés?”, “No, gracias”; “¿Querés?”, “No, gracias”; “¿Querés?”, “No, gracias”… Jugábamos a las cartas hasta las cinco de la mañana, yo me quedaba dormida, y cuando me despertaba, estaba mirándome. “Ah, ya te despertaste. ¿Querés?”, “No, gracias”. Hasta que llegó un momento en el que dije: “Bueno, dale”.
—¿O sea vos probaste la cocaína con él?
—Sí.
—¿Y también te volviste adicta?
—Yo me enfermé mal. Y me interné un par de veces con 40 kilos… Porque consumía a la par de una persona de 80 o 90 kilos, deportista.
—¿Te internaste por sobredosis?
—No era sobredosis, era que mi cuerpo ya no podía más… No le estoy echando la culpa a Diego, ojo. Pero es que no podía estar con él, si no… Nosotros alquilamos un departamento, porque yo vivía en un monoambiente. Entonces me dijo: “Gorda, buscate algo grande y nos vamos”. Ahí fue que nos mudamos a Juan María Gutiérrez y Austria.
—¿Entonces convivieron?
—Sí, claro.
—¿Cuánto tiempo?
—Dos años.
—Decías que cuando él consumía se ponía más violento…
—Era con el correr de las horas. El consumo tiene sus diferentes etapas. La primera es jolgorio, la segunda es otra cosa, a la tercera te ponés a jugar a algo, en la cuarta te pones a limpiar… Diego le cambiaba las piedritas a mis gatos. Él aprendió a pasar un trapo de piso en la cocina. Yo quería traerlo a mi mundo…
—Pero él te arrastró al suyo.
—Claro. Y siempre surgía algo, pero es parte de lo que pasa cuando estás en ese estado. Como el hecho de poner cintas en las cortinas para que no entre la luz. Son cosas feas, cosas de las que me hace mal hablar porque me remontan a un pasado que no debería haber sido así.
—Pero él te impidió que trabajaras, por ejemplo.
—Eso fue de entrada. Decía: “¿Cómo mi novia va a trabajar?”. Yo le explicaba que a mí me hacía bien. Pero me decía: “No, porque te van a mirar, te van a querer…”. Una locura.
—¿Te controlaba con la ropa que usabas? ¿Qué pasaba cuando querían salir?
—Con la ropa no me decía nada. Y salíamos cuando podíamos, lo que pasa es que él no podía ir a ningún lado. La única vez que caminé de la mano en una plaza con él fue en Cuba. Ahí lo conocí limpio. Era un caballero: hasta me abría la puerta del auto.
—O sea que esa etapa oscura duró hasta el 2000…
—Sí.
—¿Él fue agresivo con vos?
—No te voy a contestar eso. Perdón.
—Te lo pregunto porque es lo que se dijo y era una época en la que las mujeres no eran escuchadas y la Justicia no las amparaba. Me imagino que, con todo lo que implicaba Maradona, no debe haber sido nada fácil…
—No, no fue fácil. Pero… después conocí algo bueno de él.
—¿En Cuba?
—Sí. Primero él viajó solo. Bah, con la “familia”… Cuando se vuelven, me viene a buscar Gabriel Buono y voy yo. Y después, lo mismo: cuando fue Rodrigo (Bueno), olvidate de que yo pudiera verlo…
—¿Olvidate por qué? ¿Por celos?
—Claro. Así que me mandaron para acá y, cuando volví, ya era todo un descontrol. Hablan de un centro de rehabilitación, pero era todo una mentira.
—¿Qué pasaba en La Pradera?
—El primer tiempo le hizo bien. Pero un día cayó una persona con droga.
—¿Quién cayó?
—No me voy a meter ahí…
—¿Diego volvió a consumir?
—Sí. Me mostró y me dijo: “Ma”. Yo le dije: “No, Gordi. Vamos a tomarnos una latita de cerveza, vamos al mar… No arranquemos de vuelta”. Pero él volvió con todo. Y yo pensé: “Otra vez no”. Entonces me volví… Y así sucesivamente. Nunca nos despedimos. Siempre fue un: “Hasta luego, mi amor”. Pero un día dije: “Basta”.
—¿Entonces te fuiste a España?
—Claro. Para la gente que está diciendo que me llevaron a España para esconderme, yo me fui por mis propios medios a salvarme a mí misma. Quería recuperar la noción del tiempo y del espacio…
—¿Qué año fue?
—En el 2002, cuando estaba embarazada.
—¿Te fuiste en plena gestación?
—Yo no sabía que estaba embarazada. Tenía un poco de pancita y mi amiga me compró un test que me dio positivo.
—¿Es decir que quedaste embarazada en Cuba y te enteraste en España?
—Sí. Me aguanté cinco meses allá, hasta que ya necesitaba a mi mamá, a mi país… ¡Qué se yo! Estaba ilegal y no tenía forma de sacar la ciudadanía. Así que me vine a Buenos Aires. Y al día siguiente de mi regreso, me llamó Diego y me dijo: “Yo sé todo”. Le pregunto: “¿Qué sabés?”. “Te paso a buscar”, me dijo. Sabía hasta dónde vivía: ya estaba en Darregueira y Santa Fe, que es donde nació mi hijo.
—¿No le habías dicho nada de tu embarazo?
—Nada. Pero él se enteró y me vino a buscar. Estuvimos juntos hasta los casi dos años de vida de mi hijo. Y hubo muchas cosas de por medio. Tuvo la internación esa por la famosa curatela que le pidió el hermano… ¿Podemos hacer una pausa?
Laura respira profundo y prende su tercer cigarrillo. “Lo que pasa es que estoy hablando mucho”, dice, mientras se agarra la cabeza. Y las lágrimas empiezan a rodar por sus mejillas. Ella nunca pudo rehacer su vida, porque siente que su historia con Maradona jamás terminó. Ni siquiera ahora, que sabe que nunca más podrá verlo. Pero después de unos minutos, decide continuar con la parte más dura de su relato, para echar por tierra todas las mentiras que se dijeron sobre ella.
—Contabas que volviste embarazada, que no le dijiste nada a Diego y que, cuando se enteró, fue él quien te vino a buscar. ¿Cómo fue el reencuentro?
—Fue lindo. Yo estaba bien panzona. Él iba y venía de Cuba, ya estaba en lo mismo de siempre.
—¿Nunca pudo salir?
—No, estaría vivo hoy… Sabelo. Íbamos siempre al Cristóforo, a Elevage… ¡Una cosa de locos! Cuando vos estás limpio de algo y ves a alguien que hace las mismas boludeces que hacías vos con esa persona, empezás a sentir rechazo. Aparte, no me hacía bien. Era tal la coraza que me había puesto que a mi hijo lo amamanté dos años limpísima, después de los nueve meses de embarazo. Pasamos esa Navidad con Diego, la última, cuando yo ya estaba por parir. Me dijo: “Voy a ver a mis hijas, voy a Cuba, busco todo y los vengo a buscar”. Yo volví a mi casa, relajada. El 21 de enero nació mi hijo. Y en marzo apareció él y me dijo: “¡Hola Ma, te voy a buscar!”. “Nos venís a buscar”, le respondo. Y él me pregunta: “¿Qué? ¿Ya nació?”. Viste cuando te hace un click la cabeza…
—¿Todo el embarazo y el parto lo pasaste sola?
—Sí. Con mi mamá, mi papá, mis hermanos…
—¿Pero no tuviste la contención de él en ningún momento?
—No.
—¿Ni siquiera vía telefónica?
—Cada tanto aparecía, pero a mí me hacía mal por el estado en que estaba.
—¿Vos sabías que entre tanto él tenía otras relaciones?
—No, yo no sabía. Yo me enteré por… Me enteré. Me fui enterando después por la televisión. Y bueno, un día vino. Yo agarré a mi hijo, lo envolví con todo lo de la cuna y mi mamá me dijo: “Por favor te lo pido, dejame al nene”.
—¿No quería que te llevaras al bebé?
—No. Pero yo le dije que me lo iba a llevar. Cuando bajé, estaba con mi hijo agarrado y lo miré a Diego, que estaba comiendo castañas. No me olvido más. Me dijo: “Mostrámelo”. Abrí las mantas y él comentó: “Ah, este sí me salió lindo”. El nene era un muñeco. Con el tiempo fuimos a parar a la quinta de Mastellone. Yo, a todo esto, había empezado a trabajar en Asia de Cuba porque lo necesitaba.
—¿Diego no te mantenía?
—No.
—¿Al nene tampoco?
—Nos pagó la prepaga hasta los dos años de mi hijo. Pero, en realidad, no la pagaba él sino el doctor Alfredo Cahe. Yo todos los meses iba al consultorio a buscar la plata de la cobertura médica.
—¿Nada más que eso?
—No. Por ahí lo veía y me daba, no sé, 500 dólares, que para mí era un montón y para él, era nada.
—¿Pero nunca tomó la responsabilidad que debería haber tomado con respecto a la criatura?
—Él no estaba en condiciones de tomar una responsabilidad de nada, porque estaba muy mal.
—¿O sea que vos tuviste que volver a trabajar para mantener a tu hijo?
—Claro. Y cuando estaba trabajando, llegaba Gabriel, hablaba con Marcelo Mazzini que era el dueño del lugar, el hermano de Liz Fassi Lavalle, y él me decía: “Lau, pasá tus mesas y andate”.
—¿Se repitió lo mismo?
—Sí. Yo volvía a casa, agarraba a mi hijo y, cuando llegaba, era encontrar una ambulancia escondida atrás de la casa, al doctor Cahe con los chicos de seguridad, a Gabriel, que era el que me llevaba y se encerraba ahí… Un día llegué y estaba Diego desnudo, envuelto en una sábana, empapado en transpiración y temblando. Yo lo toqué y le dije: “¡Alfredo, está volando de fiebre, se va a morir!”. Él me dijo que me llevara al nene por si tenía neumonía, pero yo le dije que no me iba a ir y que tenía que hacer algo.
—¿Y?
—De repente pestañé y el Gordo ya estaba sentado. Me dijo: “Vamos a Sunset”.
—¿Vos estabas con el bebé?
—Sí. Le pido: “Quedémonos”. Y él me dijo: “Bueno, entonces me voy a dar una vuelta con el nene”. Lo agarró, se subió al carrito de golf y yo me agarré la cabeza. ¡Las ramas de los árboles le pasaban tan cerca!
—El nene era muy chiquito…
—Tenía casi un año. ¿Viste cuando decís: “No quiero más”? Tengo una grabación que se la di a una persona de mucha confianza para que la guarde, en la que, después de ese día en el que a Diego lo llevaron a la Suizo Argentina casi muerto, atado, que yo estaba con él, Gabriel y Alfredo me agradecen diciendo que él estaba con vida gracias a mí. Después me vino a buscar Sergio Garmendia, que era el otro colaborador, y me dijo: “¿Te animás a entrar disfrazada?”. Yo le respondí: “Sí, para ver al Gordo, obvio”. Entonces me trajo un ambo y un maletín con boludeces. Pasé la primera seguridad, pasé la segunda, llegué y golpeé. La habitación estaba cerrada por dentro con llave. Cuando entré, tenía una mesa llena de fiambre enfrente.
—¡¿Qué?!
—Yo le dije: “¿Qué hacés? ¡Vos no podés comer fiambre, estás re hipertenso!”. Pesaba 110 kilos en ese momento. Me dijo: “Gracias por venir, Ma”. Él estaba en una cama de hospital con el fierro en el costado. Cuando lo quise abrazar, bajó el colchón y me pidió: “Vení, acostémonos un rato”. Y nos quedamos ahí. Estaba en un estado… En el mismo estado que murió.
—¿A qué te referís?
—¿A quién se le ocurre alquilarle una casa con las comodidades en el primer piso a alguien que no podía subir una escalera? ¿Que Diego Maradona haya muerto con un baño químico? ¿Sabés la indignación que me da eso? En ese momento me dijo: “Averiguame qué estoy firmando, porque viene el escribano de tal persona y me hace firmar y firmar…”.
—¿Qué le hacían firmar?
—Él no sabía, y yo era nadie para averiguarlo. Así que no te sabría decir. De hecho, él le pidió al juez que estaba a su cargo en ese momento que yo pudiera ingresar, con nombre, apellido, DNI y todo. Y me lo negó…
—¿Su ex mujer?
—Obviamente. Esa fue la última vez que lo vi. Esperé un tiempo prudencial cuando él salió. Y como no volvía, dije: “Me voy”. Agarré a mi hijo con dos años y me fui otra vez a España, por mis propios medios. Lo anoté al nene en un jardincito, conseguí trabajo en un restaurante en el que a los dos días me dieron la llave, y empecé a laburar. Pero al año me volví por lo mismo: no aguantaba.
—¿Te faltaban los afectos?
—Necesitaba a mi mamá. Aparte, mis padres me decían: “Nos quitaste a nuestro nieto, el único que tenemos”.
—¿En ese momento el nene estaba anotado con tu apellido?
—Hasta el día de hoy es hijo mío y así va a ser eternamente.
—Pero luego decidiste pelear por sus derechos…
—Cuando mi hijo tenía siete años inicié el juicio por filiación. (Maradona) no se presentó en la primera audiencia, no se presentó en la segunda, y a la tercera no fui yo. Entonces me llamó mi abogado y me dijo: “Mirá que está Diego…”. Le dije: “Ya voy”. Mi hermana lo retiró del colegio, el nene estaba en segundo grado. Lo trajo. Entró mucha gente. Me dio negativo. Y hasta acá llegó mi amor. Nunca más esa vergüenza.
—¿En ese esntonces ya no tenías contacto con él?
—No.
—Laura: ¿vos tuviste alguna otra relación además de Diego en ese tiempo?
—No.
—O sea que el hijo es de él…
—Sí, pero no. Es mío. Es tarde: ya tiene 17 años y punto. Acá se terminó todo.
—¿Vos sentís que te falsearon el ADN?
—Sí, pero ya está.
—¿Creés que era algo que lo excedía a él, que había otra gente que manipulaba eso?
—No te sabría decir tanto.
—¿Él te decía: “Este hijo no es mío”?
—¡No!
—Pero si tu hijo es de Diego, tiene sus derechos…
—No me importa ni a mí, ni a mi hijo. Y a mí lo único que me interesa es lo que piense mi hijo.
—¿Tu hijo no quiere saber nada?
—No.
—¿Ni aunque la Ley lo ampare?
—No.
—¿Qué te dijo Diego cuando te vio en esa audiencia?
—Cuando entramos al juzgado me dijo: “Hola, Ma”. Yo le dije: “Hola, mi amor”. Siempre fue así nuestra relación. Acercó su cara a la mía, nos agarramos de la mano y me preguntó: “¿Por qué me estás haciendo esto?”. “Porque desapareciste y yo te necesito”, le contesté. Me dijo: “Tomá, arreglémoslo nosotros”. Y me dio el teléfono. Yo le mostré la foto de mi hijo cuando era chiquito y me dijo: “¡Está hermoso, cómo creció!”. Entonces pidió una ronda de café para todos, los abogados, la jueza… Y yo, automáticamente, le puse medio sobrecito de azúcar y se lo revolví. Ahí pensé: “¿Qué estoy haciendo?”. Es que nunca se terminó, nunca hubo un corte….
—¿Él estaba en pareja en ese momento?
—Vino con Verónica Ojeda, pero ella esperó afuera.
—¿Y por qué no podía reconocer a su hijo?
—No sé. Y ya no se lo puedo preguntar.
—¿Sería por la ex mujer?
—…
—¿O sea que Maradona lo aceptaba, pero no podía darle el apellido?
—La última conversación con Diego, que la tengo en el celular, fue en diciembre del año pasado. Yo lo busqué cuando estuvo en México, lo busqué en Dubai, lo busqué por todos lados…
—¿Para qué lo buscabas? ¿Para volver?
—Para hablar… Yo no me casé y no formé una familia porque eso nunca cerró.
—Me llama la atención tu nobleza porque, después de un ADN que podría haber estado falseado, no le guardaste rencor…
—No, no, no. Imposible tenerle rencor a una persona que no tenía una vida feliz. Yo jamás quisiera ser él. Nunca.
—Me decías que volviste a hablar…
—En diciembre del año pasado me llamó, antes de que empezara esta pandemia horrible. Yo me levanto cinco y media para ir a trabajar. Y me encontré con 20 llamadas perdidas. Era una persona que le había dado mi teléfono y decía: “Laura, por favor, atendé que es Diego”. Llamé y le dije: “Gordo”. “Hola, mi amor”, me respondió. Le pregunté: “¿Cómo me llamás así, a la noche?”. “No, es que tengo tantas ganas de verte”, me dijo. Estaba…
—¿Alcoholizado?
—Sí. Le dije: “Salgo a las cuatro del trabajo y te llamo”. Cuando lo llamé, no me atendió. Y a la una de la mañana me empezó a llamar otra vez y hablamos. Hablamos horas y horas… Me decía: “Que vos te olvidaste de mí, que vos me abandonaste…”. “¿Yo? Yo te busqué por todos lados y es imposible llegar a vos. No sé en qué andarás ni con quién estarás, pero, ¿cómo desapareciste así?”, le dije.
—¿Entonces?
—Me respondió: “No, mi amor. ¿Qué necesitás? ¿Cómo está tu salud?”. Le conté que tengo una pierna jodida, que ya estoy grande… Me dijo: “¿Cómo están Marisa y Rodolfo?”. Se acordaba los nombres de mis padres, de mi hermana, de mi hermano… Entonces me preguntó: “¿Y mi hijo?”.
—¿Así?
—Sí. Mi hijo ya se había levantado y me pidió que pusiera el manos libres.
—¿Tu hijo sabe toda la verdad?
—Toda. Entonces metió la cabeza en la remera, se tapó. Era muy difícil entenderlo a Diego. Yo porque lo conozco y lo iba descifrando, pero no se entendía nada de lo que decía…. Le conté: “Está enorme, se le salen los pies por debajo de la cama de lo largo que es”. Y me dijo: “¡Mi amor! Arreglemos, vamos a vernos”. Yo le pasé mi dirección y todo. Pero en Navidad le mandé un mensaje y, de repente, desapareció la foto de su perfil y chau. Nunca más.
—¿Le bloquearon el teléfono?
—Sí. Y ya no me pude comunicar. La llamé a la persona que me lo había dado y me dijo: “Mirá, tuve muchos problemas por darle tu teléfono a él, por más que insistió”.
—¿Problemas por qué? ¿Alguien del entorno no quería que Maradona hablara con vos?
—Dos personas en particular, una mujer y un varón, que le decían: “Laura, no. Las demás sí, pero Laura no”. Y acá estamos.
—¿Tu hijo se quedó con las ganas de verlo?
—Él es muy especial, es muy inteligente. Me dijo: “Mirá: yo lo quiero ver una vez solo para recordarlo. Pero yo sé que no tendría ni un tema de conversación con él”. Le dije: “Bueno, lo que vos digas”. Y ya estaba todo acordado para que viniera cuando pasó esto. Pensé en ir a buscarlo cuando estaba en Gimnasia y después me fui frenando, porque trabajo ocho horas por día, seis días a la semana, me ocupo de mi casa, alquilo y tengo que lavar, limpiar y encargarme de mis mascotas, porque además soy proteccionista y ando rescatando animales por ahí. Mi vida es completamente diferente a lo que dicen…
—¿No hay fideicomiso?
—¡No hay nada! No tengo ningún otro hijo, no soy una madre abandónica. Yo me rompo el alma trabajando cada día.
—Laura, ¿cómo te enteraste de la muerte de Maradona?
—Estaba yendo a levantar una mesa y vino mi supervisor, me agarró del brazo y me dijo: “¿Te enteraste?”. “¿De qué?”. “Se murió Diego”. Le dije: “¿Qué decís, estúpido?”. “Laura: se murió Diego”, me dijo. Y me caí redonda. Me levantaron, me llevaron arriba al cuarto de empleados, me abanicaron, me dieron agua y empecé a escuchar en los balcones: “¡Año de mierda! ¡Llevate a Messi pero a Diego no!”. Y ahí caí. Lo llamé a Guillermo, no me atendió. Llamé a otro más, tampoco. Quise buscar el teléfono y no tenía señal.
—¿Entonces?
—Vino mi hermano, que vive a media cuadra, me abrazó y me dijo: “Lo siento mucho”. Yo dije: “No puede ser”. Y me respondió: “Sí, es así. Ya está, ya pasó. Se terminó. No está más”. Pero no puede ser que no esté más, porque yo lo sigo esperando. ¿Entendés? Porque estábamos por volver a abrazarnos. No te digo para empezar una relación de vuelta, pero sí para poner las cosas en claro, sacarnos dudas. Después de tantos años, somos dos adultos. Y eso me tiene mal, me tiene muy mal.
—¿Se te ocurrió ir a despedirlo o ni siquiera lo intentaste?
—¡Si no me iban a dejar! Yo le pedí a Guille, le dije: “Llevame”. Me dijo: “Laurita, no se puede”. Te puedo mostrar los mensajes: “No se puede”.
—¿Y tu hijo?
—Yo volví del trabajo, destruida. Él salió de la habitación, me abrazó y se largó a llorar. Nunca, jamás, había derramado una lágrima por él. Es más: lo veía en la televisión y cambiaba de canal. Le dije: “Hijo, te pido perdón”. Y me dijo: “No sos vos quien me tiene que pedir perdón, el que me tiene que pedir perdón ya no está. ¿Sabés qué? Me voy a correr”. Se puso un short, las zapatillas y se fue a correr. Volvió a las dos horas, se bañó, se acostó. Y ese fue su cierre. Él ahí, cerró. Y me dijo: “No quiero saber nunca más nada de esto”.