Luis A. Pacheco: El fantasma del balancín

Luis A. Pacheco: El fantasma del balancín

 

Venezuela es un país “perezalfonsista” y “opepista”, me dice un amigo que sabe más que yo de política venezolana, como preámbulo a una conversación donde me advierte de las dificultades que habría que sortear para aprobar una nueva ley de hidrocarburos.

Debo confesar que por un momento acusé el golpe, y me retiré a una esquina a recibir lo que en boxeo llaman la cuenta de protección, la guardia abajo. Después de todo, la aprobación de esta nueva ley es el centro alrededor del cual algunos de nosotros pensamos girará un nuevo modelo para relacionar a la sociedad y desarrollar la industria que nos ha definido como nación por algo más de un siglo.

¿Será que mi amigo tiene razón? Me repite el yo interior súbitamente menos seguro de sus ideas. ¿Será que la mitología que hemos construido alrededor del petróleo, y su panteón de semidioses, son obstáculos insoslayables, aún para generaciones de venezolanos, las más, que no tienen la menor idea de quien fue Pérez Alfonso y para quien la OPEP es un club de países con petróleo que parece no ayudarnos mucho?

Aquí mis notas dirigidas a mi amigo:

¿Por qué no nos damos el permiso de olvidar, aunque sea como experimento, nuestra historia heredada, y analizamos el problema que tenemos entre manos? Después de todo Juan Pablo Pérez Alfonzo nació en 1909 y Rómulo Betancourt, su jefe político e ideológico, en 1908. La frase de Arturo Uslar Pietri (1906) de “Sembrar el Petróleo”, que tanto centimetraje ha acaparado, data de 1936. Ninguno de ellos, por cierto, sabía mucho o nada de la industria petrolera como actividad productiva, y su aproximación a ella era esencialmente política y fiscalista; era su tiempo y su circunstancia.

Debo advertir que, habiendo nacido en 1950, el lector no me puede acusar de irrespetuoso jovencito, o al menos no de lo último, para desestimar mi escepticismo sobre la vigencia de esos “semidioses”.

Betancourt escribió “Venezuela, Política y Petróleo”, su obra más admirada, en la primera mitad de los años cincuenta del siglo XX, durante su exilio de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, su aliado en el golpe a Medina Angarita. Este libro es como el Quijote de Cervantes, está en muchas bibliotecas, mucho se cita su existencia, pero es muy poco leído.

De hecho, el libro “Venezuela, Política y Petróleo”, como era de esperarse de un político venezolano de su época, es más acerca de historia política asociada al petróleo, que un libro de política petrolera, a la cual poco espacio relativo le dedicó. Sin embargo, si uno pudiera resumir sus ocho principios de política petrolera serían los siguientes (Capítulo V), que luego fueron reseñados más ampliamente por Pérez Alfonzo en su libro el “Péntagono Petrolero” (1967):

1- Elevación de los impuestos hasta el límite que entonces se consideró razonable, dentro del sistema capitalista y la economía de mercado.
2- Concurrencia de Venezuela como entidad autónoma al mercado internacional del petróleo, vendiendo directamente sus “regalías”.
3- Cese radical del sistema de otorgamiento de concesiones a particulares, y planeamiento de una empresa del Estado a la cual se le atribuiría la facultad de explotar directamente, o mediante contratos con terceros, las reservas nacionales.
4- Industrialización de la mayor parte del petróleo venezolano dentro del país; y organización de una refinería nacional, con capital estatal, o mixto.
5- Adecuadas medidas para la conservación de la riqueza petrolera, típico recurso natural no renovable; y utilización del gas emanado de los pozos que tradicionalmente se venía desperdiciando.
6- Reinversión por las compañías concesionarias de una parte de sus utilidades en la vitalización y desarrollo de la economía agropecuaria.
7- Mejoras sustanciales en salarios, prestaciones sociales y condiciones de vida y de trabajo de los obreros, empleados y técnicos venezolanos al servicio de la industria.
8- Inversión de una cuota elevada de los ingresos obtenidos de la nueva política impositiva sobre el petróleo en crear una economía diversificada y propia, y netamente venezolana.

Es fácil identificar en esos principios todos los actos de política que sucesivos gobiernos venezolanos han llevado a cabo desde el llamado trienio adeco, 1945-1948 hasta nuestros días: No más concesiones; la subida de impuestos y regalías; la estatización (mal llamada nacionalización de 1975); la creación de una empresa estatal (CVP en 1960, y luego PDVSA en 1975); el monopolio de toda la actividad en la cadena, entre los principales. Aunque la OPEP no aparece en el libro de Betancourt, es una consecuencia directa de su visión adversaria con las multinacionales, propia también de su tiempo.

Y creo que también podemos hoy postular, a la vista de la evidencia histórica, que en la medida que el Estado se ha involucrado más profundamente en el manejo de la industria petrolera, siguiendo por diseño o por defecto la visión que heredamos de esos semidioses, ella se ha convertido en un elemento de control político de toda una sociedad que le cuesta romper las cadenas de un pasado que muchos políticos se empeñan en mantener vivo. La promesa inicial de que esa industria pudiera llevarnos a la modernidad, ha quedado maltrecha en el camino. No es que la historia no sea importante, todo lo contrario. La historia petrolera, que en nuestro caso en particular empieza a finales del siglo XIX, nos ha dejado lecciones que creo haríamos bien en repasar, aunque sea de manera general.

-Tener una abundante base de recursos es condición necesaria, pero no suficiente.
-El petróleo y gas no producido valen cero.
-El Estado como empresario siempre priorizará la agenda política del gobierno de turno por encima de la racionalidad económica, lo que lo hace ineficaz e ineficiente y más propenso a la corrupción.
-El monopolio estatal sobre los hidrocarburos ha conducido a gobiernos que no dialogan con sus ciudadanos, y en el caso del chavismo a los extremos de usar la renta, poca o mucha, como arma de control social y compra de lealtades geopolíticas.
-Tener un adecuado marco legal es necesario, pero no suficiente. La política es inevitable y siempre asomará su lado perverso.

Claro está que no podemos responsabilizar a Betancourt y menos aún a Pérez Alfonzo o Uslar Pietri de nuestra fallida historia petrolera y los resultados. Su mundo era otro y su visión del petróleo nacía de una situación política y petrolera muy particular: La dictadura de Juan Vicente Gómez y su relación con las operadoras petroleras, y la creencia de que el recurso petrolero era limitado. Pérez Alfonzo en particular, en su muy monástica manera de ver la vida, terminó predicando en contra del petróleo, como si del diablo se tratara, y Uslar Pietri predicaba en contra del gigante petroestado que las cíclicas bonanzas fueron construyendo.

Tampoco es de extrañar que muchos venezolanos tengan una explicable memoria selectiva y quieran revivir parte del pasado que el chavismo demolió, bien por diseño o por defecto.

Pero como dijo Dorothy en el Mago de Oz, después de ser lanzada por los aires por un tornado, con todo y casa: “Ya no estamos en Kansas”. El mundo en el que vivieron nuestros referentes petroleros ya no existe, se desvaneció con el siglo XX, sin duda el siglo del petróleo.

El siglo XXI, en el que como sociedad no hemos podido transitar, en gran parte por la rémora de ideas muertas que mucho de la clase política se empeña en esposar, ofrece retos que ninguno de nuestros semidioses hubiera podido imaginar.

Necesitamos de nuevas ideas y voces. En la época del calentamiento global; la Inteligencia Artificial; las pandemias; la globalización teñida de nacionalismo; la economía del conocimiento, y tantas otras fuerzas que se están gestando, la visión de Venezuela como país petrolero que heredamos del siglo XX es, sin temor a equivocarme, anacrónica.

Usar el cedazo de las ideas de esos grandes hombres del pasado puede sonar inteligente y hasta necesario, pero me pregunto y le pregunto a mi amigo: Si ser una mala imitación del pasado es lo que nos guiará hacia esa tierra desconocida que es el futuro.

No sé si tener una nueva ley de hidrocarburos es una solución de nada, si no cambiamos nosotros como ciudadanos. Si seguimos mirando por el retrovisor, estamos condenados a salirnos de la carretera en la próxima curva, cuando las luces altas del futuro nos sorprendan.

Tenemos todavía algunas décadas para desarrollar una industria alrededor de los hidrocarburos, que nos permita crear valor para la sociedad. Ese es el reto que la historia nos ha asignado, en condiciones que aún para Betancourt y sus coetáneos serían retos casi imposibles: Nuevos problemas requieren de nuevas soluciones.

De no hacerlo pronto seremos como un viejo balancín en Campo Carabobo en Lagunillas, a la vera del Muro: Oxidado y sitio de reunión de nuestros fantasmas y sus ideas.


Este artículo fue publicado originalmente en La Gran Aldea el 18 de diciembre de 2020

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