2- Sin embargo, la afirmación anterior puede ser engañosa. Se puede argumentar que algunas estrategias deliberadamente han cambiado el objetivo y que han interceptado a las que, tal vez, habrían podido dar resultados. No es lo mismo decir que todo ha sido desastroso porque todas las políticas han tenido fallas de origen que decir que una estrategia exitosa fue desviada por éstos o aquellos intereses.
3- Este proceso de evaluación es continuo y debe serlo a los efectos de revisar dónde se está y hacia dónde se puede ir; pero, esta evaluación hay que convertirla en energía útil para encontrar una salida. Hay quienes piensan que ya Venezuela entró en el carril cubano y que lo que queda es esperar que la devastación haga su oficio para ver si en el futuro, por obra de algún acaso, las cosas cambian. También existen los que estiman que hay que adaptarse a la nueva normalidad; así como se hace con las medidas preventivas contra la pandemia, habría que hacerlo con Maduro: vivir con él, aunque con mascarilla y medidas higiénicas al máximo. Otros piensan que la política de las grandes potencias y los países menos potentes, aunque amigos, darán cuenta de alguna salida futura. Y hay quienes cifran sus esperanzas en movimientos internos con eventual apoyo externo.
4- Como se observa, hay diagnósticos disímiles y, por tanto, prescripciones también disímiles; aun sin colocarle el aderezo de los intereses, legítimos o ilegítimos, privados o públicos. Porque –ha de decirse- una sociedad sometida al caos no puede tener un sector o grupo que sea ajeno al torbellino. No existe el observador neutral aséptico que vea desde afuera el caos, sin que ese mismo observador sea partícipe y contribuyente al desorden. No todas las posiciones son política o éticamente similares; hay que evaluarlas en la medida en que contribuyan realmente a los propósitos supuestos.
5- Dicho lo anterior, sostengo que para salir del atasco actual deben explorarse entendimientos en el seno de la oposición. No sugiero una reunión de la diversidad opositora como entrada a este proceso; sino una dinámica de aproximaciones sucesivas, aunque urgentes. Comenzar por una reunión universal sugiere que alguien convoque, tarea normalmente cumplida por los curas que, como se ha dicho, son parte del –y contribuyen al- caos como cualquier otro agente social. Más bien propondría lanzarse a promover contactos entre los diferentes sectores, no de manera simultánea, destinados a explorar la disposición a un entendimiento.
6- Es muy difícil que alguien pueda convocar a todos, porque, en realidad, no se sabe quiénes son todos. Algunos opinan que éstos no son opositores y éstos dicen que aquéllos tampoco; si se sientan juntos no sacan las cartas; si lo hacen, el encuentro fracasa por los enfrentamientos basados en las posiciones mineralizadas previas. Debe ser un proceso que progresivamente defina a sus integrantes sobre la base de la agenda que se vaya abriendo paso; la agenda es el tema crucial. Este proceso será interferido, naturalmente, por las posiciones y los intereses existentes (que todos tenemos); pero, podría ser exitoso si se insiste en conversar entre dos, entre tres, aquí y allá, para definir la agenda.
7- El mayor inconveniente es de los que piensan que tienen a Dios agarrado por la chiva y no quieren poner sus objetivos y estrategias en discusión; sin embargo, siempre habrá quien esté dispuesto en las vecindades de quien se niegue a la discusión, lo cual es una ventaja del caos: ya no existen rígidas disciplinas a las cuales ceñirse.
8- Al fin y al cabo estas líneas sólo tienen el propósito de expresar la necesidad de entenderse alrededor de temas que le puedan servir a una ciudadanía que sufre. He vivido lo suficiente como para decir que nunca jamás había visto tanto padecimiento, tan continuado y tan punzante como el de ahora, a pesar de las burbujas de equilibrio y de la aparente calma que refleja el simulacro de resignación social. Buscar la convergencia es la tarea; abrirse a pensar en nuestros errores actuales es la vía para pensar en los posibles aciertos futuros.