“Si hacemos festejos cuando nace uno de nos, ¿Qué no haremos naciendo Dios?”.
Lope de Vega
Navidad, una celebración que muchos preferirían olvidar para siempre y no solo por esta terrible y prolongada pandemia: los conciudadanos que en varias ciudades de nuestro humillado país han sufrido maltratos, robos y ahora de colas interminables para poder surtirse de gasolina, que ironía, en un país productor de petróleo que contaba con impecables y productivas refinerías; los miles de compatriotas afectados por la hambruna, por la crisis humanitaria en la que yace postrada la nación venezolana, por la incertidumbre ante un futuro muy difuso; por una indetenible inflación que quedará registrada en la memoria histórica; por la violencia…
Esos miles de compatriotas que no lograron una asistencia en salud acorde con los ingresos de un país petrolero; los familiares de tantos presos políticos, de innumerables exiliados y perseguidos, que con tanta ilusión tratan–una vez más – que su lema “Navidades sin presos, perseguidos y exiliados políticos”, sea tomado en consideración por este régimen usurpador, que tan sólo privilegia sus intereses políticos por encima de cualquier consideración humanitaria.
No cabe la menor duda que este es un diciembre detestable, maluco, e inconmensurablemente triste, causada en buena parte esa tristeza por la ruindad de este régimen.
Sin embargo, y a pesar de los pesares, este día resulta apropiado para recordar que una situación muy similar se vivía hace 2020 años, en el contexto en el cual Jesús llegó al mundo. En aquel entonces, un ejército pretoriano de ocupación, inmisericorde, y despiadado, además de la arrogancia de un tal Herodes, se las puso harto difícil a esa pareja, que cansada por ese obligado andar, recorrieron más de 140 kilómetros desde Nazaret a Belén – recuerdan el asunto del censo- llegaron a una ciudad que estaba demasiado llena como para hospedarles con un bebé que no tenía los papeles en regla, precisamente sin recursos pero llenos de fe y esperanza, llegaron a donde les condujo sus pocas fuerzas y su perseverancia…
¿Casualidad; cosas de Dios? Allí está la historia o el relato, es asunto de fe personal. Pero sin duda, ha quedado indeleble ad infinitum, desde ese 24 de diciembre…o 25… poco importa la imprecisión de la fecha o del lugar del nacimiento de Jesús, pues en ningún modo disminuye la importancia de celebrar su nacimiento. Aunque no sepamos a ciencia cierta ni lugar ni hora ni año, si aquel renombrado censo coincidió o no con su nacimiento, o bien si era o no invierno, pues la inclemencia del tiempo hubiese impedido la visita de los pastores…
A pesar de tantas incertidumbres históricas, resulta innegable que su entrada en la Humanidad, transformó para siempre nuestro destino.
Por difícil que nos resulte, el mensaje de ese ser de bondad, de inmensa misericordia, que vino a ofrendar su vida por todos nosotros, puede servirnos como firme y ejemplar referencia para sacar las fuerzas y el imprescindible valor, para emprender, y ante la inclemencia que se nos presente y tantas veces sean necesarias, las tareas que cada uno de nosotros debe realizar, para lograr el rescate de nuestras costumbres y moral cristiana, tan disminuidas en estos tenebrosos tiempos.
Para los verdaderos creyentes la Navidad no es un festejo… ¡es un sentimiento!… un sentimiento que florece cada año, es la época en la que soñamos y nos prometemos un año mejor.
Entonces… que ese Grinch hecho régimen no nos robe la navidad.
¡No permitamos que nos roben ese sentimiento! pues los sentimientos son inalienables e intransferibles, son experiencias íntimas y personales.
Y no es cuestión de la ausencia de aguinaldos o gaitas; tumbaranchos, whisky o buenos vinos; ni del “aguinaldito chucuto” o la hallaca disminuida, pues así como María y José se vieron colmados de gracia en aquel vetusto y frio pesebre, así nosotros, como Nación, con fe, constancia y perseverancia, podremos alcanzar la luminosidad no de una estrella fugaz sino de toda una gran constelación que espera por nuestra orientación, decisión y acción.
En este día que, a pesar de los pesares, no deja de ser especial, creyentes, no creyentes, escépticos y todos, en general, estamos salpicados de esa alegría que da lugar a lo mejor del espíritu, pues esta es la Navidad auténtica, la que se vive y no se ve, pero alegra y ensancha el corazón.