Yuremy* recibe con entusiasmo a los clientes que van llegando alrededor de las 10 de la mañana a Playa Escondida en La Guaira. Es el último domingo de diciembre, y aunque los vendedores y los locales de venta de comida esperaban mayor afluencia, el turismo es leve y la falta de tráfico en el recorrido por la costa central venezolana ya lo advertía desde temprano.
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Se tenía la idea que por tratarse del fin de semana previo a la amenaza de cuarentena radical que reposa sobre la llegada de enero, como lo han ido anunciando las autoridades, la cantidad de visitantes sería similar a la que se dio en octubre cuando se decretó la primera flexibilización que incluía playas y otros espacios públicos en el país. Sin embargo, la realidad fue otra.
Yuremy, que trabaja en la gobernación de la entidad de lunes a viernes y en la playa los fines de semana y festividades, logró una sola venta de dos platos de pescado frito con tostones y ensalada. No resultaba positivo para la comisión que percibe por su trabajo pero al menos la ayudaba a mejorar su ingreso de salario mínimo en la institución pública.
Ella como habitante de la zona sabe lo crítico que resultó para todos la cuarentena por la llegada de Covid-19 a Venezuela, en el mes de marzo. Había empezado el nuevo oficio en el balneario en enero para sortear la crisis económica. Le fue bien por un par de meses hasta que fue anunciado el aislamiento para evitar contagios en el país.
La mujer se dedicó entonces a preparar pan y tortas en su casa y ofrecerla a los vecinos. Cuando se otorgó el permiso de acudir a las playas, volvió a ver luz. Claro que estaba consciente de que esa avalancha de clientes y visitantes sería por la novedad de los primeros días y todo luego se normalizaría, sobre todo por los altos costos que se encontrarían con el regreso y la hiperinflación que no dejaba de avanzar.
Lo percibió varios sábados y otros domingos, como este de diciembre. Un toldo con dos sillas en 5 dólares (5.189.255 bolívares de acuerdo a la tasa oficial) no es un lujo que cualquier familia venezolana pueda darse. Tampoco las empanadas a 1,5 dólares o dos parguitos pequeños por 18 dólares, en una nación en la que el salario mínimo representa 0,8 dólares.
Además de enfrentarse a las amonestaciones de Corpoturismo Vargas por bajarse el tapabocas en un repentino golpe de calor, a Yuremy le toca lidiar con los malabares de los bañistas que ya acuden con sus propias logísticas de alimentación desde casa. Sandwiches preparados, huevos sancochados y hasta arroz con lentejas termina superando por mucho, en tema de ahorro económico, a una ración de tostones o un envase del popular ‘rompecolchón’ (con camarones y pulpo) en 10 dólares.
Entre los vendedores comentan la posibilidad de que el siguiente fin de semana, luego del 31 de diciembre, haya un repunte de turista. Creen que lejos del temor a contagiarse del virus que ya suma 1.014 fallecidos en el país, los visitantes al Litoral central están recuperándose de los gastos que dejó la celebración navideña y podrán volver a las playas justo antes de que Venezuela vuelva a confinarse.