Mientras un trabajador con equipo de protección rociaba desinfectante frente a la estación de trenes de Pekín, un pequeño flujo de pasajeros arrastraba maletas hacia la entrada, marcando el inicio más tranquilo de los últimos tiempos para la temporada de viajes por Año Nuevo Lunar.
En otras épocas de normalidad, las estaciones de tren chinas estarían desbordadas de viajeros con destino a provincias distantes, donde muchos se reunían en familia, celebrando el evento anual de migración humana más grande del mundo.
Pero con el norte de China luchando contra cúmulos de infecciones por COVID-19 y varias ciudades en cuarentena, las autoridades, que temen un evento de súper transmisión, quieren disuadir a las personas de viajar esta temporada de vacaciones, que va desde el 28 de enero y el 8 de marzo de este año.
El jueves, el público parecía estar prestando atención a esas advertencias.
“Es la primera vez que veo una estación como esta, casi vacía”, comentó Wu Dongyang, de 27 años y que trabaja en programación.
Normalmente, se realizan cerca de 3.000 millones de viajes durante lo que se conoce como la fiebre de viajes del Festival de Primavera.
Las autoridades calculan que este año se realizarán unos 1.150 millones de viajes, 20% menos que a principios de 2020 cuando la epidemia comenzó a extenderse desde la ciudad de Wuhan, en el interior de China. La cifra representa además un descenso de 60% respecto a 2019.
Las autoridades han permitido que los boletos de avión para viajes entre el 28 de enero y el 8 de marzo se cancelen sin cargo, dentro de las medidas para desalentar los viajes.
El jueves, hasta el mediodía, se habían cancelado 7.638 vuelos en China, o casi el 52% de todos los vuelos programados, según el proveedor de datos de aviación Variflight.
Para los trabajadores que sacrifican sus reuniones familiares y no salen de sus ciudades de residencia, algunas empresas ofrecen salarios adicionales e incluso entretenimiento gratuito.
Pero no todos lo tienen fácil.
Yang, nativa de Shandong de 39 años que trabaja en el sector de servicios de Pekín, dijo que tenía que quedarse en una residencia de su empresa y no en su propio departamento, y hacerse la prueba del COVID-19 cada dos semanas.
Si bien su compañía no restringió sus movimientos dentro de la capital, Yang no quería salir, especialmente para comer con otras personas. “Están rastreando la ubicación de mi teléfono”, declaró.
Reuters