En su monumental obra Archipiélago Gulag, una magistral crónica de la devastación y deshumanización creadas por el socialismo soviético, Alexander Solzhenitsyn dedicó impactantes pasajes al tema de los efectos de la ideología sobre las personas. El autor focalizó su interés, como es natural, en el marxismo y la ideología socialista, que por una parte servía a quienes la asumían como criterio para analizar la realidad sociopolítica, pero además funcionaba como alegato de tipo moral para justificar la acción, así se tratase de actos éticamente condenables. En tal caso, los desmanes presentes eran justificados por la utopía futura, y las atrocidades de hoy disculpadas como pasos necesarios en el camino correcto de la historia.
Mencionamos este importante tema para comentar aspectos de la entrevista del exministro chavista Héctor Navarro, conducida con destreza por Isaac González Mendoza y publicada hace pocos días en El Nacional. No abrigamos animadversión hacia Navarro, más allá del repudio a su actuación política. Cuestionamos a fondo, eso sí, la maraña ideológica encima de la cual pretende sustentar aseveraciones falsas, que distorsionan la historia reciente del país, oscurecen la verdad e intentan eludir responsabilidades acerca del enorme fracaso personal de quienes han conducido, hasta el día de hoy, la denominada revolución bolivariana.
Todo el peso de las declaraciones de Navarro apunta a establecer una presunta distinción radical entre, de un lado, el período de mando de Hugo Chávez, y de otro lado la etapa de Nicolás Maduro en Miraflores. Si atendemos a lo expuesto por Navarro, la primera de esas etapas fue positiva y orientada a la construcción de un beneficioso sistema socialista; en cambio, los tiempos de Maduro han significado un desastre “neoliberal”, negativo en todos los sentidos y muy diferente a lo que vino antes.
No podemos más que calificar semejantes afirmaciones como una serie de patrañas sin fundamento, productos del autoengaño y la evasión, así como del intento por separarse de los resultados de un experimento histórico trágico para el país y su gente. Lo peligroso del asunto, y por ello resulta imperativo salirle al paso, es que más de un ingenuo o despistado podría tragarse el cuento, sin reparar en las mentiras que encierra.
El terreno ideológico en que se mueve Navarro es el marxismo guevarista y tercermundista, que se expandió como un virus en nuestras universidades latinoamericanas a partir de los años sesenta y contagió a tantos de nuestros académicos e intelectuales. Muchos fueron capaces, luego de la evidencia catastrófica de los productos del “socialismo real”, de desprenderse de esas telarañas mentales, pero para otros las mismas se convirtieron en dogmas sujetos con un cemento inamovible, impermeable a la evidencia que proporciona el curso de los eventos históricos y apta para justificar lo que sea, si se amolda al extravío utópico y los sueños fatídicos del “hombre nuevo”.
La treta más común, la ruta más sencilla del autoengaño dogmático, consiste en sostener que el “verdadero” socialismo no ha existido nunca, pero que en las manos apropiadas llegará como por arte de magia. A decir verdad, no es fácil calificar las ejecutorias de Hugo Chávez en el ámbito socioeconómico, pues se trató de una mezcla del tradicional estatismo petrolero y capitalismo de Estado venezolanos, con gestos propios del castrismo e inventos arrancados del paraíso arcaico del buen salvaje. Lo clave, no obstante, es que Chávez tuvo un barril del petróleo a 100 dólares, y en cambio Maduro, precisamente a causa de la destrucción chavista de la industria petrolera, ni tiene producción ni precios altos. La fase primigenia del fracaso revolucionario estuvo acompañada de un despilfarro estéril, y la segunda lo ha estado de una escasez terriblemente empobrecedora. Todo esto marcado con el sello de una fantasía revolucionaria.
La conclusión para Venezuela está a la vista, y ninguna artimaña mental, excusa ideológica o intento de engaño, deliberado o no, es capaz de ocultar la verdad de la ruina funesta y el estrepitoso descalabro al que el chavismo, en todas sus versiones y facetas, ha arrojado a nuestro país y sus hoy miserables, expoliados y desesperanzados habitantes.
Cabe de paso señalar la impostura de definir la etapa de Maduro como “neoliberal”, aseveración frente a la cual Ronald Reagan, Margaret Thatcher, Friedrich Hayek y Milton Friedman, entre otros y si viviesen, experimentarían a no dudarlo un síncope cardíaco. ¡Neoliberalismo en un país ubicado entre los que disfrutan de menores índices de libertad económica en todo el mundo, donde los pocos empresarios que luchan por sobrevivir tienen que arrodillarse ante las regulaciones y persecuciones de un gobierno que asfixia la iniciativa privada, y un régimen que en todo lo posible copia recetas extraídas del manual del fracaso cubano!
Todos los espejismos de la ideología se ciegan ante el brillo de esa aplastante verdad, la que certifica el descalabro con relación al cual Hugo Chávez, Nicolás Maduro, y todos los que han participado en la ruina de Venezuela, jamás podrán eludir sus patentes e inequívocas responsabilidades.
Este artículo fue publicado originalmente en El Nacional el 31 de enero de 2020