La guerra de los feminismos
El hecho concreto que me obligó a cambiar mi línea de trabajo fue la recuperación del proyecto de Ley de Libertad Sexual de Irene Montero, que se había aparcado entre la rechifla de los socialistas, que condenaron hasta sus faltas de ortografía, de sintaxis y de claridad jurídica. Viniendo de Calvo, docta en patinazos semánticos, las burlas eran de broma, pero ahí estaba Campo, ministro de Justicia y flamante novio de Meritxell Batet, para señalar las agresiones a la gramática y al derecho de Montero y su coro de ninfas iletradas. Sin embargo, cuando, a finales de julio, Sánchez dijo: “Hemos vencido al virus, derrotado la pandemia y doblegado la curva”, Iglesias quiso también devolver a la normalidad la ley de su quotidie, y, por servir al pacto, Campo lo envió al tinte del Derecho Penal, a ver si salían las manchas de indigencia intelectual de las furias del Instituto de la Mujer.
El problema es que lo debatido no era la presentación de la Ley sino el concepto mismo que abordaba, de tanta magnitud que en cualquier época se habría considerado absurdo. Lo que pretende la ley Montero, pese a las reticencias del PSOE, en su ala feminista histórica, es sustituir el concepto biológico de sexo por el cultural-normativo de género. Lo trato en La vuelta del Comunismo, dentro del capítulo 7, Las metamorfosis del comunismo, en varios apartados: La guerra de los feminismos en torno al 8M, La irreversible división feminista, Una expulsión reciente y un lejano recuerdo (sobre Lidia Falcón) y La protección o desprotección de la infancia, que es la que ha deslizado la Ley de Libertad Sexual que quiso entronizarse el 8M hacia el proyecto de Ley de Protección de la Infancia en su aspecto medular: el cambio de sexo. Para el feminismo histórico, hay que nivelar las desigualdades históricas de las mujeres en el aspecto legal, laboral o representativo, algo que puede unir a liberales y socialdemócratas.
Sin embargo, para el feminismo podemita, identificado con la teoría queer y enfrentado a las socialistas y a las comunistas clásicas como Lidia Falcón y su Partido Feminista, lo que debe convertirse en Ley es que no existe el sexo sino el género, la voluntad de ser, por encima de lo que se es. El sexo sería una convención de la sociedad patriarcal que no pasaría a otra matriarcal o igualitaria, sino que aboliría todas las identidades sexuales, sean de tipo biológico, social, cultural, e incluso genético. Dicho de otro modo, uno pertenecería al sexo que quisiera y cuando quisiera. Por ley.
Me remito a los apartados de mi libro ya citados para la crítica de la teoría queer, tanto en sus fuentes psicoanalíticas y filosóficas. Su principal teórica, Judith Butler, se define como “post-estructuralista” y yo creo que sería más correcto plusquam-analfabeta, porque usa los conceptos a voleo, sin ton ni son, con una ignorancia sólo superada por la de sus seguidoras. El problema de fondo de la relectura de Freud a partir del 68 francés, que trato de explicar en La vuelta del Comunismo resultará difícil para el lector común. Sin embargo, es fácil entender sus consecuencias políticas, que explicaba bien Lidia Falcón en la entrevista con Dieter reproducía en LD: “El género es una invención, un constructo teórico, otra cosa es que se convierta en Ley“.
La desprotección legal del menor
Y efectivamente, ahí está el problema, nada nuevo en el comunismo. Stalin, por ejemplo, declaró oficial la “ciencia proletaria” de Lyssenko, en la que los contenidos científicos dependían de su condición de clase, o sea, que no existían leyes objetivas, sino interpretables por el Partido. Y todos los investigadores ajenos a la filosofía científica roja acabaron en el Gulag. Mao decretó también toda clase de leyes en el Gran Salto Adelante, como la de convertir en acero las cucharas y tenedores en hornos domésticos. Yo aún vi en la China de 1976, esos hornos en una comuna ejemplar.
También decretó Mao la muerte de millones de pájaros porque se comían el trigo, cuando los pájaros eran los comisarios que se llevaban las semillas e impedían la siembra siguiente. Y así llegaron las hambrunas bajo Lenin, Stalin y Mao: 5, 30 y 60 millones de muertos, aproximadamente. Cuando el fanatismo comunista, para crear el “hombre nuevo”, enmienda las leyes de la naturaleza y se convierte en Ley, la catástrofe es inevitable.
Cuando escribí La vuelta del Comunismo, lo que el Gobierno tenía entre manos era una Ley de Protección Integral de la Infancia, que ya anunciaba las consecuencias de la doctrina queer en lo referido al cambio de sexo, que el legislador dejaría a voluntad del menor. Cito el caso del niño de siete u ocho años, que tras leer un texto, obviamente ajeno, sobre la felicidad que le producía su “autodeterminación sexual” en el parlamento extremeño, fue paseado por diversas televisiones públicas sin que nadie interpusiera una denuncia por la evidente desprotección, manipulación y abuso del menor.
La derecha política, muda
Lo que pretende la harka comunista con la ley Trans es que un niño de sólo doce años, sin permiso de sus padres ni aval médico o psicológico, pueda decidir el camino sin retorno de una hormonación masiva e incluso de una castración, que en ambos procesos resulta durísima e irreversible. Un crío, cría o lo que crea que cría, no podrá votar pero sí cambiar de sexo, cuando la adolescencia, en el terreno sexual y afectivo, es terreno minado, de arrebatos y certezas transitorias, en la que ni se debe ni debería poderse tomar una resolución de tal gravedad.
Pero hasta ahora sólo el feminismo expulsado del PCE y las antiguas socialistas que con notoria imprudencia impusieron la Ley de Violencia de Género están dando la batalla argumental, contra la ley Trans. Cuando el PP tenía a Cayetana, disponía de una portavoz cualificada en ese ámbito, pero ¿qué podrá argumentar Cuca Gamarra, que fue al 8M a contagiarse? ¿Y Arrimadas, cuando su partido juega peligrosamente con legalizar el hormonamiento y defendió la VioGén, descalificando a Rivera de la Cruz? Si Vox se refugia en la religión, y cabe temerlo, nadie en la derecha estará defendiendo en el Parlamento la biología frente a la ingeniería bio-social. Los tres partidos deberían tener ya una especie de Libro Blanco sobre la ley Trans, que, en cuanto pasen las elecciones catalanas, irá a las Cortes.
El precedente aragonés de la ley Trans
Un mal precedente que ha hecho de la transexualidad una ventaja legal al servicio de la teoría queer es el de Aragón, que ha reseñado LD. Hace dos años que su parlamento votó por unanimidad una ley Trans que les reserva plazas laborales en los concursos públicos. En teoría, toda ley Trans pretende que no se discrimine a los que cambian de sexo. ¿Y no es un modo de discriminar reservarles plaza? ¿Hay algo en su cerebro o su anatomía que los discapacite laboralmente? ¿Por qué se les diferencia? Se dio el caso, en Huesca y Zaragoza, de reservar plazas para los trans y no para los discapacitados, pero, aunque eso se arreglara después, ¿en virtud de qué se les privilegia con respecto a los demás aspirantes a funcionarios? ¿Es que si a alguien se le resisten las oposiciones debe cambiar de sexo? ¿O simplemente decir que lo ha hecho en su mente para ganar la plaza?
Lo malo del caso del niño extremeño y de la discriminación laboral aragonesa -votada por todos los partidos- es que prueba hasta qué punto los políticos vienen actuando al dictado de los mantras progres antes incluso de que Montero lleve a las Cortes un proyecto que destruye cualquier base de identificación del ciudadano, en cuyo carné sólo constará lo que quiera que conste, que, al paso que vamos, será nada. No tendremos sexo, ni género, ni nombre, ni cara, ni número, ni siquiera tendremos que ser no binarios, ya que podremos ser no-no binarios o nadarios. Pasaportes, carnés, partidas de nacimiento, de boda, divorcio o defunción desaparecerán. No será bígamo el casado en Londres y en Madrid, porque sólo en una boda se sintió mujer, y la bi-andro-gamia no está aún legislada en la UE. Todos los delincuentes del Viejo y el Nuevo Mundo se identificarán con el credo queer, es decir, se des-identificarán. ¿Y cómo pagarán impuestos los que des-existan? Si hay ventajas laborales por ser trans, ¿no deberá haberlas también fiscales?
Ni familia, ni persona: un Estado tribal
Mientras investigaba la vuelta del mayo del 68 en la ideología queer tropecé con el texto de Ratzinger que reproduzco en el libro sobre el daño que a la Iglesia le hizo abrirse al mundo precisamente en un momento en el que se ponían en solfa las bases de la civilización, y no sólo occidental. La pederastia y la pedofilia que la Izquierda, los medios y Hollywood han convertido en una perversión sólo católica -no hay películas sobre casos similares en protestantes, budistas o musulmanes- tuvieron sus grandes abogados y padrinos en los mismos maestros de los que hoy bebe la teoría queer: Foucault, Derrida, Deleuze, Guattari y otros que reseño en mi libro. Confieso que me impresionó descubrir tantos casos de pedofilia entre las personalidades y publicaciones que marcaron aquella izquierda europea. Me remito a lo allí consignado, mero avance de lo que se nos viene encima.
Lo que se quería en mayo del 68 y se pretende ahora, Ley en mano, es destruir la familia como núcleo social y referente del Derecho Natural. El resultado de arrancar las raíces familiares a la persona es hacerla no sólo dependiente del Estado sino de lo que cabe llamar un Estado de tribus, un magma definido por el clima que marcan los medios de comunicación y las redes sociales, convertidas de hecho en medio casi único de relación entre individuos sueltos, superficial, placentera y permanentemente conectados a lo más parecido a la nada que, a lo largo de la Historia, hayamos podido imaginar.
Este artículo se publicó originalmente en Libertad Digital el 7 de febrero de 2021