Cuba Venezuela – Venezuela Cuba por Antonio Sánchez García @sangarccs

Cuba Venezuela – Venezuela Cuba por Antonio Sánchez García @sangarccs

Mientras preparaba las condiciones para la realización del Congreso Anfictiónico de Panamá, del que esperaba lograr reunir en una sola realidad histórica – la América Latina – a las naciones por él independizadas, Bolívar le expresaba a su joven amigo, discípulo y compañero Antonio José de Sucre, Gran Mariscal de Ayacucho, sus profundas preocupaciones por el papel que jugarían Cuba y Puerto Rico en la etapa final de las luchas independentistas, visto su rol en favor del dominio colonial de la corona española, que las consideraba sus cabezas de playa en el mantenimiento y control de las colonias americanas. Cuba y Puerto Rico eran, y seguirían siendo, el postrer sostén de la dominación española. La máxima aspiración de la clase dominante cubana, que el historiador cubano Manuel Moreno Fraginals bautizara como “sacarocracia”, a saber: la rica burguesía habanera, no era independizarse de la corona y sumarse a la lucha independentista de América Latina, a la que no le aportó ni un saco de azúcar: era adquirir un título nobiliario, hacerse de un palacio y resaltar su proveniencia hispana. Sus nefastas consecuencias en el despoblamiento de los ingenios azucareros fue dar inicio al tráfico de esclavos: Cuba importó más de trescientos cincuenta mil africanos, la misma cifra de muertos aportados a la independencia por Venezuela. ¿Cómo no compartir con Bolívar y Sucre el odio que sentían por la Cuba traidora?

La idea de Bolívar era invadir Cuba y arrebatársela a España. Sucre iba más lejos: proponía seguir a Europa e invadir España. Seguía la sabiduría popular de su pueblo, ocupando un territorio pródigo en serpientes: a las culebras se las mata por la cabeza. La naturaleza servil y dependiente de la sacarocracia cubana terminó finalmente por los hechos: lejos de participar en ningún empeño independentista terminaría por ser liberada gracias a las cañoneras norteamericanas, que en el colmo del intervencionismo y la humillación, se reservarían el derecho de intervenir en la vida política de la isla mediante la afamada Enmienda Platt, que legitimaba el derecho de los norteamericanos a intervenir en el desarrollo de la vida política y administrativa de los cubanos.

Así, a los siglos de dominación colonial española, vinieron a sumarse las décadas de dominación del imperialismo norteamericano. E incapaces de gobernarse en plena autonomía e independencia y producir los medios para su propia sobrevivencia, terminarían colonizados por la Rusia comunista. Fue el contradictorio efecto de una revolución guerrillera que le pondría fin a la dictadura del coronel Fulgencio Batista para instaurar la cruenta tiranía de Fidel Castro, hijo de una riquísima familia de terratenientes gallegos, quien se declararía marxista leninista, se subordinaría en tanto tal a la dictadura de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, declararía la naturaleza socialista de Cuba y pondría a Cuba bajo la hegemonía del castro comunismo.

Lo hacía en obediencia a sus más íntimos anhelos: enfrentarse y derrotar a los Estados Unidos a la cabeza de una alianza de naciones latinoamericanas anti imperialistas. Murió sin haber podido cumplir esa, su máxima aspiración de por vida, según le revelara en una carta a su amante y compañera de luchas, Celia Sánchez, desde su prisión en Isla de Pinos, encarcelado tras su asalto al Cuartel Moncada, en 1953. “ Llevaré a cabo hasta el día de mi muerte la guerra contra los Estados Unidos”. Será el declarado objetivo de su vida.

Ese proyecto requería de una condición ineludible: la alianza estratégica de la Cuba castrista con la Venezuela democrática, el país más poderoso del Caribe, potencia petrolera liberada de la dictadura militar del coronel Marcos Pérez Jiménez el 23 de enero de 1958 y gobernada por una alianza de sus dos partidos democráticos dominantes: Acción Democrática y COPEI. Bajo el gobierno de Rómulo Betancourt, principal figura política de Acción Democrática.

En conocimiento de sus orígenes marxistas, Castro creyó que Betancourt se plegaría a su proyecto estratégico, le serviría de base económica para asegurar su posesión de la isla y pondría sus ejércitos al servicio de su cruzada antinorteamericana. La respuesta de Betancourt fue taxativa: le negó toda alianza, se negó a otorgarle el préstamo que le solicitaba y lo remitió a las petroleras propietarias del petróleo venezolano para surtirse del que necesitara. Al precio oficial que regía en el mercado.

Conociendo de la soberbia y el altísimo concepto de su valía, es imaginable la profunda indignación con que volvió a Cuba tras el rotundo fracaso de su intento. Fue la mayor humillación sufrida en su vida. Lo convirtió en el enemigo público número 1 de los demócratas venezolanos. Que culminarían la faena propinándoles a los comandantes guerrilleros cubanos que invadieran el territorio venezolano a mediados de los setenta – dirigidos por Arnaldo Ochoa Sánchez, héroe de Ogaden, fusilado por Castro tras la falsa acusación de narco traficante – una derrota histórica.

No encuentro otra razón para que Fidel Castro, en vez de hacer de Venezuela un modelo de sociedad socialista – le sobraban los medios – la haya puesto en manos de uno de sus peores y más incultos agentes colombianos, que el firme propósito de humillarla y destruirla. No lo logró en vida. Ni lo lograrán sus herederos. Venezuela, para su inmensa fortuna, no fue, no es ni será socialista.

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