La crisis económica y los bajos salarios han llevado a jóvenes venezolanos a ofrecer contenido porno en plataformas digitales, para procurarse ingresos que no han logrado alcanzar en un trabajo formal. Los modelos ponen los límites. No darán más de lo que están dispuestos a mostrar. Profesionales y estudiantes por igual tienen seguidores dispuestos a gastar cientos de dólares para que la piel transpire una fantasía que se ve, y no se toca.
Por Adriana Núñez Rabascall / lagranaldea.com
Nadie los obligó. No tienen nada que ocultar.
“¿Que si me da miedo? La verdad no. El miedo, al principio, estaba en qué iba a decir la gente que me conoce”, responde sin titubear, del otro lado de la pantalla Carlos Stiven, un odontólogo que encontró un salvavidas a su crisis económica y emocional en Onlyfans.
“Hubo gente que me dejó de hablar”, continúa el joven de 25 años desde su casa en Valencia, donde hizo de su habitación una oficina. A puerta cerrada, vende fantasías con su piel.
Onlyfans comenzó siendo una plataforma donde estrellas del entretenimiento cobraban por enviar material exclusivo a quienes los aclaman, pero en los últimos años, personajes desconocidos se han unido a esta red para compartir material erótico a cambio de dinero. La pandemia acentuó su uso y -de acuerdo con la agencia Bloomberg– el año pasado llegó a registrar un incremento de 500 mil usuarios por día, alcanzando un total de 60 millones de suscriptores, de acuerdo con cálculos de BBC Mundo. Y aunque no hay estadísticas sobre cuántas cuentas de OnlyFans han sido creadas desde Venezuela, en Twitter, desde 2020, el usuario @OnlyFansVZLA se dedica a “recopilar y promocionar” a los modelos venezolanos en esa plataforma.
Funciona como un contrato a la medida. Acá, el cliente no siempre tiene la razón, aunque de sus bolsillos salga el patrocinio. El modelo pone los límites. No dará más de lo que está dispuesto a mostrar.
“Yo estaba pasando por un proceso de depresión y necesitaba constantemente comprar la medicación. Llegó la pandemia y, al estar encerrado, vi en la plataforma una oportunidad de conseguir dinero para seguir subsistiendo”, relata Carlos, un muchacho con estampa de actor de teatro, delgado y de ojos achinados. Usa una barba a medio afeitar. Bajo uno de sus pectorales, un tatuaje en letra de máquina de escribir reza: Freedom. Una libertad que experimenta despojándose de moralismos y de la ropa que sobre.
En su perfil de OnlyFans se consiguen un par de fotografías que lo muestran desnudo, escudando su sexo con ambas manos. Si quieres ver más, debes unirte a su cuenta por 6 dólares mensuales. La renta fija subirá dependiendo del número de seguidores y el material que pidan, que puede incluir fotos sugerentes o explícitas. A Carlos le han dado propinas de hasta 100 dólares.
A los pocos meses de estrenarse en esta red, Carlos pudo comprar el pasaje con el que espera emigrar de Venezuela. Pero la pandemia frenó sus planes y, por ahora, no piensa abandonar esta fuente de ingresos. Su título de odontólogo de la Universidad de Carabobo está a buen resguardo. Por lo pronto no lo necesita. Brinda otro tipo de consulta, sin bata y frente a una cámara encendida.
A su familia no le agrada la idea de que Carlos haya convertido su cuerpo en materia prima de un negocio socialmente estigmatizado. “No estoy haciendo nada malo. Es un trabajo en el que no tengo contacto directo, ni físico con nadie. Las personas que consumen mi contenido no viven acá. Ni las conozco”, afirma con la naturalidad que mantiene durante los 12 minutos de entrevista.
¿Quieres usar algún seudónimo?, ¿podemos mostrar tu rostro?, le pregunto y advierto que el video con su declaración podría ser usado en redes sociales.
“No es necesario. Si yo me tapo la cara, le doy más poder a la gente para que me critique y la gente no me da de comer. Esto no le hace daño a nadie. Hay que empezar a normalizar este tema”.
Como él, Johanna tampoco teme hablar libremente de su oficio.
Da pasos largos. Balancea su cuerpo esbelto entre los tacones que le regalan 10 centímetros de altura. Lleva uñas largas y puntiagudas, con esmalte a la francesa, perfectamente cuidadas; quizás por su empleo como manicurista, ese que dejó hace 4 años, cuando los gastos de alquiler e impuestos hicieron inviable mantener abierto el spa donde trabajaba.
Pero Johanna encontró otra forma de conseguir dinero para mantener a sus dos hijos, a su madre y darse algunos lujos que no imaginaba: ofrecer contenido sexual e internet.
“Mientras en Venezuela ganas un sueldo mínimo de menos de 5 dólares, tú te puedes meter en este trabajo de 2 mil a 4 mil dólares en un solo mes”, dispara.
Johanna, de 25 años, dice conocer a otras 50 jóvenes que han encontrado en plataformas en línea una forma de ganar dinero sin salir de sus casas. “Lo único que necesitas es un teléfono celular, aro de luz y un Internet estable”. Este último es el principal escollo, en un país cuya velocidad de red se ubica en el puesto 138 de 139 naciones medidas por la firma Speedtest.
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