Incluso, se hizo un problema llevadero la inmigración ilegal que llegaba deslumbrada por la riqueza petrolera. Fueron excepcionales los incidentes, porque todos se establecieron, buscaron y consiguieron trabajo, dieron educación a sus hijos. Los hermanos más pobres, aturdidos por guerras y perseguidos hasta por razones de género, consiguieron un hogar en Venezuela. Además, cuando las dictaduras militares azotaron al continente, fue razón suficiente no sólo para acogerlos, sino para luchar contra esas dictaduras como política de Estado, este es un dato importante, porque – es necesario repetirlo hasta la saciedad – Venezuela luchó abierta y frontalmente contra la subversión financiada por la Cuba comunista.
El brote xenofóbico contra los venezolanos, en buena parte del mundo, es el objetivo deseado por los socialistas del siglo XXI, que los han expulsado del país a punta de hambre y de inseguridad personal, además de la represión y el cercenamiento de las libertades públicas. Pero ¡no se llamen a engaños! Mientras caen en la trampa de la xenofobia, corriendo la arruga, el eje Caracas – La Habana, persiste en su tarea. Esto lo ha comprendido a cabalidad el gobierno y el pueblo colombiano, que han sufrido por años la narco-guerrilla y saben muy bien que juntos, podemos vencer definitivamente el mal. Sin embargo, hay países – repito – que pisan el peine y, como en Perú, no se dan cuenta que la tragedia existencial de los venezolanos, puede ser la de los peruanos a la vuelta de la esquina.