“Cuba ha desangrado a Venezuela, su gallina de los huevos de oro”

“Cuba ha desangrado a Venezuela, su gallina de los huevos de oro”

Maduro calificó a Raúl Castro de hermano mayor y protector / Foto: EFE

 

Diego G. Maldonado habla sobre su libro ‘La invasión consentida’ (Debate), recién publicado en España

Por Yaiza Santos desde Madrid para 14ymedio (Cuba)

A lo largo de cinco años, los periodistas tras el pseudónimo Diego G. Maldonado documentaron detalladamente, con fuentes directas, hemeroteca y datos públicos cruzados, hasta qué punto Cuba ha vampirizado a Venezuela, llegando hasta las entrañas de las Fuerzas Armadas y los servicios de inteligencia. El resultado de esta investigación es La invasión consentida (Debate), publicado a finales de 2019 en México y, ahora, en España. Sus autores contestan, vía e-mail por su propia seguridad, a las preguntas de 14ymedio.

Pregunta. ¿Cuándo pensaron que era el momento de escribir este libro?

Respuesta. El tema siempre nos llamó la atención, como a tanta gente, por sus implicaciones políticas, y porque nunca antes habíamos visto un apego similar de un Gobierno venezolano hacia otro país, tanta deferencia por parte de un presidente hacia otro Gobierno. Pero empezamos a pensar en investigar a fondo la relación entre Venezuela y Cuba en 2013, después de la muerte de Hugo Chávez. El hecho de que el presidente hubiera decidido recibir tratamiento en Cuba antes que en su propio país, que agonizara allí, era bastante revelador de la dinámica que había establecido con el Gobierno de Cuba.

El libro empieza en el “año 10” de la revolución bolivariana, 2009, y acaba un decenio después. ¿Cuáles son los principales datos que demuestran que en este tiempo todo ha ido a peor en Venezuela?

Todos los indicadores socioeconómicos demuestran que la situación ha empeorado. Venezuela es hoy uno de los países más pobres de la región. Tenemos años con la inflación más alta del mundo, la moneda nacional prácticamente ha desaparecido, los servicios públicos han colapsado, el salario mensual, que en 2019 equivalía a unos 8 dólares, hoy es menos de un dólar mensual, y más de cinco millones de personas han salido del país. Venezuela fue uno de los principales exportadores de petróleo y hoy la industria está arruinada. Se vive lo inimaginable: en un país acostumbrado a tener la gasolina más barata del mundo –costaba menos que el agua–, hay escasez de gasolina y ahora está dolarizada. En el libro se detalla la caída estrepitosa de la economía.

En el terreno político, en esa década se cerró el círculo. Para los estudiosos del proceso estaba claro que cuando acabara la popularidad del chavismo, vendría el fraude y la imposición por la fuerza. El chavismo lo resumía en el lema “no volverán”. En una década pasamos de la aprobación de la reelección indefinida, en 2009, al gran fraude de Maduro en la farsa electoral de 2018. En 2015, vimos las últimas elecciones libres, cuando la oposición ganó la mayoría calificada en el Parlamento. A partir de entonces, con el desconocimiento de la Asamblea, el Gobierno se quitó la careta definitivamente.

En las primeras páginas, vemos a Chávez decir: “Cuba es parte de esta patria, de esta unión […] la Cuba infinita que amamos. Por Cuba lloramos, por Cuba peleamos, y por Cuba estamos dispuestos a morir peleando…”, pero no siempre existió ese arrebato. El Chávez de la primera hora fue el que dijo: “No soy marxista pero no soy antimarxista. No soy comunista pero no soy anticomunista”. ¿Cuál fue el comienzo del idilio de Hugo Chávez con la Isla?

R. Puede haber habido una idea romántica de la Revolución cubana desde su juventud, pero es muy probable que el idilio haya comenzado como tal en 1994, cuando el Gobierno cubano lo invitó a la Isla recibiéndolo como una celebridad, y se reforzó a partir de 2002, después del golpe de Estado, cuando Chávez decidió confiar a los cubanos tareas de inteligencia para blindarse contra futuras conspiraciones militares. El Chávez de la primera hora era un candidato presidencial y un novato en el poder, consciente de que la dictadura cubana era mal vista entre los venezolanos y, estratégicamente, navegó en la ambigüedad durante la campaña electoral de 1998 y en sus primeros dos años de gobierno, cuando se presentaba como un político sin más ideología que el patrioterismo bolivariano.

¿Y viceversa? Queda claro en el libro que el apetito de Fidel por Venezuela –o el petróleo venezolano– coincide con los inicios de la Revolución, y es muy interesante la oposición entre Rómulo Betancourt y Castro como dos figuras latinoamericanas contrapuestas: ambas liberaron a sus países de dictaduras, pero uno fue un demócrata y consolidó a su país y el otro un dictador que destruyó al suyo. ¿Cuándo descubre Castro que Chávez le puede ser útil?

R. Todo indica que habría sido a partir de 1994, cuando lo recibió en el aeropuerto de La Habana con honores de Estado, y ya con mayor seguridad en 2000, cuando firmó el primer gran convenio de cooperación bilateral, que garantizó a Cuba el suministro de petróleo en condiciones favorables y abrió la puerta para todo tipo de negocios.

El fundamento del libro, desde el título, es que el régimen cubano penetró en Venezuela pero no a la inversa. Cuba tiene todo, petróleo, fuerzas armadas dentro del aparato de inteligencia venezolano, ¿y Venezuela?

R. Realmente, Venezuela nunca ha tenido ningún tipo de influencia en el Gobierno cubano ni en sus decisiones. Maduro ni siquiera pudo impedir que confiscaran su participación en la refinería de Cienfuegos, reactivada en los tiempos de Chávez, con dinero venezolano. Tampoco en las Fuerzas Armadas cubanas. Ningún oficial cubano se le cuadra a uno venezolano. El rol de Venezuela ante Cuba es completamente pasivo.

Se sabe de las misiones médicas y del petróleo, pero no todo el entramado de la injerencia. ¿Qué fue lo que más les sorprendió descubrir?

R. Es una pregunta difícil. A lo largo de la investigación nos sorprendieron muchas cosas, pero hubo algunas que nos impactaron particularmente. Por ejemplo, que el Gobierno de Chávez pagara a instructores cubanos, que nunca habían salido de la Isla, para que vinieran a enseñar cultura venezolana y a trabajar en un supuesto programa para fortalecer la identidad nacional. La misión Cultura, diseñada en Cuba y comprada por Chávez, fue una de las operaciones más burdas de adoctrinamiento político en los barrios pobres. Fue sorprendente oír a un cubano decir que había tomado un cursito de 15 días para enseñar aquí nuestras tradiciones como si se tratara de hacer origamis. Descubrir que en un país con problemas de desempleo y subempleo, el Gobierno pagara choferes cubanos, tractoristas para hacer movimientos de tierra, obreros, administradores y secretarias, que importara de la Isla hasta los payasos. O que Fidel se encargara personalmente de la compra de equipos médicos para Venezuela y después no se pudieran comprar los repuestos por el embargo a Cuba. O que Venezuela comprara a Cuba viejas centrales azucareras desmanteladas en la Isla como si fueran nuevas. Hay muchas cosas más, pero lo más triste fue descubrir el alcance de la penetración cubana en las Fuerzas Armadas y la sumisión de los oficiales venezolanos.

El libro de María Werlau La intervención de Cuba en Venezuela: una ocupación estratégica con implicaciones globales tiene el mismo propósito que el suyo, con la diferencia de que las fuentes de ustedes no son solo bibliográficas sino directas. ¿Dónde encontraron más dificultad a la hora de hallar a estas personas?

R. Hubo muchas dificultades por el miedo que existe a hablar del tema de parte de los venezolanos y de los cubanos. Es algo comprensible pero demoró mucho la investigación, que tardó cinco años. Muchos cubanos que trabajaron en Venezuela y que escaparon a otros países se negaron a darnos su testimonio por temor a que fuéramos agentes del Gobierno venezolano o de La Habana. Muchos empleados públicos venezolanos tenían grandes reservas para hablar y no contaban todo. Fueron muchas las veces que nos trancaron el teléfono. La mayor dificultad fue vencer el miedo. Por suerte, algunos confiaron en que no revelaríamos su identidad y nos ofrecieron pistas, informaciones y testimonios muy valiosos para armar el rompecabezas.

Otra cosa de la que tampoco se habla tanto es de las condiciones laborales de los cubanos en Venezuela. ¿Podrían detallar sobre esto desde su experiencia con las fuentes?

R. Ciertamente, no es un tema del que se hable mucho y es lamentable porque con la abierta complicidad del Gobierno venezolano, y la de otros países, los trabajadores cubanos son explotados por La Habana, vigilados y sometidos a un régimen de semiesclavitud. El libro dedica un capítulo a explicar su situación. Ganan una mínima fracción de lo que Venezuela paga al Gobierno cubano por el trabajo de cada uno de ellos. De 10.000 dólares mensuales si acaso llegan a ver 300 y el Gobierno cubano se queda con el resto. El caso de los informáticos es escandaloso, porque Cuba cobra por una hora o dos lo que les paga en un mes. Ellos lo aceptan porque es diez veces más de lo que ganan en la Isla. Es lamentable que un país obtenga su principal fuente de divisas de la explotación del trabajo de sus ciudadanos, que La Habana denomina “exportación de servicios profesionales”, y que al mundo le parezca una actividad lícita de lo más normal.

En el libro también muestran que la historia de la injerencia de Cuba en Venezuela es también una historia de corrupción.

Claramente. Todos los acuerdos –hay miles– son confidenciales, y no hay manera de someterlos a contraloría o escrutinio público. Ni Cuba ni Venezuela rinden cuentas. Muchas transacciones se han hecho a través de empresas en paraísos fiscales. De hecho, se han sabido algunas cosas a través de filtraciones de documentos como los Panama Papers. Se ha podido documentar las pérdidas en algunas empresas conjuntas fallidas por el monto que se destinó en el presupuesto, pero es imposible hasta el momento tener una idea global.

A pesar de la escasez en Venezuela, denunciada por la oposición y organismos internacionales, el régimen de Maduro continúa enviando combustible a Cuba. ¿Por qué?

R. Es insólito que un país que subsidió a Cuba, que fue su mayor benefactor en los últimos años, haya terminado debiéndole a la Isla. Un Gobierno que no es capaz de garantizar los alimentos para su propia población, ni los servicios públicos o las medicinas, y que ya ni siquiera logra producir gasolina para satisfacer la demanda interna, a pesar de tener las mayores reservas de petróleo del mundo, ha llegado al extremo de importar gasolina para mandar combustible a Cuba. ¿Qué le está pagando Venezuela a La Habana? Podemos ponernos a especular, pero no hay manera de ver la factura, de saber qué está cobrando la Isla, porque ambos Gobiernos lo ocultan con celo. Lo único que está claro es la relación de dependencia y vasallaje de Maduro hacia el Gobierno cubano. El chavismo convirtió a Venezuela en un satélite de La Habana.

A veces se oyen voces de alarma en otros países (como en México, con López Obrador, o en España, con el partido Podemos, del vicepresidente Pablo Iglesias), que dicen “esto puede convertirse en Venezuela”? ¿Creen que son fundadas?

R. Cada país tiene sus especificidades. Son temores que están latentes pero que tendríamos que documentar a fondo para poder opinar con propiedad sobre si tienen fundamento o no. Hay actitudes populistas en todos lados.

¿Cuáles son las señales de alerta? ¿Cómo empieza una sociedad próspera y democrática a pudrirse?

R. Diría que la crisis de representatividad política es una señal de alerta para cualquiera; la apatía, la falta de confianza. ¿Por qué los ciudadanos de un determinado país dejan de creer en sus instituciones, en la justicia, por qué parte de la población comienza a escuchar cantos de sirena? En el caso de Venezuela, los partidos tradicionales dieron por descontada la democracia, no supieron renovarse, dejaron de atender las demandas de las mayorías y, también, se enfrascaron en revanchas políticas personales. Eso, sin contar el tremendo daño que hizo la corrupción. No es fácil darse cuenta del momento preciso en que la bola de nieve comienza a rodar cuesta abajo.

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